España ya
ha sufrido en su historia reciente la calamidad de tener un
presidente incompetente en grado superlativo como lo fue José Luis
Rodríguez Zapatero, sin duda el peor de los que han ocupado el cargo
desde la restauración de la democracia. Este señor llegó a la
Moncloa de manera sorpresiva cuando nadie lo esperaba y en
circunstancias que todo el mundo conoce y desde allí, bien es cierto
que con crisis mundial de por medio, llevó al país con su ineptitud
a una de las situaciones más críticas por las que ha atravesado,
dejándolo al borde del colapso económico, y gravemente herido en su
cohesión social y territorial. Circula por ahí una película más
bien malota que entre nosotros se tituló “De incompetente a
presidente” en la que un concejal de barrio de Washington DC llega
a la Casa Blanca. Como comedia está bien, pero igual podía
aplicarse el título al caso de Zapatero, y el precio que hemos
tenido que pagar por ello los españoles no es ninguna broma.
Pues a pesar
de ello, sólo han pasado cuatro años desde que nos libramos del de
la ceja, y ya tenemos a otro incompetente en puertas de acceder a la
presidencia del gobierno de la nación. Cuando apenas habíamos
empezado a salir, parcialmente, del marasmo provocado por el último
gobierno socialista, los herederos de los responsables del mismo se
aprestan sin rubor alguno a abanderar un nuevo cambio de rumbo
político. ¿Hacia dónde? ¿Otra vez a la catástrofe de dónde
venimos?¿Es que los españoles tenemos tan cortita la memoria? ¿Se
puede esperar otra cosa de Sánchez, sólo, o, lo que es peor, en
compañía de otros? Pues seguramente no, pero ahí lo tenemos,
designado por el Rey para que intente formar gobierno.
Para empezar
el chico le ha dicho al Su Majestad que el está dispuesto a hacerlo.
Y Don Felipe le ha dicho “¡ea, chavalote, pues ahí lo tienes!”. Y
ahora resulta que el tío iba de farol, y que necesita nada menos que
un mes para intentarlo, porque no sabe ni por dónde empezar. ¡Así
también le digo yo al Rey que me proponga!
La única
virtud potable de este muchacho es la percha, pero cerebro tiene
menos que un mosquito. Eso sí, buenas dosis de ignorante
atrevimiento no le faltan. Émulo de su predecesor ZP -creo que
perfectamente puede llamársele ZP2, a pesar de que suene algo
escatológico- Pedro Sánchez probablemente no tenga la debida
conciencia de la insoportable levedad intelectual que exhibe cada vez
que abre la boca, sólo para expresar eslóganes, tópicos y lugares
comunes (“alianzas para la esperanza” y otras sandeces
incluidas). Está tan pagado de su belleza -hay que fijarse en su
manera de andar, en sus poses- que no tiene tiempo de percatarse de
sus limitaciones en otros campos. Si alguien aludió a Zapatero como
el “bobo solemne” a este lo podríamos llamar el “bello bobo”.
La única “idea” que se le conoce es la de su aversión enfermiza
a la derecha y al partido que en las últimas décadas ha sido
hegemónico en ese espacio político que comparten un buen puñado de
millones de españoles. Compatriotas a los que Sánchez menosprecia
hasta el punto de haberse negado en redondo hasta ahora siquiera a
hablar con sus representantes parlamentarios. El bello Sánchez, y
toda la pandilla de incompetentes a su medida que lo rodean, podían
pararse un momento a pensar -¡uf, qué trabajo!- y ver si a los
españoles les interesaría más seguir el ejemplo de Alemania o el
de Grecia. Pero eso sería demasiado pedir a estas criaturas, firmes
partidarios del modelo heleno, que dicen de “progreso”. O al
menos eso quieren intentar con denuedo hasta que todos nos partamos
la crisma. Los que saben en su partido le advierten de lo peligroso
de su aventura. Pero él los desoye. Quiere ser el capitán de este
Titanic a toda costa. Y con sus noventa exiguos diputados quiere
hacerse la ilusión de poder gobernar un país sin tener que pagar
-ya se lo ha advertido Iglesias- altos costes por ello.
La
calamitosa experiencia de ZP no fue al parecer suficiente
escarmiento. Se ve que al personal le va la marcha, y ahí tenemos a
ZP2 dispuesto a darle gusto. Camino estamos de vivir la reedición
corregida y aumentada de aquello. Habida cuenta de la aritmética
parlamentaria, no le será fácil, pero en este desquiciado país en
el que la sensatez se ha convertido en un bien tan escaso, no hay
nada que nos garantice mantenernos a salvo del peligro de que el tal
Schz alcance su finalmente objetivo. Al propio Zapatero le parecía
tan simple -el simple lo era él- ser presidente del gobierno que
pensaba que podía serlo cualquiera. Él fue un buen ejemplo, y ahora
¿quién más “cualquiera” que Sánchez para repetirlo?
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