sábado, 1 de junio de 2013

UN PASEO POR EL ALJIBE


Como habíamos previsto, el domingo 19 de mayo salí con unos amigos a dar una  vuelta por la montaña. El objetivo era alcanzar la cima del Aljibe, situada a 1091 m de altitud en el Parque Natural de los Alcornocales, en el límite de las provincias de Cádiz y Málaga.
Llegamos por Jerez de la Frontera y Alcalá de los Gazules, feudo tradicional del socialismo andaluz -que incluso ha dado a España ministra de imperecedera memoria- donde pudimos observar una de las obras emblemáticas que caracterizan a este régimen: un costeadísimo carril bici… que no lleva a ninguna parte.
Desde Alcalá nos dirigimos hacia el puerto de Gáliz. A la salida del pueblo pudimos divisar fugazmente nuestro destino, perdiendo después su vista por el juego de curvas y contracurvas y la frondosa arboleda que rodea la carretera. Dentro del coche  sonaba en la radio la Consagración de la Primavera de Stravinski, y fuera la contemplábamos.
Al Aljibe puede accederse por dos rutas: la primera que encontramos en  nuestro camino es la que arranca desde el área recreativa del Picacho, desde donde puede accederse también al pico del mismo nombre. La dejamos atrás porque buscamos la ruta que transita por la aldea de la Sauceda, más al norte. Unos cuantos kilómetros y bastantes curvas más allá ya estábamos en el punto de partida de nuestra excursión a pie.
El bosque misterioso
Casi toda la ascensión, que iniciamos en una altitud de unos quinientos metros, va transcurriendo por un hermoso a la vez que inquietante bosque de quejigos y alcornoques, salpicado aquí y allá  de viejos ejemplares de formas complicadas y singulares. A poco de empezar, se llega al lugar donde estuvo la aldea de la Sauceda, refugio documentado de forajidos y bandoleros desde el siglo XVI. Hasta aquí vino Argote de Molina, que luego se quedó con una afamada calle en Sevilla,  a combatirlos. Siglos después, en la Guerra Civil, fue escenario de una sangrienta acción contra partidarios republicanos que allí se habían refugiado. Hoy sólo quedan los restos de una capilla y unas casitas recientes a modo de albergues, donde también se habrá gastado un dinero, y actualmente están abandonadas. Algunas tienen hasta camas. Quien no tenga miedo a los espíritus puede  pasar allí la noche.
La Sauceda
Continuamos la ascensión por el bosque sombreado y húmedo, en el que abundan helechos y musgos, y corrientes de agua que descienden por los canutos, cuyo rumor, junto al canto de los pájaros, se unen a la banda sonora de esta película. Como se sabe, un aljibe es una cisterna o depósito para recoger agua, y aquí no falta. De pronto, junto al principal arroyo que surca la ladera, aparecen los primeros ejemplares de rododendros, en pleno periodo  de floración. Mi afición al rododendro me viene de la época en que era lector asiduo del filósofo José Antonio Marina, gran amante y cultivador de este arbusto. Desde que supe que en estos bosques se encontraban algunos de los escasos y amenazados ejemplares silvestres en la península, lo marqué entre mis objetivos. Sus  flores de llamativo color rosado, agrupadas en ramilletes, ponen una  nota de exotismo entre los verdes y ocres predominantes.
Rododendros
Conforme se  gana altura van desapareciendo los rododendros. En este tramo, buena parte de la senda transcurre por los propios arroyos, lo que dificulta un tanto la marcha, y sobre todo hay que tenerlo en cuenta en época de lluvias. Es ya muy cerca de la cima cuando comienza a desaparecer la frondosa vegetación y es entonces cuando, mirando al sureste,  pudimos avistar Gibraltar. Aquí reinaba el viento de poniente del que durante la subida nos había protegido la propia montaña, y la temperatura cambió de repente, teniendo que hacer uso de la ropa de abrigo, hasta ese momento superflua. Ya prácticamente el camino es llano, salvo la última protuberancia rocosa que es donde se encuentra el vértice geodésico, Desde lo alto de estas rocas la vista es impresionante, aunque el viento pega fuerte. Desde el Torreón, en la sierra del Pinar, hasta el Jebel Musa, en la vecina África. Desde la bahía de Cádiz, al Torrecilla, en la Sierra de las Nieves. En los días auténticamente claros, nos contaron, se ven hasta los barcos en el estrecho. Será por eso que allá un poco más abajo hay un observatorio militar, para controlar por si acaso.
Las legendarias columnas de Hércules, vigiladas desde el observatorio militar.

Dicen que aquí estuvo y se bañó la reina Isabel la Católica, cuando anduvo por estas tierras luchando con los moros, en un sitio –oquedad excavada o formada naturalmente en la roca con forma de bañera- que le llaman por eso la pilita de la reina. Si la reina subió allí, que lo dudo,  desde luego no creo que lo hiciera para bañarse. Nosotros no vimos la pilita porque nos despistamos. Sí otras oquedades de más reducida dimensión que bien pudieran ser el bidet y el lavabo de la regia sala de baño.
Sanitarios de roca

         A la vuelta, para no pasar otra vez por donde Herodes, nos fuimos por Ubrique. Pero no vimos a Jesulín. Lo que a pesar de todo no empañó nuestra satisfacción por haber podido contemplar la belleza de los rododendros en flor.

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