Tengo en
estos día de vísperas, otrora tan felices y esperanzados, la triste
sensación de que la Semana Santa se nos ha ido de las manos. De que
ya no la controlamos los cofrades. La hemos perdido entre el embate
de unas masas embrutecidas y el contraataque de políticos y
burócratas especialistas de la seguridad, que han aprovechado la
coyuntura para intentar demostrarnos una vez más lo imprescindibles
que son en nuestras vidas. Y lo peor es que me temo que hemos sido
nosotros mismos, poco a poco y casi sin darnos cuenta (o sí) quienes
hemos llevado a nuestra gran fiesta a esta situación. Somos nosotros
mismos quienes en las últimas décadas hemos ido convirtiendo cada
vez más la Semana Santa en un espectáculo, ahora incluso
profusamente televisado. Se lo he leído hasta a uno de los cientos
de ciudadanos que en estos días se convierten en pregoneros: “la
Semana Santa es un espectáculo brutal”, dice el caballero. Pues
sí, a eso lamentablemente hemos llegado. Y con eso hemos conseguido
atraer a una masa de gente “bruta”, ajena en su mayor parte a la
tradición, y que viene a consumirlo como quien va a un partido de
fútbol, a una corrida de toros o al circo: siempre buscando “el
numerito”, que se contempla comiendo pipas o bebiéndose una
cerveza o un cubata.
Todo empezó
con algo en principio positivo, porque los hermanos costaleros, entre
los que me incluyo, supusieron en su momento asegurar la continuidad
de las procesiones ante el declive de las cuadrillas profesionales.
Pero su progresivo afán de protagonismo ha ido generando una espiral
en la que ya lo que menos importa es a Quién se lleva, sino cómo se
lleva. Esas masas, que ya no son la amable bulla de toda la vida,
ensalzada incluso como forma peculiar de convivencia y saber estar en
la calle de los sevillanos, no buscan otra cosa que diversión y
espectáculo, y poco o nada entienden de devoción y respeto. Si a
esto unimos la general retirada de la buena educación de la vida
pública, el conflicto está servido.
Hay quien ha
propuesto que para reconducir el asunto y volver a hacerlo
medianamente manejable, se impongan numerus clausus a los
nazarenos. Buen síntoma de que en el nuevo paradigma el nazareno es
una figura que estorba porque seguramente no es suficientemente
espectacular. Yo antes que a los nazarenos le pondría numerus
clausus a ciertas cuadrillas de costaleros. Y a las bandas de
músicos, de esas cuyos miembros multiplican varias veces la centuria
para tocar, cada vez más generalmente, unas marchas horrorosas, pero
que tan espectaculares resultan. Le pondría numerus clausus al
espectáculo: a las revirás (la misma palabra me repele) de tres
marchas, a los solos de trompeta de competición de “a ver quién
sopla más”, a las petalás que no vienen a cuento, a las cuestas
interminables, a los andares ridículos, a los saludos que parecen la
visita que no se ve la hora de que se vaya, a los ritmos flamenquitos
sacados directamente de los tablaos...A todo eso, y algunas cosas
más, le pondría yo numerus clausus antes que a los
nazarenos.
Una Semana
Santa más natural, más íntima, más sosa si hace falta, más
basada en lo que es su auténtica raíz devocional. Más ligerita,
sin cofradías que tardan en pasar una eternidad, no por el número de
nazarenos sino por la excesiva pretensión de lucimiento de los
pasos. Una Semana Santa a la que se le despojara de toda la cochambre
que se la ha ido incorporando en los últimos tiempos de imperante
mal gusto, a lo mejor no atraía a tanta gente, sino sólo a la
justa. Mientras no sea así, los cofrades con un poco de sensibilidad
tendremos que irnos retirando de la Semana Santa. Suena extraño pero
es así. Yo ya conozco a más de uno. Seguiremos participando y refugiándonos en
nuestras cofradías, pero como espectadores de otras nos iremos
escondiendo en lugares cada vez reducidos, cada vez mas ajenos al
espectáculo para consumo de la masa. Porque a mí no me va a poner
nadie estabulado detrás de una valla durante una hora rodeado de
gente comiendo y bebiendo para ver un paso dando saltitos y cojetás
con una banda de mariachis detrás. Y eso, por desgracia, es lo que
se va extendiendo.
Es asi, y aun para mas INRI, queremos ampliar la carrera oficial; convertirla en un "pasionodrmo " como el " sambodromo " de Rio de Janeiro. En fin mas espectáculo, mas danza, mas movimiento, mas confería, mas petaladas, mas bandas, mas musica, mas uniformes de opereta.
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