El primer día del año amaneció gris y lluvioso. Ni los
miles, los millones de mensajes llenos de
felicitaciones y buenos deseos han sido capaces de dispersar los negros
nubarrones que se ciernen sobre este recién nacido 2013. Por mucho que nos
sobrepongamos todo el mundo sabe que va a ser un año difícil. Seguramente no hemos vivido ninguna situación anterior en que reinara esa impresión generalizada de que el año
entrante ofrece más interrogantes que certezas, y que lo más que cabe esperar es que no sea
peor aún que el extinto 2012. Yo ya propuse, puesto que todo el mundo pospone
las perspectivas de recuperación para
2014, que nos saltásemos este, pero
parece que la iniciativa no ha tenido éxito.
Como estará la cosa que es la primera vez que recuerdo
haber visto asientos vacíos en la Sala Dorada de la Musikverein de Viena en esta
mañana de año nuevo. ¿La crisis o la resaca? Franz Welser-Möst volvía al podio tras
su debut en 2011, a pesar de los discretos resultados obtenidos entonces. El
maestro austriaco no es precisamente la alegría de la huerta. Carece del
carisma de otros directores que se han visto en los últimos años (Mehta,
Baremboim, Pêtre o Jansons), y no parece que se encuentre excesivamente cómodo
en este tipo de repertorios. No había más que ver la cara de tensión cada vez
que abandonaba el escenario para ir a beber y que le secaran el sudor, que el
realizador televisivo ha tenido la mala idea de mostrarnos. Sin embargo en esta
ocasión ofreció una divertida página con la deliciosa fantasía de Carnaval en
Venecia (Johan Strauss padre) en el que fue repartiendo muñecos y
utensilios entre los profesores para acabar tocado con un gorro de cocinero de
tan fenomenal guiso. En todo caso la dirección fue precisa y eficaz para sacar
partido a ese maravilloso instrumento que es la Filarmónica de Viena, y el
resultado global se me antojó superior al precedente.
El programa era variado y con muchas novedades. Hasta
once obras que no habían sonado nunca en los setenta años de esta arraigada
tradición vienesa. Esto de las novedades es de agradecer, pero en tan gran número
comporta un cierto riesgo, porque el público tiene muy claro qué es lo que
espera escuchar en estos conciertos, y en un momento dado tanta innovación
puede frustrar la expectativa. Entre los
elegidos, la familia Strauss -cómo no-, Lanner, Hellmesberger, Von Suppé -uno de
los momentos estelares fue la interpretación de su vibrante obertura de Caballería Ligera- y por supuesto los
dos indiscutibles protagonistas musicales del año: Richard Wagner y Giusseppe
Verdi. Quizá no sea fácil encontrar obras de estos dos gigantes de la ópera que
encajen en la idiosincrasia del concierto. El alemán creo que salió mejor
parado, con su brillante preludio del
acto III de Lohengrin, frente al
prácticamente desconocido –porque casi nunca se interpreta- prestissimo
del ballet del acto III del Don Carlo
verdiano.
El concierto se iba desgranando con cierta frialdad
cuando llegó el turno al bellísimo vals “Donde
florecen los limoneros”, ilustrado para la televisión con la intervención del
Ballet Estatal de Viena, momento especialmente esperado por mis hijas. Fue
entonces cuando aprecié un cambio en la luz que entraba por las ventanas del
salón. Me asomé y pude ver que, aunque tímidamente, había salido el sol. Ojalá esto sea una premonición
y aunque en los primeros meses del año continuemos la tortuosa senda por la que
hemos transitado todo el 2012, se cumplan las previsiones más optimistas que
apuntan a que a lo mejor para el segundo semestre empezamos a remontar de
verdad el vuelo. Sea como fuere, os deseo a todos en este 2013 mucha salud,
mucho ánimo y que la música os acompañe.
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