La
calle Relator lleva el nombre de un viejo oficio forense. Como Procurador hay
en Triana, o Letrados de Sevilla en el Prado,
hay Relator entre San Gil y Omnium Sanctorum, larga y orientada de levante a poniente, aunque ya no exista esta
figura en nuestros tribunales.
En ella estuvo hasta la desamortización de Mendizábal el
antiguo Convento de San Basilio, sede en diversos periodos de las hermandades
de la Macarena, la Cena o la Lanzada, en cuya ubicación hoy se levanta una
iglesia anglicana.
En la misma calle están también la veterana Relojería Borrero,
el
bar Los Niños del Flor, con sus veladores en el ensanche en que
antaño estuvo la Cruz de los Desamparados, la panadería de Ana –mi panadera-, o
la taberna-librería de Gonzalo Molina, que regentan sus hijos Manolo y Luisa,
mantenedores de este inclasificable y apuntalado santuario de la delicia
gastronómica que son las alitas de pollo, por donde se me antoja que cualquier día podría aparecer el fantasma de Núñez Herrera.
Es una calle habitualmente bastante frecuentada y
animada, con gente variopinta que va y viene a todas horas. Sin embargo el
aspecto de la foto que ilustra este texto es el que presentaba la tarde del
Lunes Santo del pasado año 2013. Paso por ella casi a diario y pocas veces la
había contemplado tan desolada y triste. Y es que el día anterior, Domingo de
Ramos, aquello que se esperó durante un largo año, había vuelto a frustrarse.
Dos años ya sin transitar por ella el cortejo azul y plata de la Virgen de la
Hiniesta. Dos años sin nazarenos es mucho tiempo para una calle con las medidas
exactas para servir de marco perfecto a una cofradía. Dos años sin contemplar
el paso a la vez sobrio y colorista del Cristo de la Buena Muerte. Dos años sin que el sol de domingo que se pone
por la Alameda se cuele entre la candelería buscando el bello rostro de la dolorosa que llega desde San
Julián, después de atravesar milagrosamente la ojiva y de escuchar saetas y
campanilleros en el Pumarejo, y que se encamina con el garbo que imprimen las
grandes cuadrillas hacia Feria. Dos años
ya sin Ella es mucho tiempo para una calle que tiene las medidas perfectas para
enmarcarla… Si llegara un tercero, no lo quiera el cielo, es posible que
escuchásemos gritar a los adoquines de la calzada, sollozar a la cal de las
fachadas y gemir a las rejas de ventanas y balcones lamentando el vacío enorme que
provoca su prolongada ausencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario