lunes, 2 de noviembre de 2020

LÍRICA EN TIEMPOS DE PANDEMIA

 


Dudé bastante acerca de renovar para esta temporada mi abono de ópera del Teatro de la Maestranza, después de la cancelación de La traviata en la pasada, que quedó inacabada, como la sinfonía de Shubert, y los problemas que se preveían para la presente. Pero finalmente pensé que es ahora, en los momentos difíciles, cuando hay que mostrar el compromiso con las cosas que amamos, y no hay forma mejor de hacerlo en estos casos que pasando por taquilla.

Como se preveía, el teatro ha tenido que hacer un esfuerzo tremendo para sacar adelante estas representaciones de Cosí fan tutte, con cada vez mayores restricciones de aforo hasta última hora, lo cual es digno de reconocimiento y apoyo. Pero no sé yo si en lo sucesivo se van a poder mantener funciones para sólo doscientos asistentes.

Ese era el número máximo -200- de espectadores que pudimos asistir ayer a la premier adelantada de esta nueva coproducción del teatro sevillano con el Calderón de Valladolid. Control de temperatura en la entrada, reubicación de localidades, geles y mascarillas por todas partes –todos los figurantes y bailarines en el escenario incluidos- y un ambiente extraño, muy diferente al de las grandes ocasiones con el aforo lleno. Sólo la presencia de la Consejera de Cultura, indicaba que estábamos en una noche de estreno y no en un ensayo con público limitado. Un aspecto positivo no obstante a destacar: es la primera vez que asisto a una función de cualquier tipo en el Maestranza sin que se escuche una sola tos. Estaba claro que nadie se atrevería ante la posibilidad de despertar el recelo del resto de asistentes.

La representación, adelantada una hora para permitir el regreso de los asistentes a sus domicilios antes del toque de queda, comenzó no obstante con un poco de retraso y con problemas en la proyección de los subtítulos, con lo cual algunos poco informados quizá no se enterarían bien de dónde estaba el origen de toda la trama.

Cosí fan tutte es la tercera ópera de la trilogía mozartiana que tiene como libretista a Lorenzo Da Ponte. Tres obras –Las bodas, Don Giovanni y esta última- en las que el amor en sus diversas formas es tema principal. Curioso que un sacerdote supiera tantas cosas del amor. Pero es que Da Ponte, amén de prolífico escritor de libretos, fue un sacerdote poco pío y muy libertino, lo cual explica el asunto. Igual se puede decir también que era machista y misógino –cosa de la que no se han enterado los ignorantes ministros del gobierno de progrez, que de otra forma lo habrían prohibido ya- porque la tesis de su historia no resiste un análisis con perspectiva de género. Todas las mujeres son volubles y caprichosas en el amor -La donna è mobile, cantaba también el Duque de Mantua verdiano- y para comprobarlo no hay más que ponerlas a prueba. El “vejestorio” cincuentón D. Alfonso es el que planea el experimento, la corrosiva y resabiada Despina colabora en él, y las jóvenes parejas Fiordiligi-Guillelmo, Dorabella-Ferrando son los conejillos de indias. La idea candorosa y elevada del amor que tienen inicialmente los jóvenes se desmorona, entre el humor y la amargura, conforme avanza la historia y se comprueba de qué inconsistente material estamos hechos. Curioso sin embargo que a pesar de que Despina admite que la infidelidad es consustancial en los hombres, el asunto no gira sobre esto, sino sobre la debilidad e inconsistencia femeninas.

Me gustó la puesta en escena del joven sevillano Rafael Rodríguez Villalobos. Una estética contemporánea, pero sin extravagancias, para una música intemporal. Un decorado casi inexistente, en colores neutros, al que dan vida las luces y las sombras, en contraste con las notas de color que aportan los personajes y sus atribulados corazones.   Los jóvenes amantes son niños que creen en un amor puro y eterno. Niños que juegan a la guerra con sus soldaditos, que se aferran a su osito de peluche….hasta que la constatación de cómo son las cosas del querer en la realidad les hace madurar rápidamente en cuestión de horas. La concha, las candilejas y el recurrente telón nos recuerdan sin embargo que lo que vemos es puro teatro, así que siempre podremos quedarnos con la duda de si las cosas son siempre así en la vida real. Que esto es arte, no ciencia.

La dirección musical está también a cargo de un joven director, el mexicano Iván López-Reynoso. Sin perjuicio de algunos momentáneos desajustes, supo imprimir la variedad de tiempos y texturas que la partitura requiere, ajustada siempre de forma magistral a la amplia paleta de sentimientos que se van desgranando en la escena.

En el elenco vocal también destaca la juventud, a excepción del veterano Roberto de Candia, acorde con su papel. Natalia Labourdette se desenvolvió espléndidamente en su rol de criada alcahueta, incluidos sus pasajes como fingidos médico o notario. Xabier Anduaga (Ferrando) ofreció una notable Un’aura amorosa, aunque creo que puede sacar más partido a su bello timbre lírico-ligero. El polaco Mechlinski lució su buen registro baritonal en el papel de Guillelmo, mientras que Maite Beaumont, un poco escasa de volumen en algunos pasajes, defendió bien su Dorabella. Quizá fue Vanessa Goikotexea la que más destacó en un conjunto bastante homogéneo, y así lo reconoció el público que, dentro de su escasez, aplaudió calurosamente a los artistas al final de esta tan peculiar función.  

1 comentario:

  1. Me parece tan bien descrito que ha habido un momento en el que me he sentido allí sentada, con mi mascarilla y la sensación del gel aun en mis manos.
    Es cierto que en estos momentos la ayuda a esta tipo de espectáculos se hace, si cabe, mucho más necesaria.
    Respecto al amor... Ya se sabe, todo es según el color del cristal con que se mira.
    Gracias por compartirlo con nosotros.

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