domingo, 16 de abril de 2017

MENOS VALLAS, MÁS INTELIGENCIA

El palio de María  Santísima de la Concepción poco antes del primer incidente
¡¡Qué profunda tristeza tener que volver a hablar sobre este tema tras una Semana Santa en tantos aspectos espléndida!! Pero lamentablemente hay que hacerlo porque los sucesos de la Madrugada han venido a corroborar que la seguridad que nos habían vendido las autoridades municipales era pura baratija. Mercancía barata para hacerse notar y sacar pecho ante algunos incautos. El problema de la Semana Santa no está en la aglomeración de público en tal o cual calle. Cuando no se concentra en una lo hace en otra. El problema está en la educación y en la actitud de ese público. Por eso no tiene sentido limitar indiscriminadamente acceso a algunos lugares cuando por el resto de la ciudad siguen campando a sus anchas toda clase de gamberros y de elementos extraños a la celebración.
 Viví en directo las carreritas del 2000 y me quedó entonces la desalentadora sensación de la constatación de la enorme fragilidad de nuestra fiesta. Mi impresión, y la de muchos cofrades es que en aquél asunto no se llegó a hasta el final. Se tomaron algunas medidas, que el tiempo se reveló insuficientes. El año pasado llegó un señor que venía a arreglarlo todo, y lo único que ha hecho es fastidiarnos un poquito más.
 El viernes pasé por la Ecarnación algo antes de las tres y había una numerosa pandilla de gamberros formando gresca sin que nadie les molestara. Pero a mí, cuando llegué a Francos la policía no me dejaba entrar en la aforada calle. Me tuve que conformar con Villegas, también parcialmente inutilizada por el dispositivo de “seguridad”, que sin embargo no impedía la presencia de un grupito de niñatos hablando en alto y riéndose a carcajadas, a pesar de que pasaba el Silencio. Nada más terminar de pasar la cofradía se produjo la primera estampida de las que presencié ¿de qué sirvió la policía que allí estaba sólo para cortar accesos? Absolutamente para nada. ¿Tendrían que ver los niñatos de las risitas con el incidente? Un poco después, al otro lado de la carrera oficial, la hermandad del Calvario se encontraba atrapada en calle O´Donell. La recorrí de inicio a fin porque aquello no tenía trazas de moverse en un buen rato. Al llegar a la plaza de la Magdalena, ocupada ya en buena parte por el cortejo de la hermandad de la Esperanza de Triana, se produce de pronto otro revuelo y al rato otro. Allí no había ningún policía. Los nazarenos del Calvario, en una actitud ejemplar, pero yo diría que hasta un punto temeraria, aguantaron sin siquiera saber qué ocurría a sus espaldas. Uno de ellos cayó con su cruz al suelo. Fue suficiente. Si no por mí, sí al menos por las que me acompañaban. De vuelta a casa un nazareno de la Sentencia abandonaba también con su cirio roto, sin duda por algún atropello sufrido en la propia carrera oficial. Después de todo lo visto, y de lo que se comentaba por redes sociales, me pareció vergonzosa la actitud de los medios de comunicación en directo. Una cosa es no alarmar y otra ocultar la realidad. Aquí parece que todos se han puesto de acuerdo para taparle las vergüenzas al señor al que aplauden en los pregones. Sus medidas sin embargo se han mostrado ineficaces para atajar los verdaderos problemas. Habrá que hacer más y de manera diferente. Sobre todo pediría que no nos tomen el pelo más a las hermandades y a los sevillanos. 
La Semana Santa tiene hoy probablemente más enemigos que nunca en su dilatada historia. Hay que ser conscientes de esto y actuar en consecuencia. La seguridad hay que garantizarla frente a esos enemigos. Desde los que están manifiestamente en contra hasta los que simplemente no la respetan con sus actitudes incívicas. Si las autoridades son capaces, que lo hagan. Si no, que no nos vengan con milongas. Hacen falta menos vallas y más inteligencia. 

miércoles, 12 de abril de 2017

CALLES ROBADAS

La calle de Placentines,
estrecha y larga, parece
que la rasgó una saeta
con su punta fina y breve...


Así evocaba la angosta calle Placentines el poeta  Ramón Cué, el sacerdote jesuita mejicano, autor de aquél libro “Cómo llora Sevilla” que inundó de versos cofradieros nuestros años mozos. Es la calle desde la que se obtiene una de las mejores vistas de la Giralda, a veces estropeada por el merchandising kistch de las tiendas para turistas. Debe su nombre a los naturales de la ciudad italiana Piacenza que acompañaron al Rey Santo en la conquista de Sevilla. Hoy la calle de Placentines, tanto en su parte ancha (lateral del Palacio Arzobispal) como en la estrecha que recordaba el poeta,  es una calle prácticamente muerta para el disfrute de las cofradías. Paulatinamente fueron primero dejando de pasar cofradías por la parte más angosta, como la mía de la Sagrada Mortaja, como se dejó de pasar por otras calles estrechas como Cerrajería para sustituirla por la Cuesta del Rosario. Ahora han venido a darle el golpe de gracia los cabildos, tanto civil como eclesiástico, de la ciudad. Los canónigos se han reservado para ellos toda la grada y la acera del lateral del patio de los Naranjos, para poner allí cuatro famélicas filas de sillas a disposición de sus beneficiados, en el sentido amplio de la palabra. Han excluido a cientos de personas que ya no pueden disfrutar de ese espacio, que por otra parte estaba prácticamente vacío las veces que he estado por allí. Por su parte el Ayuntamiento ha cerrado la parte más estrecha de la calle, convertida en vomitorio para cangrejeros, y aforado el resto, con lo que el acceso queda al arbitrio del poli de turno que a ojo de buen cubero diga que aquello ya está lleno. Mi amiga Rosana Reyes vivía en una casa en el tercer tramo de la calle, que desemboca ya en Francos. Allí acudía con frecuencia en las Semanas Santas de mi época de estudiante, y aún después, a contemplar el paso de las hermandades. Ahora seguramente ya no podría hacerlo porque me lo impedirían los aforadores.  Nos podemos olvidar de Placentines para ver cofradías. Como nos podemos olvidar de Francos, Alcázares-Sor Ángela o -me han dicho, porque yo no he querido ir a verlo- del Arco del Postigo Aquí ha llegado un señor que ha dicho “la calle es mía” (¿les suena?) y lo más grave es que incluso le aplauden en los teatros en actos supuestamente “cofrades”. "Hay otras calles", ha dicho este señor. "Depende de para qué", le respondo yo. Habrá que lamentar, como Romero Murube con los cielos, las calles que perdimos. O más bien, las que nos robaron. 

domingo, 2 de abril de 2017

QUE LA DISFRUTEN

Confieso que estoy viviendo estos días previos a la Semana Santa con más escepticismo que ilusión. A las incertidumbres habituales acerca de la climatología, se une este año la preocupación por saber dónde nos van a dejar Cabrera y Pérez ver las cofradías y dónde no. Dicen los que saben que la Semana Santa necesitaba adaptarse a los tiempos. Me temo que para una adaptación completa a los que corren más bien debería desaparacer. La Semana Santa es una celebración viva, pero sus raíces y sus fundamentos son de otro tiempo. Así que cuidado con las adaptaciones. En materia de cofradías la modernidad por regla general nunca fue un activo. La novelería fue siempre uno de los males que las acechan. Ahora, en aras de esa adaptación, hemos entregado nuestra fiesta a los burócratas de la seguridad, que estaban deseando tener la ocasión de demostrarnos, una vez más, que sin ellos no podríamos vivir. Son, han llegado a tener la desfachatez de decir, los “salvadores” de la Semana Santa.

Yo, que soy un rancio, más que como salvadores los veo como una amenaza. No por la seguridad en sí mismo, que indudablemente es necesaria. Sino por la forma simplista de buscarla, alejando la presencia de público de los cortejos procesionales. Cierto es que con dichas medidas se han mostrado encantadas las cofradías que salen a hacer su desfile procesional, concepto antes denostado y que ahora habrá que recuperar, y a las que al parecer les molesta la gente que va a verlas. Me gustaría que se hiciese público un listado para ahorrármelas sin necesidad de aforamientos. También están satisfechos los establecimientos hoteleros: todo el que esté en la calle y no le dejen ver una cofradía es, de rebote, potencial consumidor en esos establecimientos. Encantada está por supuesto la televisión local, cuyo modelo de negocio, basado fundamentalmente en las retransmisiones de esta semana, se ve fuertemente reforzado con el aumento de audiencia. En cuanto a los opinadores profesionales me sorprende la actitud acrítica con que por lo general han abrazado la reforma. Pero al menos, los arrogantes perpetradores del invento deberían admitir que aquí hay unos damnificados: los sevillanos a quienes simplemente nos gusta ver las cofradías en la calle y llevamos toda la vida haciéndolo. Se ha llegado a decir que la seguridad contribuye al recogimiento. Si es por recogimiento lo que habrá que cerrar son los bares, sr Cabrera. No quiera ser usted más papista que el Papa.

Tras la entrada como un elefante en una cacharrería del pasado año, el presente parece que se han reconocido algunos errores y que se corregirán algunos excesos. Las salidas extraordinarias del Señor del Gran Poder de hace unos meses demostraron bien a las claras que las cofradías pueden andar perfectamente -cuando quieren- sin necesidad de vallas, aun cuando haya una afluencia numerosísima de personas para verlas. Pero a pesar de ello, de momento ya se anuncian numerosos sectores que quedarán vedados o restringidos a la presencia de público. Más aún que eso me preocupa que se multipliquen los obstáculos a los desplazamientos, mediante la proliferación de ratoneras valladas y aforadas, cuando lo que habría que hacer, precisamente por seguridad, es facilitar la movilidad.

No descarto que sea cosa de la edad, pero a mi esta aggiornada Semana Santa, con su creciente intervencionismo municipal, sus maleducadas masas, sus horrísonas marchas, su ridículo andar de algunos pasos y otras lindezas, cada vez me gusta menos. Que la disfrutéis los que podáis.