viernes, 14 de junio de 2013

¿ESTAMOS DESCONCERTADOS?


La enseñanza concertada en Andalucía está sufriendo un ataque sin precedentes –expresión que tanto le gusta utilizar a la izquierda- por parte de la Junta. Primero fue la supresión de conciertos a los centros de educación diferenciada –cuestión que merecería una reflexión aparte- y luego la eliminación de unidades en otros diversos centros, a pesar de contar con  sobrada demanda social.
El problema es grave –hasta los obispos han llamado la atención sobre ello- porque la supresión de unidades hoy se traduce en la de líneas completas en el futuro, y si esta tendencia se consolida, mañana pueden ser más. La Junta dice basar su decisión en el descenso demográfico: hay, en global, menos población a escolarizar, y consiguientemente la reducción de la oferta tiene que venir por el lado de la concertada, sea cual sea la demanda real que esta tenga por parte de los padres. Un planteamiento que pone en evidencia que para los que mandan en la educación en nuestra comunidad –responsables de las alarmantes tasas de fracaso escolar que padecemos, entre otras cosas- la enseñanza concertada es una enseñanza de segunda categoría, una fórmula molesta con la que hay que tragar cuando no se tiene más remedio, pero que a poco que se pueda hay que eliminarla. Este es sin duda el planteamiento oculto del PSOE y explícito –está en su programa- de IU.
A día de hoy la enseñanza concertada es la fórmula –podría haber otras, pero esta es la que tenemos- que permite a los padres que no somos ricos elegir el tipo de educación que queremos para nuestros hijos. Los padres tenemos ese derecho, y a que esa educación sea financiada con fondos públicos, porque todos pagamos impuestos para ello. Es un problema que afecta por tanto sobre todo a la libertad de elección de las familias, y consiguientemente a la libertad de la sociedad en general,  y así deberíamos considerarlo con independencia de que nos afecte o no de manera directa y concreta.
La situación ha propiciado la creación de una plataforma en defensa de la enseñanza concertada a la que se ha puesto el ingenioso nombre de ESTAMOS DESCONCERTADOS. La expresión tiene evidentemente un doble sentido. El primero haría alusión específicamente a los centros a los que se pretende dejar sin concierto. El segundo  al desconcierto que esta decisión unilateral de la Junta les produce a algunos. A mi particularmente no me lo provoca. Era lo esperable de un gobierno social-comunista, cuyo ideal debe estar cercano a que  el Estado sea el Único y Gran Educador, como es propio de los regímenes totalitarios. Pero es que además eso de que la enseñanza concertada es de segunda clase para la Junta no es nada nuevo. Desde siempre la enseñanza concertada ha sido sometida a un régimen de ninguneo, cuando no de acoso, por parte de las autoridades educativas socialistas, manteniéndoles una financiación de mera subsistencia y de casi asfixia económica. Desde siempre se ha impuesto que la enseñanza concertada no se mueva más allá del 20% de la oferta educativa, cuando podía ser mayor. Desde siempre se ha favorecido con  todo tipo de prebendas a la enseñanza pública, de manera que una plaza pública llega a costar más del doble que una concertada, a pesar de lo cual los colegios concertados siguen manteniendo altas cotas de calidad y gozando de la confianza de muchos padres como lo demuestra su elevada demanda  año tras año. Por lo tanto, quien se sorprenda de esto es que se ha caído de un guindo. Ahora la única novedad es que ya van a por todas, a eliminar la enseñanza concertada si les es posible, porque la coyuntura lo propicia. El PSOE consigue con ello contentar a quien le mantiene en el poder (IU) y al mismo tiempo abre un frente más de confrontación, que es a lo único que la Junta se dedica eficazmente desde hace dos años, con el gobierno central, promotor de una reforma educativa que no les gusta.
Habría que plantearse por tanto si no una reforma global del sistema, sí de cómo viene funcionando. El problema es que durante demasiado tiempo las propias entidades titulares de los centros concertados han venido condescendiendo con este tratamiento denigrante,  con tal de no romper con ese poder que les mantiene atenazados. Aún hoy me da la impresión de que muchos, víctimas del síndrome de Estocolmo, todavía dudan. Y protestan, pero sin levantar mucho la voz no vaya a ser que se enfaden los señoritos.  El problema es que los padres sólo nos preocupamos si les afecta directamente a nuestros hijos, cuando es un asunto que concierne a las libertades ciudadanas en general. Como en tantos otros campos ocurre, mientras que la enseñanza pública cuenta con experimentados profesionales de la protesta en su defensa, la libertad de educación sólo la defendemos torpes aficionados. Parece como si tuviéramos mala conciencia y nos avergonzáramos de luchar por nuestros derechos. De defender nuestra libertad. La libertad de una sociedad que camina borreguilmente hacia el adocenamiento igualitarista.


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