Cuando uno ve al año unas
treinta o cuarenta representaciones de ópera, agradece que los programadores de
los teatros estiren el repertorio y echen mano de títulos menos habituales,
porque lo que son los Mozart, Verdi, Puccini o Donizetti, con todos mi respetos
y admiración para ellos, los tenemos ya más que trillados. Este año por ejemplo
si no he visto tres “Don Giovanni”, no he visto ninguno. Y seguro que algunos
otros títulos populares también se habrán repetido. Por eso nunca me he quejado
de las “rarezas” con que Halffter ha ido jalonando el abono de cada año en esta
etapa que ahora toca… ¿a su fin?. Desde “Dr Atomic” a “Der ferne Klang” o “El
enano” de Zemlinsky, de entre los que ahora mismo recuerdo. Sin embargo el
atrevido experimento de este año resultó, a mi modesto modo de ver, fallido.
Para empezar es dudoso
que pueda atribuirse la categoría de ópera a una pieza de no más de treinta
minutos de duración. Es como llamar novela a un cuento. Es lo que ocurre con “El
dictador” de Ernst Krenek. Una obra que muy bien se podía dar en versión
concierto..y ya está. En todo caso contaba con el atractivo de su estreno en
España, y eso es un punto a su favor. A mí me resultó ni fu ni fa. Además Halffter
imprimió excesivo volumen en algunos pasajes, algo a lo que tiende más de lo que
debiera, de manera que a veces me atronaba los oídos.
Más interesante me
pareció la propuesta de “El emperador de la Atlántida”, obra que su autor
escribió durante su estancia en el campo de concentración de Terezín, antes de
morir en el de Auschwitz, lo que ya le otorga un valor especial. Sin embargo,
lo que oímos no fue la obra de Viktor Ullmann, sino un arreglo, y muy profundo,
de Pedro Halffter. Muy buen arreglo sin duda, pero que tapa y desvirtúa al
original. Lo que compuso Ullman, para orquesta de cámara, era más Kurt Weill,
mientras que lo que escuchamos en el Maestranza era más Strauss. Así que yo me
pasé toda la representación dándole vueltas a este asunto, que tiene mucha miga.
Por lo demás aquí sobresalió el montaje escénico de Ricardo Sánchez Cuerda y
sobre todo el vestuario de Jesús Ruiz.
En cuanto a los
cantantes mereció mucho la pena –para mi lo más valioso de la velada-´escuchar
a Martin Gantner en su doble papel de Dictador y Emperador, con un magnífico
fraseo que apoya en su potencia vocal. Sobre el dúo femenino había leído previamente
dos críticas contradictorias, una inclinándose por Nicola Beller Carbone y minusvalorando el trabajo de Natalia
Labourdette, y otra a la inversa. Para mí sin duda cantó mejor Natalia, sin
quitar que la Beller Carbone es una señora estupendamente construida, si esto
se puede decir en los tiempos que corren, y que no tiene recato en demostrarlo
cada vez que viene al caso (aún hay quien la recuerda en “..Kandaules”). Entre
los demás cantantes masculinos llamó la atención la profundidad de voz del bajo
Sava Vemic, y estuvieron a buen nivel David Lagares y Vicente Ombuena.
Las dos piezas fueron
entrelazas sin descanso con unos a modo de interludios también compuestos por
Halffter sobre la base de otras piezas de Ullmann. El teatro presentó una de
las entradas más flojas que recuerdo. Era de suponer. Esperemos que la taquilla se reponga con
el verdiano “Il trovatore”.
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