De repente apareció allí, recortándose
imponente sobre el horizonte, alzándose
más de dos mil metros sobre el nivel del cercano mar, con su tocado de nubes
blancas, con sus empinadas laderas surcadas por inaccesibles barrancos, desafiando con su altiva presencia a los que nos acercábamos a su base con la
intención de conquistarla e infundiéndonos respeto ya desde el inicio.
La montaña es un lugar
para olvidarse de las prisas, para ejercitar la paciencia, para ensayar el
temple y la calma ante las dificultades. Un lugar para encontrarte contigo
mismo y probar tus límites, para fundirte
con una naturaleza de la que procedemos, pero a la que
trascendemos. Cuando estás en ella te sientes como lo que eres: un pequeño ser
que sin embargo a base de esfuerzo y tesón es capaz de conquistar algunas metas.
Tomas conciencia de tu insignificancia al mismo tiempo que de tus
potencialidades. Sir Edmund Hillary, el
primer hombre que pisó la cumbre del Everest, mantenía que no conquistamos las montañas, sino a
nosotros mismos. En la montaña
aprendes a conocerte, que no es poco.
Pero no te equivoques:
si ella no quiere, no te deja Estás allí
a merced de los elementos, en un medio que no es el tuyo, con condiciones
climatológicas cambiantes, a kilómetros de distancia de los núcleos de
población. Dependes de tu capacidad y de la solidaridad de los que te
acompañan. Tienes que confiar en ti, pero también en los que van contigo, y en
último extremo has de tener la humildad de reconocer, sin caer en el desaliento,
que hay unas barreras que puedes superar y otras no. ¿No es una buena enseñanza
para la vida? Hay un pensamiento montañero muy famoso que se atribuye a Harold
V. Melchert que dice: Vive tu vida como si subieras una montaña. De vez en cuando
mira la cumbre, pero más importante es admirar las cosas bellas del camino.
Sube despacio, firme, y disfruta cada momento. Las vistas desde la cima serán
el regalo perfecto tras el viaje.
A las cabras monteses,
compañeras habituales en las alturas, no
se les ocurre bajar al llano. Sin embargo nosotros nos empeñamos en subir, para
escudriñar, para descubrir, para averiguar qué se ve desde lo alto, para
experimentar qué se siente en esas soledades, en ese silencio de las cumbres,
para disfrutar más intensamente de nuestra libertad. Porque la libertad es lo
que te permite hacer las cosas difíciles
no porque tengas que hacerlas, sino porque conscientemente las eliges de entre
otras posibilidades. Es lo que nos diferencia a los humanos de otras especies.
Abraham, Moisés o Elías
subieron a la montaña y encontraron en ella a Dios. Yo, cada vez que subí a la
cima, y sin haber tenido ninguna
experiencia mística, creo que he bajado siendo mejor de lo que era antes. Por
eso, todavía me duelen las piernas de la última ascensión cuando ya estoy
pensando en la siguiente.
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