Como
habíamos previsto, el domingo 19 de mayo salí con unos amigos a dar una vuelta por la montaña. El objetivo era alcanzar
la cima del Aljibe, situada a 1091 m de altitud en el Parque Natural de los
Alcornocales, en el límite de las provincias de Cádiz y Málaga.
Llegamos por Jerez de la Frontera y Alcalá de los
Gazules, feudo tradicional del socialismo andaluz -que incluso ha dado a España
ministra de imperecedera memoria- donde pudimos observar una de las obras
emblemáticas que caracterizan a este régimen: un costeadísimo carril bici… que
no lleva a ninguna parte.
Desde Alcalá nos dirigimos hacia el puerto de Gáliz. A
la salida del pueblo pudimos divisar fugazmente nuestro destino, perdiendo
después su vista por el juego de curvas y contracurvas y la frondosa arboleda
que rodea la carretera. Dentro del coche sonaba en la radio la Consagración de la Primavera de Stravinski, y fuera la
contemplábamos.
Al Aljibe puede accederse por dos rutas: la primera que
encontramos en nuestro camino es la que
arranca desde el área recreativa del Picacho, desde donde puede accederse
también al pico del mismo nombre. La dejamos atrás porque buscamos la ruta que
transita por la aldea de la Sauceda, más al norte. Unos cuantos kilómetros y
bastantes curvas más allá ya estábamos en el punto de partida de nuestra
excursión a pie.
El bosque misterioso |
Casi toda la ascensión, que iniciamos en una altitud
de unos quinientos metros, va transcurriendo por un hermoso a la vez que inquietante
bosque de quejigos y alcornoques, salpicado aquí y allá de viejos ejemplares de formas complicadas y
singulares. A poco de empezar, se llega al lugar donde estuvo la aldea de la
Sauceda, refugio documentado de forajidos y bandoleros desde el siglo XVI.
Hasta aquí vino Argote de Molina, que luego se quedó con una afamada calle en
Sevilla, a combatirlos. Siglos después, en
la Guerra Civil, fue escenario de una sangrienta acción contra partidarios
republicanos que allí se habían refugiado. Hoy sólo quedan los restos de una
capilla y unas casitas recientes a modo de albergues, donde también se habrá
gastado un dinero, y actualmente están abandonadas. Algunas tienen hasta camas.
Quien no tenga miedo a los espíritus puede
pasar allí la noche.
La Sauceda |
Continuamos la ascensión por el bosque sombreado y húmedo,
en el que abundan helechos y musgos, y corrientes de agua que descienden por
los canutos, cuyo rumor, junto al canto de los pájaros, se unen a la banda
sonora de esta película. Como se sabe, un aljibe es una cisterna o depósito
para recoger agua, y aquí no falta. De pronto, junto al principal arroyo que surca
la ladera, aparecen los primeros ejemplares de rododendros, en pleno
periodo de floración. Mi afición al
rododendro me viene de la época en que era lector asiduo del filósofo José
Antonio Marina, gran amante y cultivador de este arbusto. Desde que supe que en
estos bosques se encontraban algunos de los escasos y amenazados ejemplares
silvestres en la península, lo marqué entre mis objetivos. Sus flores de llamativo color rosado, agrupadas
en ramilletes, ponen una nota de
exotismo entre los verdes y ocres predominantes.
Rododendros |
Conforme se gana altura van desapareciendo los
rododendros. En este tramo, buena parte de la senda transcurre por los propios
arroyos, lo que dificulta un tanto la marcha, y sobre todo hay que tenerlo en
cuenta en época de lluvias. Es ya muy cerca de la cima cuando comienza a
desaparecer la frondosa vegetación y es entonces cuando, mirando al
sureste, pudimos avistar Gibraltar. Aquí
reinaba el viento de poniente del que durante la subida nos había protegido la
propia montaña, y la temperatura cambió de repente, teniendo que hacer uso de
la ropa de abrigo, hasta ese momento superflua. Ya prácticamente el camino es
llano, salvo la última protuberancia rocosa que es donde se encuentra el vértice
geodésico, Desde lo alto de estas rocas la vista es impresionante, aunque el
viento pega fuerte. Desde el Torreón, en la sierra del Pinar, hasta el Jebel
Musa, en la vecina África. Desde la bahía de Cádiz, al Torrecilla, en la Sierra
de las Nieves. En los días auténticamente claros, nos contaron, se ven hasta
los barcos en el estrecho. Será por eso que allá un poco más abajo hay un
observatorio militar, para controlar por si acaso.
Las legendarias columnas de Hércules, vigiladas desde el observatorio militar. |
Dicen que aquí estuvo y se bañó la reina Isabel la
Católica, cuando anduvo por estas tierras luchando con los moros, en un sitio –oquedad
excavada o formada naturalmente en la roca con forma de bañera- que le llaman
por eso la pilita de la reina. Si la
reina subió allí, que lo dudo, desde
luego no creo que lo hiciera para bañarse. Nosotros no vimos la pilita porque
nos despistamos. Sí otras oquedades de más reducida dimensión que bien pudieran
ser el bidet y el lavabo de la regia sala de baño.
Sanitarios de roca |
A la vuelta, para no pasar otra vez por
donde Herodes, nos fuimos por Ubrique. Pero no vimos a Jesulín. Lo que a pesar
de todo no empañó nuestra satisfacción por haber podido contemplar la belleza
de los rododendros en flor.
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