Mi jornada de “huelga” comenzó a las nueve de
la mañana con un lanzamiento en un local, al que llegaron puntuales la comisión
judicial, el cerrajero, mi procuradora y hasta el propio desahuciado, que el
hombre colaboró en lo que pudo. El bar de la esquina estaba abierto, por lo que
pude tomarme un café. A un comercio sin embargo le habían echado silicona en la
cerradura, y allí estaban intentando abrirlo. Acudí después a una cita con una
cliente. Por teléfono hablé con el banco para resolver otro asunto. A las once,
una remoción de depósito, a la que también asistió la comisión judicial, aunque
en este caso el pájaro se escabulló y no se pudo practicar la diligencia, algo
habitual. A las doce estaba en el CEMAC, para una conciliación de un despido.
Aquello estaba desgraciadamente de bote en bote. Digo desgraciadamente porque me
temo que la mayoría de los asuntos serían de despidos, como el mío. Realicé la segunda
consumición de la mañana en una cafetería, mientras mi cliente me explicaba
algunos pormenores de su caso. Hice una
gestión en el vecino SERCLA, donde no
faltaba ni el Tato. De allí me fui a la Universidad. Aquí la cosa era distinta.
La muchachada lógicamente necesita poca excusa para dejar de ir a clase. Y en
cuanto al profesorado, como allí no descuentan el salario, pues resulta gratis.
Así que ambiente tranquilo, con escaso público en los bares de la zona, todos
abiertos, a la espera de que fuera llegando el personal proveniente de la
manifestación a tomar la cervecita. En mi despacho profesional, en las
inmediaciones, atiendo varias llamadas de clientes, que también están
trabajando. Cuando salgo, efectivamente hay ya en los bares bastantes clientes
con sus banderas y pegatinas. De vuelta a casa, el tráfico es denso y hay
atascos. En definitiva todo muy parecido a cualquier día normal de trabajo, si
no es por la manifa. Al oir por la radio del coche hablar a Toxo y a Méndez
diciendo que el paro ha sido del 80%, uno, o casi total, el otro, no puedo contener la carcajada.
Pero
al llegar a casa me entero de que no todo es para tomarlo a broma. Mi hija
mayor me cuenta que cuando llegó a las ocho de la mañana a su colegio se
encuentra con que un grupo de “valientes” sindicalistas estaban apostados en la
puerta, ¡¡¡cortando el paso al interior del centro a los alumnos!!!
Afortunadamente mi mujer la acompañaba, y con la ayuda del director y el jefe
de estudios consiguió que entrara, pero ¿y los niños que iban solos?¿por qué
tienen que enfrentarse a una situación así? ¿y si en vez de mi mujer voy yo,
que tengo la sangre más caliente? ¿quiénes se han creído que son los mafiosos
estos para siquiera acercarse a un colegio? Así es comprensible que ante una
convocatoria de este tipo mucha gente opte por no tener problemas, y quedarse
en su casa. Es el miedo, y no otra cosa, lo que hace que la huelga tenga algo
de incidencia, que es diferente del seguimiento. ¿Quién le asegura a cualquier
comerciante que no va a verse acosado como el del negocio que han recogido las
cámaras de Libertad Digital TV? ¿Y si no está allí la policía para defenderlo? ¿Si
no abre es que secunda la huelga, o es que no quiere que le rompan el
escaparate? Pretender que unas organizaciones que no tienen reparo en usar la
coacción y el miedo para incrementar la dimensión de su protesta puedan dictar
la política de un país es apostar por la ley de la selva. Hoy día los piquetes
no tienen ningún sentido y no sirven más que para coaccionar. Mientras los sindicatos no se den cuenta de
que estamos en una democracia del siglo XXI y que sus métodos, forjados en la
lucha clandestina hoy innecesaria, ya no
son admisibles, no merecerán más que el rechazo de la gente sensata. Es ahí, en
la raíz, donde radica su fracaso, sin necesidad de entrar en las cifras.
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