Rigoletto y Gilda. Escena final. |
En
la anterior ocasión que la Bayerische
Staatsoper programó Rigoletto, la
acción se situaba nada más y nada menos que ¡¡en el Planeta de los
Simios!! El bufón jorobado, encarnado por el malagueño Carlos Álvarez, semejaba el
papel de Charlton Heston en la famosa película –único humano junto con su hija
Gilda- y un mono por tanto cantaba “La donna è mobile” Muy fuerte ¿no? No he
llegado a ver esa producción, firmada por Doris Dörrie, pero en alguna
parte he leído, no se si en serio o en broma, que el público llevaba plátanos a
la representación para tirárselos a los artistas, como quien va al zoo. Digo yo
que podían haber optado mejor por los cacahuetes, que son más livianos.
Personaje de la producción de Dörrie |
Para la nueva producción estrenada hace unos días y
que ayer se pudo ver en directo desde el
Nationaltheater de Munich, el giro ha sido más que
copernicano. El director de escena húngaro Arpád
Schilling ha diseñado una escenografía tan absolutamente minimalista que
raya en lo pobretón. He defendido siempre la supremacía de la música sobre
decorados y tramoyas, pero no se puede olvidar que la ópera es también un espectáculo
visual, y que el público paga por ello y para ello. Asistir a una representación
en que los únicos elementos escénicos son unas gradas de instalación deportiva –que
figuran una especie de teatro griego- y un visillo -muy grande, pero visillo al
fin y al cabo-, amén de una figura gigantesca de caballo que sale
momentáneamente en el segundo acto; en el que el propio telón es utilizado en
más de una ocasión como instrumento decorativo o donde los cantantes aparecen
vestidos casi todo el tiempo como si estuvieran en un simple ensayo, resulta
realmente frustrante en este aspecto. La pobreza de medios es tan apabullante
que cuando Gilda acude a la casa de Sparafucile para ofrecer su vida a fin de salvar
la del Duque y la de su padre, no tiene ni puerta donde llamar, y como la
escena lo exige tiene que dar dos
taconazos en el suelo para simular el golpeo. Con eso queda dicho todo.
Patricia Petibon y Joseph Calleja |
Afortunadamente, todo lo que faltó en lo escénico se suplió con creces en lo musical, bajo la agraciada batuta de Marco Armiliato y con un trío de voces protagonistas excepcional, con Franco Vasallo (Rigoletto) Patricia Petibon (Gilda) y Joseph Calleja (Duque de Mantua) bien acompañados por Dimitry Ivashchenko (Sparafucile y Monterone) y Nadia Krasteva (Maddalena y Giovanna). Me agradó especialmente el tenor maltés, con un bellísimo timbre de voz y una gran facilidad y naturalidad para afrontar sus conocidísimas arias. De lo mejor que puede escucharse hoy día. La francesa Petibon lució en su “Caro nome..” y en los conmovedores dúos con su posesivo padre, en los que se pone de manifiesto la tensión entre su oposición a la vez que su amor hacia él. Y Vasallo fue creciendo desde alguna dificultad en la emisión en el primer acto para ir ganando en la credibilidad de su personaje. Entre todos lograron ir creando esa clímax que lleva la terrible historia hasta el desesperado grito final de Rigoletto “¡la maledizione..!” ¡Enorme Verdi!.
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