jueves, 16 de mayo de 2013

ROCÍO


No me gustan los cohetes, pero se me ponen los vellos de punta cuando escucho el sonido antiguo de la flauta y el tamboril (la Hermandad de Triana, lleva a Carmelo...). No me gustan las efusiones sentimentaloides y el fanatismo, pero admiro la fe sencilla y profunda de muchos rocieros (agarrao a tus varales.. te voy rezando...). No me gustan los excesos de la romería, pero tengo siempre presente a la Virgen cuando busco la soledad en mis escapadas ciclistas por los caminos del coto (inmensidades verdes, los pinos...).
     El Rocío suscita en mí sentimientos encontrados de rechazo y atracción. Los camperitos me revientan, abomino de la superchería y prefiero otras expresiones más contenidas del sentimiento religioso (hay quien dice que.. es mentira y vanidad...). Pero por debajo de todo eso hay algo más fuerte y más auténtico que no deja de llamarme (...que vea a la Virgen y hable después..), por más que yo viva ´-dentro de lo que cabe en Sevilla, y con tantos amigos que son auténticos convencidos del asunto- un tanto alejado del fenómeno.
        De pequeño contemplaba el paso de las carretas por casa de mis tías-abuelas en San Juan de Aznalfarache, pero mi familia no puede decirse que sea rociera. En mi juventud era más partidario, aunque nunca hice el camino, siempre pospuesto “al año que viene”. Sí que hice un traslado a Almonte, en una calurosa y polvorienta noche de agosto de hace no sé cuántos años. La última vez que estuve en la aldea en Pentecostés iba acompañado de mi mujer y de mi hija Estrella, que aún no había nacido, pero que ya vivía acurrucadita en el vientre de su madre. Desde entonces no he vuelto a la romería, aunque sí con cierta frecuencia a la ermita.
       Ayer miércoles me despertaron temprano los cohetes. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Ya están aquí estos ruidosos! No la buscaba, pero salí a la calle Feria, esta vez acompañado por mi hija Sonia, con su uniforme y su mochila del colegio, y allí venía la hermandad, con sus romeros de a pie -aún relucientes-, sus caballistas -pocos-, sólo una carreta -lástima- y su Simpecado. No hacía falta más. El canto de las sevillanas desde los balcones (cantaban a la Virgen poemas...), la lluvia torrencial de pétalos sobre la carreta de plata (..¡flores, flores a Ella!...) y los vivas a la Blanca Paloma, al Pastorcito Divino, a la Macarena, a la Macarena, a la Macarena, a la Madre de Dios... me hicieron vivir una de esas emociones que sacuden por dentro inexplicablemente, y que me hizo sorprenderme a mi mismo diciéndome ¡pero si yo no soy rociero!
       El momento fue intenso aunque breve, sólo duró unos instantes. Me desperté por segunda vez en la mañana serena y clara de mayo. Sonia estaba feliz, cubierta de pétalos. Le encantan. Los bueyes, con su cansino caminar, reiniciaron la marcha, deseosos ya de cambiar el asfalto por las arenas y el paisaje urbano por el de los verdes pinares. Allá adelante sonaban otra vez tambor y flauta y las palmas a compás. La alegre comitiva seguía su camino. Yo, a mis ocupaciones habituales. Rociero o no, el Simpecado del barrio de la Macarena se llevó prendidas mis oraciones (¡Dios te salve!) en su anual peregrinación hacia la aldea marismeña del Rocío.

2 comentarios:

  1. Bonitos y encontrados sentimientos, y la capacidad se saber expresarlo, al leerlo recorde cuando de pequeña iba a Triana.
    Gracias Profesor.

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    1. "Al Rocío con Triana siempre fui..." Yo nunca lo hice, aunque en su momento me hubiera gustado. Sí acompañé en ocasiones la vuelta de las carretas por calle Castilla, San Jorge, Altozano..."Y toa Triana le cantaba a su Virgen por sevillanas".

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