Instantánea tomada en el entreacto. |
A pesar de ser lunes –mal
día para la lírica- acudíamos al Teatro de la Maestranza con la ilusión de
disfrutar de un gran espectáculo operístico que nos aliviara del siempre arduo comienzo
de una nueva semana. Primero porque la música jocosa de Rossini es siempre vivificante,
fresca, chispeante, por momentos alocada aunque sin perder la compostura. Con sus crescendos,
sus coloraturas, sus endiablados y multitudinarios concertantes…Segundo porque
el elenco estaba formado por artistas suficientemente contrastados en el
repertorio belcantista en general y rossiniano en particular como Marianna Pizzolato, Edgardo Rocha, Carlos Chausson y el
director Giacomo Sagripanti.
Pero
la cosa no resultó tan feliz como nos la prometíamos. Para empezar me llamó la
atención que una obra tan popular como La Cenicienta –aunque no tenga ratones,
ni calabaza, ni hada madrina, ni zapatito de cristal- no consiga llenar el Maestranza. Si Rossini no
llena, algo inusual en la historia del teatro, aunque ha empezado a no serlo
tanto en los últimos tiempos, ¿qué podemos esperar el año próximo con John
Adams y su “Dr. Atomic”? Miedo me da.
Luego
vino la obertura, pieza muy conocida e interpretada habitualmente en
conciertos, que me resultó un tanto desvaída y sin pulso, lo que iba a ser un
poco anticipo del resto. Seguro que Sagripanti, que combinó la dirección con el
acompañamiento de los recitativos al fortepiano, a pesar de su juventud sabrá mucho mejor que yo cómo tiene que sonar
Rossini. Pero para mi gusto abusó, por lo general, de un tiempo lento y remilgado. El brío no tiene
por qué estar reñido con la elegancia. Será que aún no le ha cogido el punto.
En
cuanto a las voces de los personajes principales sólo Chausson estuvo a la altura
de lo esperado. Hizo un Don Magnifico de categoría, tanto en su
desenvolvimiento escénico como en el canto. Los años parece que no pesan cuando
se es un artistazo. Pero ni Pizzolato ni Rocha le dieron réplica. Ambos tienen
bellas voces y buena técnica. A la mezzo siciliana la conocía de una muy buena
Isabella (La italiana en Argel) que
le vi el año pasado, pero ayer me resultó fría e inexpresiva. Una de las
Angelinas más tristes que he visto. El tenor
uruguayo brilló en “Si, ritrovarla io giuro”, mas en el resto anduvo medio perdido. No
lo entiendo, porque tiene cartel y maneras. Tampoco los secundarios estuvieron
muy allá. Quizá destacar que las hermanastras (Mercedes Arcuri y Anna Tobella) estuvieron
por encima de Alidoro (Gierlach) y Dandini (Quiza). El coro, en esta ocasión
sólo de voces masculinas, si que cumplió con creces su cometido.
La dirección escénica fue muy canónica, con una
escenografía ingeniosa y agradable a la vista (por lo menos a la mía, que es de
la que yo puedo hablar). Sólo dos peros: la horrenda indumentaria con que la
protagonista se presenta en el baile, y
el detalle del sombrero alado, estilo camisitas voladoras en la reciente “Brokeback Mountain” del Teatro Real.
En definitiva el problema es que con sólo una
voz, la de Chausson, poco se puede hacer en una obra que precisamente se inserta en el belcantismo. De ahí el título
de este comentario, aunque como todo el
mundo sabe es el de una famosísima aria de Rosina en “El barbero…”, y no de Angelina en una Cenerentola que ciertamente supo a poco.
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