Pobre
entrada el martes en el Teatro de la Maestranza (menos de medio
aforo, diría yo) para asistir a uno de los dos conciertos (Sevilla y
Barcelona) que la georgiana Khatia Bunaitishvili, una de las
estrellas emergentes en el firmamento pianístico actual, ha ofrecido
en estos días en España. Y aún así sobraban algunos espectadores:
los tosedores habituales, los que andan continuamente tonteando con
el teléfono o esa señora que salió, nada más dar inicio el
recital, levantando a toda la primera fila de sus butacas. Debe ser
desalentador para el artista estar allí solo en el escenario, dando
lo mejor de sí mismo, escuchando todos esos ruidos en la sala. A pesar de ello, Khatia encandiló a todos y el concierto
resultó fantástico en términos globales. Pocas veces he visto
aplaudir en este teatro con tal convicción y entusiasmo.
Salió la
intérprete al escenario con un espectacular vestido rojo, aunque más
recatado que los que le he visto en otras ocasiones, que realza su
espléndida figura. A sus veintiocho añitos -comenzó a tocar a los
cinco- ella misma ha defendido que una mujer no necesita ocultar su
lado más sensual para ser apreciada intelectualmente. Razón no le
falta. La que puede, puede.
En el
programa predominaba la obra del húngaro Franz Listz, músico por
cierto que no muchos conocen que visitó nuestra ciudad en diciembre
de 1844, con la adición de sendas piezas de Ravel y Stravinsky.
Composiciones todas ellas destacables por su exigencia virtuosística. Un virtuosismo que según Buniatishvili está en el cerebro del
pianista antes que en los dedos. ¡Pues qué cerebro! En él llevaba
metido todo el programa. Por supuesto, ni una partitura. ¿Para qué?
Esa música o se lleva dentro o no sale. Eso sí, parecía tener
prisa en su ejecución, como si no estuviera cómoda o como si
temiese perder la concentración entre los aplausos. Porque lo que es
interpretando se le veía absolutamente concentrada. Incluso cuando
desarrollaba un endiablado pasaje con una sola mano mientras con la
otra, en despreocupado gesto deliciosamente femenino, se apartaba de
la cara un mechón de su cabello, siempre flotando al son de la
música. En una reciente entrevista en una televisión francesa, con
motivo de su comparecencia a principios de mes en la Philharmonie
parisina, Buniatishvili admitía que el repertorio de este concierto
requiere una gran fuerza física y mental, y que cuando ella toca
lo hace no sólo con las manos sino con todo su cuerpo, con el
objetivo, aparentemente contradictorio, de alcanzar la
inmaterialidad. Es una especie de trance, y creo que eso lo transmite
al público. Parece increíble que de un sólo instrumento, en manos
como las de la georgiana, pueda extraerse tal variedad de sonido, tal
cantidad de colores, tal extensión de matices, y todo con una
prístina claridad que hace audible cada acorde, cada nota, por más
que se sucedan a velocidad de vértigo.
A pesar de
que, como hemos dicho, las piezas del programa tenían como
denominador común fundamental su virtuosismo, Khatia nos regaló
como propina final un “Claro de luna” (Debussy) con el que
demostró que también sabe manejarse en un registro más lírico y
pausado. Un encanto.