Hace unas semanas el expresidente del Gobierno
y presidente de honor del Partido Popular, José María Aznar, alertaba sobre los
peligros que acechan a la clase media en nuestro país en la situación de crisis
que padecemos. El actual Gobierno de la nación, presidido ahora por su delfín
Mariano Rajoy, parece sin embargo no hacerle mucho caso, o al menos su Ministro
de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, impulsor de una reforma legislativa que pretende
extender e incrementar de manera desorbitada las tasas que los ciudadanos en
general tendrán que abonar para acudir a los tribunales.
Las vigentes tasas judiciales vienen rigiendo desde el año 2003
para quienes promueven la actividad de
los tribunales, pero hasta ahora se contemplan importantes exenciones tanto objetivas como subjetivas, entre las
que se incluyen las de las personas físicas, entidades sin ánimo de lucro y
pequeñas y medianas empresas, las cuales desaparecerán a partir de enero.
La medida, que ha sido rechazada por la totalidad de los operadores jurídicos, supondrá, si nadie lo
remedia, un notable encarecimiento de los procesos, que muchos ciudadanos no
podrán afrontar. Cuando tanto se discute acerca de copagos sanitarios o sobre
euros por receta, resulta sorprendente que se imponga esta nueva forma de repago sin excesivo revuelo. Porque si la
sanidad es un pilar del Estado del bienestar, la justicia lo es del Estado de derecho. La tutela judicial efectiva es uno de los derechos
fundamentales que reconoce nuestra Constitución (art. 24), y que sólo puede dispensar el Estado, pues
aunque la justicia emana del pueblo (o al menos eso dice el art 117 CE), su
administración se encomienda en exclusiva a uno de los poderes estatales, como
es el judicial. La impartición de justicia es pues una de las funciones
esenciales e irrenunciables del Estado. Sólo un poder del Estado, al que se
atribuye el monopolio legítimo de la violencia (Max Webber), puede juzgar y
hacer juzgar lo juzgado. Por lo tanto, si el Estado no emplea los recursos que nos
extrae coactivamente en la Administración de Justicia ¿en qué los va a emplear?
¿en regalar ipads y smartphones a los diputados?
Pero si criticable es
la medida, lo que más me fastidia es la lastimera justificación del ministro: se
aumentan las tasas, dice, para garantizar la justicia gratuita, que es el derecho
que se reconoce a los litigantes con insuficiencia de recursos (calcúlese con
ingresos por debajo de unos 15.000,-€ anuales). Es decir, que en lo sucesivo,
para litigar habrá que ser rico, y no importarte por tanto el coste de los pleitos, o ser pobre para que te designen abogado y
procurador de oficio y te eximan del pago de todo tipo de tasas y depósitos. A
la clase media no nos quedará otra que o
tomarnos la justicia por nuestra mano o la socorrida receta del ajo y agua.
Si necesitan dinero
para la justicia gratuita, y la necesitarán, porque los abogados llevamos sin
cobrar no sé cuánto tiempo, que lo busquen
en otra parte, pero que dejen de meternos la mano en el bolsillo a los de
siempre. Si esto lo unimos a otras reformas que se han ido introduciendo en los
últimos años, como la generalización de los depósitos para recurrir o la
imposición de las costas en el orden contencioso-administrativo por criterio de
vencimiento, nos encontramos con que en lo que más énfasis han puesto nuestros
gobernantes para arreglar la alarmante precariedad
de medios de nuestra Administración de Justicia
es en poner cada vez más trabas a que los ciudadanos de a pie puedan acudir a
ella. Esto sí que pone en riesgo el sistema, y no otras monsergas que se
escuchan por ahí.
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