¡Abracadabra! Cuando todo parecía perdido, unas palabras suyas bastaron para que
todo se calmase como por encanto. Mario Draghi ¿economista? No,
prestidigitador. Casi taumaturgo. Fue abrir la boca, decir la fórmula mágica, y
la prima de riesgo, esa tía gorda, con aspecto de vikinga, vello facial, mal
aliento y selva capilar en los sobacos, comenzó a retroceder, a batirse en
retirada, a huir despavorida ante el simple anuncio del bombero bancario. No
hizo falta siquiera que sacara la manguera, bastó con decir que estaba
dispuesto a hacerlo si era necesario, no por nosotros, no nos equivoquemos,
sino para defender el euro.
Eso es poder, y lo demás es tontería. Claro que para
que D. Tancredo se mueva en España ha habido que hacer antes varias cosas desagradables, y sólo después de comprobar que no era suficiente se ha visto que también hacía
falta la intervención del BCE. Pero esto es sólo un parche, si se quiere una
anestesia, que alivia el dolor y hace soportar el sacrifico con algo más de
confianza en su utilidad. Resulta realmente desalentador que una parte de los
recursos que se detraen con las drásticas medidas del gobierno, haya que
destinarlos a pagar los intereses de una deuda descontrolada.
También sirve para ganar tiempo. Pero que nadie se
engañe: ni el fantasma del rescate se ha desvanecido ni podemos cejar en el
esfuerzo. Si hacemos esto último caeremos
en el error de atacar sólo los síntomas, y no la enfermedad de nuestra economía,
y eso ni nos conviene ni nos van a dejar hacerlo.
Claro que no todos están por la labor. Doña Elena
Valenciano, vicesecretaria general del PSOE, ha denunciado lo que a su juicio es una cruzada del PP contra "lo público". ¡Ojalá fuera así! Porque hasta ahora todo
el peso del ajuste ha caído sobre los privados, a quienes nos han subido los
impuestos y reducido las prestaciones estatales. Pero el aparato del estado sigue
prácticamente intacto: ahí están los organismos duplicados o inútiles, las
empresas públicas deficitarias, los miles de colocados a dedo, el desmadre de
las autonomías, las subvenciones arbitrarias a troche y moche… Sí, lo público es lo que nos chupa la sangre
con impuestos sin cuento y sin techo. Lo
público es lo que ampara a los parásitos que no tendrían cobijo en otro
sitio. Lo público es lo que consume
recursos sin límite, al no estar sometido al sano y estilizador régimen de la
competencia. Lo público es lo que
procura prebendas y privilegios a la casta política a la que tan bien
representa la señora Valenciano. Lo
público es lo que cercena en muchos casos nuestra libertad de elegir. Lo público es lo que más nos acerca a la
servidumbre, a la dependencia del capricho político.
¡Claro que hay que reducir lo público! Tanto como sea
posible para ajustar el estado a las necesidades de la sociedad y no al revés.
El problema es que se están recortando los servicios y prestaciones al
ciudadano antes que la en muchos casos cochambrosa y destartalada maquinaria que
los dispensa. Esto es lo que la gente no traga. Ya me gustaría que el PP esté
realmente por la labor de ir a la raíz del asunto, lo que dudo, y no sólo podar
las ramas, como hasta ahora. Sería el mejor servicio que podría hacer a un país
que desde los tiempos de Franco se ha acostumbrado demasiado al predominio del
poder político sobre la sociedad civil. Aunque sea por necesidad y forzado por
las circunstancias, el PP podría hacer bueno aquél dicho de que “crisis es cambio
y oportunidad”. Cambio respecto a tabúes intocables de lo políticamente
correcto con los que nos hemos acostumbrado a convivir. Oportunidad de que
surja una sociedad más libre de la voracidad insaciable del aparato estatal y
del dominio implacable de los políticos profesionales como la señora
Valenciano. Ojalá lo haga el PP, porque ya sabemos que con el PSOE no podemos
contar.
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