Mucho se ha hablado y
escrito en los últimos meses, y especialmente en las últimas semanas, acerca de
los perjuicios sin cuento que sufriría no ya el resto de España, sino la propia
Cataluña en caso de una hipotética secesión de este trozo del territorio
nacional, que nos pertenece a todos los españoles. Que si el descalabro del
PIB, que si la deslocalización de empresas, que si el corralito bancario, que
si la inviabilidad de las pensiones… Todo
esto está muy bien. Es lo que dicta la lógica y por tanto la independencia de
Cataluña, al menos en los términos planteados por sus actuales impulsores, se
presenta como un atropello brutal a la razón. Pero quienes pretenden convencer
con estos argumentos tan razonables acaso se olvidan que el nacionalismo -desde
luego el catalán sin duda, y otros parecidos- es un fruto del romanticismo. Y
el romanticismo es un movimiento que se
caracteriza por el rechazo de la razón y la exaltación absoluta de los
sentimientos. Los independentistas quieren separarse de España porque, dicen
ellos, se sienten catalanes, y no españoles. Ante esto, ningún
argumento racional es eficaz. Es como aquellos que dicen, si se me permite la
broma, “viva no sé quién….manque pierda”
Aquí es lo mismo: “Visca Catalunya independiente…manque pierda” ¿Qué se puede
argumentar ante esto?
A mí me parece muy bien
que cada cual se sienta como le parezca, porque nadie es quién para gobernar
los sentimientos de los otros. Pero los sentimientos están bien, si son buenos,
para la vida privada. Los sentimientos son diversos, variables, contradictorios….La convivencia política no
puede basarse sobre los sentimientos, sino sobre la razón, que es lo único que
permite el debate y la búsqueda de soluciones asumibles en mayor o menor medida
por todos. Decía Tomás de Aquino que “lex est ordinatio rationis ad bonum
commune….”. La ley es una disposición de la razón, no de los sentimientos, y en
la vida política en un Estado de derecho lo que debe imperar es la ley. Usted
se puede sentir inferior o superior a los demás, según esté eufórico o
depresivo, pero la ley nos dice que todos somos iguales ante ella. Usted se
puede sentir profundamente religioso y convencido de lo verdadero de su fe,
pero la ley nos impone el respeto a todas las creencias. Usted puede sentir personalmente
mucha lástima por un delincuente, pero si ha cometido un delito la ley le
impone una pena que debe cumplir. La ley tiene que basarse, aunque es posible en
su imperfección que no siempre lo haga, en la razón, y no en los sentimientos
de cada uno. Por eso, frente a la romántica irracionalidad nacionalista, absolutamente
insensible los argumentos racionales, sea cual sea el resultado de las
elecciones de mañana, sólo cabe la aplicación de la ley. Usted puede sentirse catalán
o birmano, pero mientras se dé la situación actual usted, sr Mas y toda la
patulea, tiene que atenerse a las leyes españolas, empezando por nuestra
Constitución -que establece la “indisoluble
unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”
y que “la soberanía nacional reside en el
pueblo español”- y siguiendo por
todas las demás. Y si no le gustan, y su sentimiento es irrefrenable, tiene dos
opciones: intentar cambiar esas leyes –con la participación de todos los
españoles, como es lógico, según queda dicho- o buscar un vuelo barato en una
compañía low cost, sin billete de vuelta.
En esa aplicación de la
ley, sin más historias, creo que ya vamos tarde. Llevamos meses aguantando a
una pandilla de facciosos anunciando sin recato que van a dar un golpe de
estado. Y sin embargo ahí siguen. ¿Se imaginan que Tejero hubiera ido
anunciando por ahí sus intenciones de tomar el Congreso? Le meten un paquete
desde el minuto uno. Aquí sin embargo andamos pasteleando con estos presuntos
delincuentes, que lo son por muchos o pocos votos que puedan obtener mañana.
Espero todavía no obstante que exista un límite a tanta fanfarronería, un
Rubicón que, en caso de ser traspasado, provoque de una vez la reacción del
Gobierno de la nación, a ser posible, contando con el apoyo del principal
partido de la oposición, pero igualmente sin él. Y que los promotores de esta
locura acaben, si ha lugar a ello, en la cárcel, como ya lo hiciera un
antecesor suyo, Lluis Companys, hoy tan ensalzado, en tiempos de la II República.
Entretanto el resto de
los españoles asistimos atónitos a este espectáculo deplorable en el que se
está jugando con el futuro de todos nosotros por el delirio trasnochado de unos
descerebrados y el tancredismo de un Gobierno, que a ver si se va a dejar
llegar tan cerca el toro que luego no tenga forma de enmendar la figura.
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