Foto: Juan Flores ABC |
Si me dan a escoger entre
el famoso tríptico verdiano que conforman Traviata, Rigoletto y Trovatore sin
duda este sería el orden de mis preferencias. No es por tanto la que en estos
días se representó en el Maestranza mi opera favorita del de La Roncole. Y no
es que carezca, por supuesto, de calidad musical, pero la historia del
chiclanero Antonio García Gutiérrez, llevada al libreto por mi tocayo Salvatore
Cammarano, es a mi modo de ver infumable, por más que cuenten las crónicas que
en su día constituyó un gran éxito teatral. Esa mezcla de amores, venganzas y
muertes, que también se da pero de otra manera en Rigoletto, a mi en este caso
no me convence en absoluto, y hace que nunca pueda llegar a creerme realmente lo que estoy
viendo. Supongo que será cuestión de mentalidades, las de nuestros tatarabuelos
tan diferentes de las nuestras.
La velada presentaba el
atractivo principal de la presencia de nuevo entre nosotros de Angela Meade, una
cantante top en el panorama internacional que hemos tenido la fortuna de poder
disfrutar aquí por segunda vez. Dejó buena tarjeta de presentación en Tacea la notte placida, pero fue en la
segunda parte de la obra donde dejó ver todo el amplio abanico de sus virtudes
canoras. Un fiato portentoso, unos agudos vibrantes, unos filados
incandescentes... Su D'amor
sull'ali rosee constituyó
uno de esos momentos mágicos en una representación operística en te olvidas
hasta de respirar.
Si de Meade lo
esperábamos todo, la mezzo Agnieszka Rehils constituyó una gratísima sorpresa
pues no tenía ninguna referencia de ella. Una voz densa, con un registro grave
de los que marcan la diferencia. La única pega es que su figura esbelta y
juvenil no da quizá el tipo de la gitana Azucena, madre, aunque sólo putativa, del
ya crecidito Manrico.
Junto a estos dos
portentos vocales, mantuvo el tipo, si acaso un pelín por debajo de sus compañeras,
el italiano Piero Pretti , con también lucido curriculum en primeras plazas, que no tuvo problemas para, en el momento
culminante de su papel, coronar Di
quella pira con un bien colocado y prolongado do de pecho.
Mucho más gris por el
contrario el trabajo de Levrov y Dal Zovo en los papeles del malvado Conde de
Luna y de su fiel Ferrando. Levrov estuvo francamente mal en Il balen del suo sorriso aunque luego
mejoró en el dúo con Leonora del cuarto acto.
Tampoco me agradó mucho
en esta ocasión la dirección de Pedro Halffter, con unos tempi excesivamente
parsimoniosos en algunos pasajes que restaban fuerza a la interpretación.
También el coro tuvo sus desajustes, algo no habitual en la consolidada
formación.
Pero lo peor sin duda fue
la producción. Vamos a ser claros: impresentable. Yo no entiendo los paños
calientes que he leído en las críticas, por el mero hecho de que sea fiel al
libreto. Esas dos escaleras…esos paneles…esa iluminación escasísima… Una cosa
es el minimalismo y otra la tacañería en medios. Por lo que llevo visto
últimamente no son los teatros italianos, por lo general, buen referente para
producciones. La cosa debe estar cortita, también por allí.
A pesar de todo, después
de todas estas peguitas de viejo cascarrabias, hay que decir que la
representación satisfizo en gran manera al respetable, a tenor de los aplausos
cosechados. Incluso me comentaba alguien, que se acercaba por vez primera a este
maravilloso espectáculo, que le había encantado. Esperemos que estas funciones a teatro lleno hayan contribuido a fomentar y relanzar la afición por el
género en nuestra ciudad.