sábado, 22 de marzo de 2014

DEL VIEJO NUEVO ESTUDIO


Cuando vine a vivir aquí, el caserío del viejo barrio de la Feria estaba ya muy remozado. Mi propia nueva casa se levantaba sobre el solar de lo que habría sido antes un corral de vecinos y lo mismo ocurre con otras muchas edificaciones del entorno. Pero aún quedaba en pie algún vetusto inmueble cuya antigüedad se pierde en la memoria. Era el caso de una vieja casa, de una sola planta,  en el número 11 actual de la calle Antonio Susillo. Una casa vieja y con  historia, pues en ella había tenido su taller, en su época de máxima producción artística, el escultor umbreteño Antonio Illanes Rodríguez, autor las imágenes de las Hermandades  de San Roque y La Paz, del Stmo Cristo de las Aguas, de la Virgen de las Tristezas de la Vera-Cruz, del Stmo Cristo de  La Lanzada, o del Sagrado Corazón de Nervión. Illanes era un hombre de grandes inquietudes artísticas y culturales. Su labor en este campo no se limitó a su trabajo de tallista y pintor –él mismo pintaba sus imágenes, algo que consideraba fundamental en su estilo-, sino que fue académico, promotor de iniciativas culturales y también un estiloso escritor costumbrista según dejó plasmado en dos libros, en los que cuenta las numerosas anécdotas e historias relacionadas con su primer taller en la calle Santiago (Del viejo estudio), y luego con este del barrio macareno (Del nuevo estudio). No me resisto a transcribir la descripción que el propio artista hizo de su taller en este segundo libro, que tomo a su vez de un artículo de Pablo Ferrán publicado en ABC hace ya una década:
«Tiene el número nueve de la calle Susillo, antigua de Quesos, y mucho antes Corral de las Gallinas, la casa que compré por cuatro ochavos, pero que era buen dinero en aquellos casi fabulosos tiempos. Generación del 25 le han llamado algunos escritores. Es la vivienda soñada por un poeta, pequeñita y sevillana, antiquísima, quizás de tiempo de moro, y es lástima que algún día desaparecerá; campanilla monacal en la puerta, verdes rejas en las ventanas que horadan los gruesos muros y soportan solamente la techumbre; encima, aprisionada por los altos paredones que la cercan, las tejas suspirando cielos»
      
       A lo que parece, a pesar de la unción religiosa de sus imágenes, Illanes no era precisamente un místico, y su casa-taller fue escenario no sólo de la factura de estas obras que hoy suscitan la devoción de tantos sevillanos, sino también de numerosas reuniones de intelectuales y artistas, veladas literarias  y  fiestas a las que acudían relevantes personajes del cine, de la tauromaquia, del cante o del baile. Entre ellos se cuenta que una vez acudió allí nada menos que la famosa actriz Rita  Hayworth, con lo que nos podemos hacer una idea de que los saraos que se organizaban no serían cualquier cosa.

Azulejo conmemorativo en su estado orginal. Foto obtenida
del blog "Crónicas Julianas" de Julio Domínguez Arjona.
       Illanes murió en 1976, y su casa taller le sobrevivió hasta 2002, en que fue demolido para levantar en el solar un edificio de nueva planta. El estudio que un día fuera llamado nuevo, se había hecho viejo. En la fachada de la antigua edificación, varias hermandades de penitencia para las que había trabajado el escultor habían colocado un azulejo conmemorativo. Cuando vino la piqueta, el azulejo fue cuidadosamente desmontado, y después vuelto a colocar a la finalización de la obra. Pero el despistado alarife que se ocupara de ello equivocó el orden de las piezas, y puso las de arriba abajo y las de abajo arriba. Y se quedó tan a gusto. A lo mejor al hombre aquello incluso le parecería original, creativo, su toque personal. Como vivo casi al lado, y me topo con el azulejo cada vez que salgo de casa por el callejón de Teide, hace ya muchos años que lo comenté a algunos hermanos de las cofradías implicadas, pero no hubo reacción. El azulejo allí sigue, con su formato invertido, esperando que alguien venga a subsanar el desaguisado. Es un detalle pequeño, que sin embargo no deja de fastidiarme. Quizá esto que cuento no pertenezca a la gran historia de Sevilla, pero sí a la pequeña historia, a su intrahistoria. La de aquellos hombres y mujeres que con su arte hicieron grande nuestra Semana Santa. ¡Qué sería de nosotros sin esa historia!

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