Sierra Nevada no es sólo
la estación de esquí de Sol y Nieve, el Veleta y el Mulhacén. Hay muchas más
cimas y lugares de interés en el extenso macizo nevadense. Uno de mis lugares
favoritos es el Puerto de la Ragua, en el límite de las provincias de Granada y
Almería. Desde allí subimos el pasado año, o el anterior, que ya no lo recuerdo
bien, al Chullo, el pico más alto de la
provincia más oriental de Andalucía. En esta ocasión nos dirigíamos a la parte
central de la cordillera, cerca de Guadix. Nuestro objetivo era hacer tres
cumbres de más de tres mil metros de una tacada. La mayoría de nosotros -tres de los cuatro- ya hemos dado la vuelta a los veinticinco, y a esta edad hay algunas cosas que
hay que hacer rapidito, mientras el cuerpo aguante.
El Picón de Xérez (no de
Jerez) es un bicharraco. Mientras subíamos por la carretera forestal desde
Xérez del Marquesado lo íbamos contemplando cada vez más de cerca a cada curva
cerrada que avanzábamos....y nos iba metiendo el “respeto” en el cuerpo. Mi
interés por esta montaña que domina el Zenete venía de largo, desde que supe de
la historia del avión militar DC4 norteamericano que tuvo que aterrizar de
emergencia en la ladera norte de esta montaña, en el sitio llamado la Piedra
del Lobo, a unos dos mil seiscientos
metros de altitud, el 8 de marzo de 1960. Fue un suceso casi milagroso, pues no
hubo víctimas mortales. Los veinticuatro ocupantes del avión, muchos de ellos
heridos como consecuencia del impacto, fueron rescatados por los vecinos de Xérez.
El pueblo entero se implicó en la tarea de sacar a los accidentados de aquél
lugar, de difícil acceso por estar además en aquella época del año cubierto por
la nieve. Aquello me llamó la atención, por no sé qué extraños procesos según
los cuales acogemos o rechazamos las cosas que nos interesan o no, y desde entonces se alojó en algún lugar de mi
cerebro la idea de subir esta cumbre, y cada cierto tiempo me empujaba a buscar
información y a planear la excursión hasta que se presentó el momento de
llevarla a cabo.
Cuando llegamos al
refugio del Postero Alto, en aquella tarde de primeros de julio en que por fin
nos disponíamos a cumplir aquél viejo proyecto, ya el sol se había ocultado, y sobre la línea
de las montañas destacaba en el cielo la pareja de moda por aquellos días:
Júpiter y Venus habían celebrado días a tras
su espectacular conjunción, y aunque ya la distancia comenzaban a ponerse de
nuevo entre ellos, lucían con la intensidad
de unos amantes aún saciados y henchidos de felicidad por el encuentro amoroso largamente
esperado. Al poco salió la luna blanca y brillante desde detrás de los negros
pinos del bosque que quedaba hacia levante. En aquellos momentos no soplaba una
brizna de aire, todo era calmo. Pero luego, durante la noche se levantó el viento que pude escuchar bien en mis
desvelos cómo hacía abatir las contraventanas sobre los postigos del refugio. Cenamos
teniendo a la vista nuestro reto del día siguiente y algunas mariposillas
revoloteaban en el estómago.
Antes del amanecer ya nos hemos levantado para iniciar bien temprano la ruta. Durante el desayuno intercambiamos opiniones con algunos de los escasos montañeros que se proponen llevar itinerarios parecidos al nuestro. El sol ha salido y la luna se ha puesto, y nosotros cogemos el camino del cortafuegos que comienza a ascender hacia la Loma de Enmedio. A nuestra derecha se ve el Picón, adornado con el blanco de algunos neveros. También se divisa perfectamente la línea del barranco del Alhorí, que es por donde vamos a subir. Es como una hendidura tallada en la montaña a lo largo de milenios por el curso de agua que nace cerca ya de la cumbre. La corriente baja fresca y cantarina, tiñendo de verde sus contornos. Algunas vacas serranas aprovechan el pasto. Se suceden las cascadas por donde va descolgándose el arroyo. Y nosotros hacia arriba. La corriente de este barranco vierte al arroyo de Xérez, y este a su vez al río Guadix, de aquí al Fardes, al Guadiana Menor y al Guadalquivir. Acaso –acaso no, seguro- las aguas con las que nos cruzamos acabarán alcanzando el mar en la otra punta de Andalucía, de donde venimos.
Casi cuatro horas nos
lleva salvar los mil doscientos metros de desnivel existente entre el refugio y
la primera de las cumbres del día. Las últimas rampas especialmente se hacen
duras. El Picón se resiste a ser conquistado, aliándose para ello con el
viento, que sopla con tal fuerza que en algunas rachas parece poder desequilibrarte.
Pasamos por un lugar donde la montaña está rota, con unas impresionantes
grietas a un lado y otro que amenazan con tragarse a quien pudiera caer en
ellas. Ahora no presenta especial peligro, pero en invierno, con la nieve, debe
ser otra cosa. Seguimos. Parece que la
subida no va a acabar nunca. Hay que armarse de paciencia. Entre tanto hemos
cogido a un grupo que iba por delante y esto también es un apoyo psicológico
importante, sobre todo porque ellos van con un guía y esto nos asegura que
vamos por buen camino. Con todo, por momentos tengo que poner el “modo ocho
mil” a pesar de que sólo estamos a tres mil metros. Creo que algo me ha
afectado la altura y por eso tengo que pensar cada paso que doy. Así,
lentamente y con esfuerzo conseguimos al fin coronar. En la montaña, como en
otros deportes, la gloria se alcanza con dolor. Quien quiera comodidades, que se
abstenga. Dentro de la prudencia, tienes que explorar tus límites, pero cuando
consigues el objetivo te compensa de todos los esfuerzos.
Ahora toca crestear un
poco. Aquí las crestas son suaves y fáciles de transitar. La erosión ha hecho
su trabajo para que podamos disfrutar un poco mientras recuperamos del
esfuerzo de la subida, así que sin demorarnos mucho nos dirigimos al Puntal de
Juntillas, segundo objetivo del día, y que no es difícil de alcanzar puesto que
sus 3141 metros no difieren mucho de los 3090 del Picón. El único problema es
el viento frío que sopla. Parece increíble, estado en uno de los días más
calurosos del verano. En el Puntal nos
despedimos del grupo con el que hemos compartido ruta durante unos kilómetros.
Ellos se dirigen hacia el oeste, camino, creo, del Alcazaba y el Refugio de la
Caldera, y nosotros lo haremos hacia el sur.
La tercera y más alta de
nuestras cumbres, el Cerro Pelado (3189 m), se alza allí delante. Aquí sí que
hay que subir de nuevo, porque hemos descendido algo, y ello nos plantea dudas ya que alguno de nosotros va tocado
muscularmente y no es cuestión de apurar al máximo. La prudencia en la montaña
es fundamental para evitar situaciones desagradables. Pero finalmente decidimos
subir. El nuevo esfuerzo, corto pero nuevamente intenso, merece la pena para
poder contemplar las mejores vistas de la ruta sobre los colosos Alcazaba,
Mulhacén y Veleta. Ahora me invade una sensación de euforia. Doy gracias al Cielo
por haberme traído hasta aquí, a contemplar esta grandeza.
Pero el trabajo no está
terminado. De aquí hasta el refugio tenemos mil trescientos metros de desnivel,
ahora hacia abajo. Lógicamente es más descansado, pero no va a dejar de ser
fatigoso un descenso tan pronunciado y continuo. Primero pasamos por la Peña de
los Ladrones, donde paramos un momento a resguardo de estas rocas que emergen
de la montaña con sus caprichosas formas. Es el único cobijo que puede encontrarse
por la zona, donde la vegetación lógicamente no levanta mucho del suelo y se
reduce a unos “bouquets” silvestres de florecillas malvas que sin embargo son
bastante abundantes, dando una tonalidad singular al terreno. Luego nos acercamos
al puerto de Trevélez, sobre el que se está formando una inquietante nubecita que amenaza con tormenta vespertina.
Efectivamente descargaría más tarde, aunque sin aparato eléctrico. Durante toda
la bajada nos acompaña la vista de las cumbres hacia el este: el San Juan, el
Morrón del Mediodía…hasta el Chullo. Conforme vamos bajando la temperatura va
subiendo y el calor comienza a notarse. Pero al fin, siete horas y media después de nuestra
partida, alcanzamos el final de la ruta. Habrá cimas y rutas más complicadas,
pero para nosotros este era un reto importante y la satisfacción por haberlo
conseguido es grande. Es hora de volver a casa.
En Guadix, donde
paramos un momento a tomar una cocacola hace un calor aplastante. ¡Qué contraste con la temperatura de las cumbres! Por
el camino, a pesar del dolor de piernas,
ya vamos pensando en próximos proyectos. Quizá el Trevenque, que nos
espera desde hace un año. Quizá el Mulhacén desde la vertiente sur. Quizá los
Lavaderos de la Reina…. Vamos hablando sobre lo que nos mueve a cada uno a
subir allá arriba, cuando el Picón de Xérez y otras cumbres penibéticas van
quedando ya a lo lejos en el horizonte. Yo no tengo ninguna duda: me mueve la
curiosidad por saber qué es lo que se ve desde tan alto, qué nuevos horizontes
puedo descubrir que nunca podría otear de quedarme sentado aquí abajo.
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