martes, 25 de diciembre de 2018

EXPERIMENTO FALLIDO


Cuando uno ve al año unas treinta o cuarenta representaciones de ópera, agradece que los programadores de los teatros estiren el repertorio y echen mano de títulos menos habituales, porque lo que son los Mozart, Verdi, Puccini o Donizetti, con todos mi respetos y admiración para ellos, los tenemos ya más que trillados. Este año por ejemplo si no he visto tres “Don Giovanni”, no he visto ninguno. Y seguro que algunos otros títulos populares también se habrán repetido. Por eso nunca me he quejado de las “rarezas” con que Halffter ha ido jalonando el abono de cada año en esta etapa que ahora toca… ¿a su fin?. Desde “Dr Atomic” a “Der ferne Klang” o “El enano” de Zemlinsky, de entre los que ahora mismo recuerdo. Sin embargo el atrevido experimento de este año resultó, a mi modesto  modo de ver, fallido.
Para empezar es dudoso que pueda atribuirse la categoría de ópera a una pieza de no más de treinta minutos de duración. Es como llamar novela a un cuento. Es lo que ocurre con “El dictador” de Ernst Krenek. Una obra que muy bien se podía dar en versión concierto..y ya está. En todo caso contaba con el atractivo de su estreno en España, y eso es un punto a su favor. A mí me resultó ni fu ni fa. Además Halffter imprimió excesivo volumen en algunos pasajes, algo a lo que tiende más de lo que debiera, de manera que a veces me atronaba los oídos.
Más interesante me pareció la propuesta de “El emperador de la Atlántida”, obra que su autor escribió durante su estancia en el campo de concentración de Terezín, antes de morir en el de Auschwitz, lo que ya le otorga un valor especial. Sin embargo, lo que oímos no fue la obra de Viktor Ullmann, sino un arreglo, y muy profundo, de Pedro Halffter. Muy buen arreglo sin duda, pero que tapa y desvirtúa al original. Lo que compuso Ullman, para orquesta de cámara, era más Kurt Weill, mientras que lo que escuchamos en el Maestranza era más Strauss. Así que yo me pasé toda la representación dándole vueltas a este asunto, que tiene mucha miga. Por lo demás aquí sobresalió el montaje escénico de Ricardo Sánchez Cuerda y sobre todo el vestuario de Jesús Ruiz.
En cuanto a los cantantes mereció mucho la pena –para mi lo más valioso de la velada-´escuchar a Martin Gantner en su doble papel de Dictador y Emperador, con un magnífico fraseo que apoya en su potencia vocal. Sobre el dúo femenino había leído previamente dos críticas contradictorias, una inclinándose por Nicola Beller Carbone  y minusvalorando el trabajo de Natalia Labourdette,  y otra a la inversa.  Para mí sin duda cantó mejor Natalia, sin quitar que la Beller Carbone es una señora estupendamente construida, si esto se puede decir en los tiempos que corren, y que no tiene recato en demostrarlo cada vez que viene al caso (aún hay quien la recuerda en “..Kandaules”). Entre los demás cantantes masculinos llamó la atención la profundidad de voz del bajo Sava Vemic, y estuvieron a buen nivel David Lagares y Vicente Ombuena.

Las dos piezas fueron entrelazas sin descanso con unos a modo de interludios también compuestos por Halffter sobre la base de otras piezas de Ullmann. El teatro presentó una de las entradas más flojas que recuerdo. Era de suponer. Esperemos que la taquilla se reponga con el verdiano “Il trovatore”.

sábado, 27 de octubre de 2018

PROFETA EN SU TIERRA

Acudíamos al estreno de la Lucía... del incombustible don Gaetano, en la apertura de una nueva temporada del Teatro de la Maestranza, sugestionados aún por el recuerdo de la histórica representación en Madrid, hace unos meses, de este mismo título, con los aclamadísimos Javier Camarena y Lisette Oropesa, y  en la que se produjo el ya famoso y controvertido bis del sexteto de la escena de la boda. Aquí no hubo bis alguno. Entre otras cosas, supongo, porque es difícil que se cree el clima necesario con tanto público cuchicheando, llegando tarde, tosiendo o jugando como adolescentes con el móvil. Si alguien quiere comprobar el grado de desquiciamiento del personal no tiene más que acudir uno de estos días al teatro y comprobar cuántas personas son incapaces de estar toda la representación sin tocar el aparatito. Incluso en momentos estelares no faltó quien encendiera la pantalla para un indudablemente inaplazable contacto de vida o muerte. Así que la función no alcanzó cotas estratosféricas, pero si, a pesar de todo, bastante notables. Y dentro de ello, la triunfadora principal de la noche fue sin duda alguna Leonor Bonilla, la soprano sevillana  que se presentaba en su teatro nada menos que asumiendo el papel protagonista de esta obra cumbre del belcantismo. A mí me sorprendió muy gratamente, no ya por sus virtudes canoras, que habíamos podido apreciar en anteriores comparecencias en papeles menores, sino por su determinación y seguridad en tarde de tanto compromiso. Su intervención fue brillante toda la noche. Desde su aparición junto a la fuente hasta la siempre esperada escena de la locura, en esta ocasión acompañada con flauta en lugar de la armónica de cristal. Fue ovacionada muy cariñosa y merecidamente, y al final recibió el reconocimiento especial, en forma de ramo de flores, de sus compañeros del coro del que salió para conquistar, sin duda, el mundo. Es un gran motivo de orgullo para toda la Sevilla musical haber alumbrado y haber visto crecer a esta joven a la que no es arriesgado decir que le esperan grandes veladas de gloria. A la joven Leonor le dio buena réplica el veterano Josep Bros, de voz muy bella y adecuada para el papel de Edgardo, en la que sin embargo apreciamos algunos síntomas quizá de fatiga, resueltos no obstante con oficio y sabiduría. Cuando entonó su “Tombe degli avi miei” contaba con la desventaja de que el teatro conservaba aún los ecos de la misma pieza interpretada hace un par de semanas por el inmenso Juan Diego Flórez. No obstante su versión fue sobresaliente, salvo a la hora  de afrontar  el agudo final, lo que empañó un tanto el resultado global. Muy notable también la ajustada intervención de Manuel de Diego en su interpretación del fugaz Arturo. Muy por debajo de ellos sin embargo las dos voces graves masculinas, Mirco Palazzi y Vitaly Bilyy. Especialmente este último, en el papel de Enrico, con una voz potente pero basta, carente de todo refinamiento. La batuta de Renato Baldasonna manejó adecuadamente los tiempos, demorándose para reforzar la belleza del fraseo unas veces y azuzando otras cuando la partitura lo requería, con excelente respuesta en ambos casos de la orquesta. En cuanto a lo escénico, la producción de la Deustche Oper de Berlín (¿de cuándo?) es de un clasicismo tal que hoy día resulta un tanto naif. No es que seamos partidarios acérrimos de los montajes modernitos, con tanto neón y tanto artefacto que no viene a cuento, pero siempre hay términos medios. En todo caso este no está mal como reconstrucción casi arqueológica de lo que fue la ópera en otros tiempos. Tiempos que por cierto me hacen recordar a otra famosísima soprano, francesa pero de ascendencia sevillana, hija de nuestro paisano tenor Manuel García, que fue María Malibrán, cuyo éxito y reconocimiento internacionales, que no fueron pequeños,  deseo a Leonor Bonilla en la bonita carrera que tiene por delante. Mimbres tiene para hacerlo.  

martes, 22 de mayo de 2018

REDONDA ADRIANA

Tarde de Lunes de Pentecostés. Ya saltaron la reja los almonteños. Sola se queda la ermita. Todo se va terminando como un sueño que se aleja. ¡Bienvenidos al Teatro de la Maestranza! No olviden apagar sus teléfonos móviles si aún no lo han hecho. Desmontando tópicos. En la tierra de María Santísima hay otras Sevillas. Estreno. Adriana Lecouvreur, nueva en esta plaza. Ópera en cuatro actos de Francesco Cilea. Autor de una sola obra. Redonda. Sorprendente. Verismo y leitmotiv manejados con maestría.  Amor, intriga, triángulos…muerte (lo siento por el spoiler) Adriana Lecouvreur. Artista, actriz de la Comédie Francaise. Moliere…Racine… Fedra. Amante y amada. Odiada. Envenenada. ¿Verdad?¿Ficción? Sólo se queda Palacio..Pero el teatro no se llena. Comentario entre los asistentes. Mucha clase extractiva. Algún ganadero. Extraño. ¿Demasiadas funciones? Adriana Lecouvreur Io son l’umile ancella aquí se llama Ainhoa Arteta, popular y televisiva. Gran cantante, mala presentadora. Un señor, lector asiduo de este blog, me comenta que él fue testigo presencial de la saeta que le cantó a la Macarena. Mi marido le corrige rápidamente: no fue saeta sino avemaría de Gounod. Así nacen las leyendas. Dentro de cien años todos calvos. Y Ainhoa, saetera. Poveri fiori ¿Quién se va a acordar de que la letra era en latín? Había expectación por cómo encajaba el papel. Para mi gusto –vuelvo a ser yo- estuvo irregular. O lo que es lo mismo, regular. Momentos   brillantes y otros no tanto. Quizá su voz no acaba de  adaptarse del todo a las exigencias de una spinto que el personaje requiere. Oh sole mío! Buen vestuario. Decorados tristes ¿Dónde se quedó? Otra escenografía es posible. Ilincai, tenor rumano. Me emocionó en su primer aria. Por su voz potente y clara. Por su forma de cantar valiente y sin reservas. Porque aún era soldado y no conde.  Bella tu sei, tu sei gioconda..dolcissima effigie sorridente. Sus duos con Adriana Arteta fueron de alta tensión. A mi marido también le gustó mucho el aria de Michonnet en el primer acto (¿o era el segundo?) La del monólogo. Esa. A la Arteta le aplaudirán más, dijo, y así fue. Desconocido para mí Luis Cansino. Descubrimiento. Ningún descubrimiento en el caso de Lagares, magnífico  bajo onubense. Tamboriles tocandoporlaRaya. Impresionante la irrupción en la escena de la mala, la Princesa de Bouillon. Enorme voz de mezzo dramática. Acerba voluttá, dolce tortura. ¡Con ustedes, Ksenia Dudnikova! También agradó el bonito timbre de voz de Josep Fadó. Aunque para timbre el del teléfono que no apagaron, a pesar de los avisos. Catástrofe. Como las toses acompañando los últimos acordes del arpa. Público inefable. ¡Apaguen los teléfonos, por favor!!! Con Halffter y la Sinfónica en estado de gracia. Cae el telón antes que los aplausos. Habría que cerrar. Serán cosas del convenio. Punto… ¿Final?


sábado, 21 de abril de 2018

EXPERIMENTOS

La comidilla de ayer en Sevilla, a falta de mejores visitantes, fue la del nota que se paseó por la Feria vestido de nazareno (del Museo?). El gachó dice que se trataba de un  “experimento sociológico”. No me ha quedado claro, porque tampoco me he molestado en averiguarlo, si la idea se le ocurrió a su propia mollera, o salió de la de algún profesor, de esos con más peligro que un miura, de los que nuestro sistema público docente está trufado y en cuyas manos no permitiría que cayera ninguna de mis hijas. En cualquier caso, yo le sugeriría, al niñato o al maestro,   que experimentase en el coto de su pura madre, y nos dejen en paz a los demás con sus delirios.

Experimento o simple chaladura, lo que está claro es que se trata de una provocación, y estas no se sabe nunca cómo pueden acabar. Hay mucha gente, de aquí y de fuera, que le han perdido el respeto a Sevilla y a sus tradiciones, y parecen empeñados en que nuestras fiestas no puedan celebrarse en la armonía y convivencia ciudadanas de que siempre han hecho gala.

Claro, que el de este tipo es más inofensivo que el de los que “experimentan” cargarse la Madrugada, y por ende la Semana Santa, provocando carreritas. Sí, provocándolas, porque las carreritas no ocurren por generación espontánea o como consecuencia de una simple pelea, como nuestras sesudas autoridades incompetentes se empeñan en hacernos creer. Se ha demostrado este año cuando el solitario intento ocurrido en la calle San Pablo sobre las tres y pico de la madrugada fue abortado por la reacción contraria del público. Pero hubo provocadores, que según se publicó  fueron detenidos y de los que nunca más se supo. Quizá porque es esta una realidad incómoda para la versión oficial.


El caso es que convivimos con más gente grillada de lo que parece, y lo que pueden idear esas pobres cabecitas quizá los que estamos medio sanos no lo podemos ni imaginar. Pero bien harían los responsables de la seguridad ciudadana en tomar buena nota. Es mucho más plausible esta opción que la de los inverosímiles efectos dominó.       

lunes, 19 de marzo de 2018

NUMERUS CLAUSUS

Tengo en estos día de vísperas, otrora tan felices y esperanzados, la triste sensación de que la Semana Santa se nos ha ido de las manos. De que ya no la controlamos los cofrades. La hemos perdido entre el embate de unas masas embrutecidas y el contraataque de políticos y burócratas especialistas de la seguridad, que han aprovechado la coyuntura para intentar demostrarnos una vez más lo imprescindibles que son en nuestras vidas. Y lo peor es que me temo que hemos sido nosotros mismos, poco a poco y casi sin darnos cuenta (o sí) quienes hemos llevado a nuestra gran fiesta a esta situación. Somos nosotros mismos quienes en las últimas décadas hemos ido convirtiendo cada vez más la Semana Santa en un espectáculo, ahora incluso profusamente televisado. Se lo he leído hasta a uno de los cientos de ciudadanos que en estos días se convierten en pregoneros: “la Semana Santa es un espectáculo brutal”, dice el caballero. Pues sí, a eso lamentablemente hemos llegado. Y con eso hemos conseguido atraer a una masa de gente “bruta”, ajena en su mayor parte a la tradición, y que viene a consumirlo como quien va a un partido de fútbol, a una corrida de toros o al circo: siempre buscando “el numerito”, que se contempla comiendo pipas o bebiéndose una cerveza o un cubata.

Todo empezó con algo en principio positivo, porque los hermanos costaleros, entre los que me incluyo, supusieron en su momento asegurar la continuidad de las procesiones ante el declive de las cuadrillas profesionales. Pero su progresivo afán de protagonismo ha ido generando una espiral en la que ya lo que menos importa es a Quién se lleva, sino cómo se lleva. Esas masas, que ya no son la amable bulla de toda la vida, ensalzada incluso como forma peculiar de convivencia y saber estar en la calle de los sevillanos, no buscan otra cosa que diversión y espectáculo, y poco o nada entienden de devoción y respeto. Si a esto unimos la general retirada de la buena educación de la vida pública, el conflicto está servido.

Hay quien ha propuesto que para reconducir el asunto y volver a hacerlo medianamente manejable, se impongan numerus clausus a los nazarenos. Buen síntoma de que en el nuevo paradigma el nazareno es una figura que estorba porque seguramente no es suficientemente espectacular. Yo antes que a los nazarenos le pondría numerus clausus a ciertas cuadrillas de costaleros. Y a las bandas de músicos, de esas cuyos miembros multiplican varias veces la centuria para tocar, cada vez más generalmente, unas marchas horrorosas, pero que tan espectaculares resultan. Le pondría numerus clausus al espectáculo: a las revirás (la misma palabra me repele) de tres marchas, a los solos de trompeta de competición de “a ver quién sopla más”, a las petalás que no vienen a cuento, a las cuestas interminables, a los andares ridículos, a los saludos que parecen la visita que no se ve la hora de que se vaya, a los ritmos flamenquitos sacados directamente de los tablaos...A todo eso, y algunas cosas más, le pondría yo numerus clausus antes que a los nazarenos.

Una Semana Santa más natural, más íntima, más sosa si hace falta, más basada en lo que es su auténtica raíz devocional. Más ligerita, sin cofradías que tardan en pasar una eternidad, no por el número de nazarenos sino por la excesiva pretensión de lucimiento de los pasos. Una Semana Santa a la que se le despojara de toda la cochambre que se la ha ido incorporando en los últimos tiempos de imperante mal gusto, a lo mejor no atraía a tanta gente, sino sólo a la justa. Mientras no sea así, los cofrades con un poco de sensibilidad tendremos que irnos retirando de la Semana Santa. Suena extraño pero es así. Yo ya conozco a más de uno. Seguiremos participando y refugiándonos en nuestras cofradías, pero como espectadores de otras nos iremos escondiendo en lugares cada vez reducidos, cada vez mas ajenos al espectáculo para consumo de la masa. Porque a mí no me va a poner nadie estabulado detrás de una valla durante una hora rodeado de gente comiendo y bebiendo para ver un paso dando saltitos y cojetás con una banda de mariachis detrás. Y eso, por desgracia, es lo que se va extendiendo.


sábado, 17 de febrero de 2018

EL TESTAMENTO DE VERDI

Verdi  había casi alcanzado la barrera de 80 años, edad avanzadísima para la época, cuando le dio por componer una obra totalmente distinta a las que le habían dado la fama y la gloria. Todo un reto que sólo los genios, como el de Bussetto, tienen la capacidad y el coraje de afrontar. Distinta en la temática -Verdi no componía una ópera bufa desde hacía más de cuarenta años, cuando estrenó la prácticamente olvidada “Un giorno di regno” -  y en lo musical, apostando por una fórmula de diálogo y melodía  continuos, en lugar de las tradicionales arias, dúos, etc.

Sir Jhon Falstaff, que “cuando era paje del duque de Norflok era delgado ligero,  gentil...” es ahora un viejo gordo, borrachín y mujeriego, que aún se cree con encantos para encandilar a las damas (algo que nos pasa a tantos). Boito, autor del libreto, se basó en textos de Shakespeare, como “Las alegres comadres de Windsor” y “Enrique IV”. Que por cierto, me he enterado por Elvira Roca (Imperiofobia y leyenda negra) que presumiblemente el gran bardo  era católico, y no anglicano, motivo por el cual nunca mostró inquina a los españoles, como otros paisanos de su época.

Falstaff  es una obra tan particular dentro de la producción verdiana que la habré visto  casi una decena de veces, y sin embargo todavía no le he cogido el punto. Es una ópera que, a pesar de su indudable calidad, se me resiste (mea culpa, mea culpa). Y ayer, en el Maestranza, me ocurrió lo mismo. Se me resistió prácticamente hasta el tercer acto, el único que me resultó redondo, incluso en lo escénico. Para  empezar, es una partitura desagradecida para los cantantes, que no tienen momentos de especial lucimiento. La única excepción es quizá la de Nannette, y bien que lo aprovechó la joven Natalia Labourdette para convertirse en la más destacada del elenco femenino. Por su parte, Kiril Manolov –que aquí podríamos llamar cariñosamente Manolón, por su enorme humanidad- fue en un crescendo, de menos a más, que a mi particularmente, que había pagado la entrada completa, me supo a poco. Halffter no anduvo fino en el balance entre voces y orquesta, de manera que esta tapaba a aquellas, por lo general pequeñas, en más de una ocasión. Demasiado embarullamiento en los pasajes en que todos cantan a la vez (¿nonetos?) en el primer acto. En definitiva, sólo el último acto me pareció brillante en su conjunto, con notable aportación, como siempre, del coro.


Al final, después de burlados el burlador y su contendiente, el patriarcal Ford (encarnadores ambos del más rancio machismo), llega la famosa fuga en la que Don Giusseppe, con la sabiduría que da la cercanía del final de la suya,  nos desentraña el misterio de la vida: tutto nel mondo é burla. Después de habernos hecho llorar con Violetta, con Aída, con Gilda y Rigoletto, con Don Carlo,  con Leonora, con Desdémona…ahora, sentado el viejo Falstaff en la boca del escenario, con los pies desenfadadamente colgando sobre el foso orquestal, se despide quitando hierro al asunto de la existencia. Puede que  al fin y al cabo sea cierto aquello de que no es más que “una mala noche, en una mala posada”. Tomémosla con humor y alegría, que quizá, probablemente, algún día, nuestras penas serán redimidas. 

martes, 23 de enero de 2018

EL DÍA QUE CORRÍ CON SEBASTIAN COE

El domingo participé en la XXXVI edición del Cross de Itálica. No en la carrera internacional, lógicamente, sino en la de carácter popular en la que los trotones como yo hacemos de teloneros de los pura sangre que se disputan una de las pruebas más prestigiosas del calendario atlético invernal. Porque para los que no lo conozcan, la cita de Itálica no es sólo las carreras de élite, masculina y femenina, en la que cada año participan muchos de los mejores especialistas mundiales, y que da fama al evento, sino que es una gran fiesta del atletismo, en la que desde primeras horas de la mañana se suceden las carreras de todas las categorías, desde los pequeñines sub10 hasta los master, con atletas venidos de todas partes de España y Portugal, especialmente.
Este año no obstante, la carrera popular absoluta ha tenido un carácter especial, con un participante de lujo. Nada menos que uno de los ídolos atléticos de mi juventud: el dos veces campeón olímpico de 1.500 y actual presidente de la IAAF, Sebastián Coe. Igual que la final de Barcelona 1992, con el oro de Fermín Cacho, tengo grabada en mi memoria una bastante anterior: la de Los Ángeles 1984, en que José Manuel Abascal se colgó el bronce. Recuerdo al comentarista de TVE (José Ángel de la Casa) confirmando una y otra vez que aquellos tres atletas que apuraban la última curva y enfilaban ya hacía la meta eran 'Coe, Cram, Abascal....Coe, Cram, Abascal.." con un Joseph Chesire apretando por detrás al atleta cántabro, tras haberse retirado en la última vuelta otro de los candidatos al podio, el también británico Steve Ovett. Ovett y Coe se disputaban entonces el primado del medio fondo (800 y 1500) en lucha con su compatriota Steve Cram y los españoles José Manuel Abascal y José Luis González. Ellos son los que, con permiso de Mariano Haro y Antonio Prieto, me engancharon al atletismo.

Cuando supe que Coe iba a estar en Sevilla como presidente de la IAAF con motivo de la prueba de Santiponce, le dije a un amigo en Twitter "podría ponerse las zapatillas y correr con nosotros la popular". Aquello fue una simple ocurrencia, pero cual fue mi sorpresa cuando el sábado por la noche saltó la noticia de que se iba a convertir en realidad. A pesar de que hice una carrera muy mala (creo que mi capacidad de sufrimiento está ya aún más disminuida que la física, y me lo tomé con calma), para mí fue una grata experiencia. No tuve oportunidad de darle la mano en carrera como mi compañero de aventuras Javier Gil, porque iba más adelante, pero podré contar a mis nietos que yo corrí una vez con el bicampeón olímpico Sir Sebastian Coe. Había pensado que este sería mi último cross, pero después de ver a Coe corriendo con sesenta y tantos años, quien sabe si el año que viene...