Como el fin
de semana pasado estaba pachucho y no salí mucho de casa, me
dediqué, con buena dosis de paciencia y disciplina, a ver la
representación grabada el pasado día 7 de enero en el Teatro
Chatêlet de París de la ópera Einstein on the beach que se
ofrece en internet a través de Culturebox (now available). Eso sí,
dosificada en tres sesiones de hora y media, para hacer más
digerible el asunto. Si en la propia sala el público entraba y salía
a su gusto, no iba ser yo menos en mi salón.
Tenía gran
interés por conocer esta obra de los estadounidenses Philip Glass
(música) y Robert Wilson (escena) que ha sido calificada por muchos
como una pieza maestra del siglo XX, pero que ha sido representada en
contadas ocasiones desde su estreno en el Festival de Avignon en
1976. Se explica así que las funciones parisinas fueran a teatro
lleno (à guichet fermé, para los franceses).
Yo conocía
alguna de las óperas de Glass (In the penal colony o The
perfect american, estrenada esta última en Madrid el pasado año
con bastante éxito) y algún trabajo de Wilson (que recuerde al
menos su Pèlleas et Mélisande en la Ópera de París en 2012, que creo que debe ser la misma que se representó en el Real un año antes)
que me resultaron interesantes. No voy a poner en duda la valía de
ambos artistas. Pero en este caso, cualquier parecido con la ópera
es mera coincidencia. No hay acción, los textos one, two, three,
four... son inconexos y sin sentido (¿verdad Mr Bojangles?).
Lami lami lami la la la música lami lami lami....dosolfa,
dosolfa repetitiva hasta la desesperación domido, domido....
A veces hace que te duela la cabeza, a veces no te dice nada, and
these are the days... y aunque te lo diga it could be....a
balloon..... Música trance creo que se llamaba entonces lo que
ahora se conoce como minimalismo. Tampoco la escenografía, ballets
incluidos, me resultó especialmente atractiva. Sólo la escena final
(knee play 5) alcanza un notable lirismo con el hermoso texto de
Samuel M. Jhonson. Eso sí, es de destacar la meritoria
interpretación it it it it de músicos, bailarines, actores
gun gun gun y cantantes, que deben de llevar un computador en
la cabeza que cuenta las repeticiones para saber cuándo tienen que
cambiar, the ones are like....
Sin duda es
una obra genial, singular, diferente...Es una obra rupturista,
experimental, de vanguardia...tanto que se pasa tres pueblos. Hace
falta, creo yo, tener valor para concebir algo así y presentarlo al
público. Lo curioso es que éste, el respetable, aplaude con
entusiasmo al final de las casi cinco horas de representación, con
Glass, Wilson y la coreógrafa Lucynda Childs en el escenario, sin
que nadie salte y diga “¡¡el rey está desnudo!!”. Esa es sin
embargo my friends la sensación que me dio a mi, rancio e
ignorante cateto de provincias, y no me corto un pelo al decirlo. Son
las cosas del arte contemporáneo, en el que la línea que separa lo
sublime de lo ridículo es tan tenue que a veces se traspasa con suma
facilidad. En este caso yo diría que más que de ridículo se puede
hablar de absurdo. Claro que ¡mira que empeñarme en buscar un
sentido! Gente no tan provinciana como yo sin embargo, como por
ejemplo Mario Vargas Llosa, denunció hace ya mucho tiempo que algo
andaba podrido en un mundo del arte en el que el camino más seguro
hacia el éxito es simplemente llamar la atención. Es lo que hoy
vemos tantas veces en el terreno de la escenografía operística.
Con todo,
yo animo a todo el que le guste la ópera, o simplemente se interese
por la cultura de nuestros días y tenga un ratito libre, a
que vea la obra y me diga si comparte o no estas opiniones. Es una
experiencia que no olvidará fácilmente. Porque yo digo que el rey
está desnudo, pero porque es que he visto al rey en pelotas.
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