martes, 4 de junio de 2013

QUE NOS QUITEN LO BAILAO

Está claro que de fútbol entiendo muy poco. Como de tantas otras cosas a pesar de escribir sobre ellas. Me permito hacerlo porque creo que aquí no molesto a nadie. El que quiera que me lea y el que no pues eso que se ahorra.
Como a principio de temporada tuve la osadía de escribir sobre mi Sevilla con grandes expectativas, tengo ahora que reconocer que me equivoqué de la a a la z. Hoy ha sido un día triste para el sevillismo. La oficialización de la más que esperada venta de Navas es la constatación del fracaso, por ahora, del objetivo de consolidar al club entre los grandes. Se supo llegar, pero no mantenerse. El mérito de una cosa no quita la decepción por la otra. Navas no es un jugador cualquiera, como aquellos que se vendieron en su día para crecer, pero que o bien no eran de la casa, o bien no habían llegado aún a su plenitud. Navas lo ha dado todo y lo ha conseguido todo. ¡Diez años! Y qué diez años. Ha sido santo y seña del Sevilla en sus temporadas más gloriosas, esas que según el propio presidente, han acabado. A la vista está. Ninguna prueba más elocuente que tener que vender a este futbolista en las condiciones en que se ha hecho. Comprendo que se vaya. Tal como están las cosas es lo mejor para el club y para el jugador. Pero los que simplemente disfrutamos viéndolo correr vistiendo nuestra camiseta en pos de la portería contraria con la ligereza de una gacela lo lamentamos.
Del Nido dijo una vez que lo único imprescindible en el Sevilla eran el escudo, la bandera y la afición. Se equivocaba. Cuando se ha conseguido la cuadratura del círculo que consiguió el Sevilla en los años 2006-2007 no era cuestión de prescindir de nadie de los que habían alcanzado tamaño éxito. Lo normal hubiera sido hacer todo lo necesario para mantener aquél invento el máximo tiempo posible. Él no lo vio así, y empezó a desmontársele el tinglado demasiado pronto. Su ambición fue determinante para la consecución de los mayores logros en la historia del club, difícilmente igualables, pero al mismo tiempo su soberbia le llevó a creer que sería capaz de repetir la fórmula, prescindiendo de los principales ingredientes. Ahí estuvo su error: pensar que porque una vez había acertado iba a acertar siempre. El suyo y supongo que el de Monchi, a quien el mal de altura le jugó malas pasadas a la hora de elegir algunos futbolistas en los que se dilapidó de mala manera la hucha conseguida gracias, todo hay que decirlo, a su eficaz gestión anterior. 
Ahora, como ya se ha dicho, hay que empezar de nuevo. No es mal punto de partida hacerlo habiendo llegado a semifinales de Copa, y pudiendo entrar otra vez en competición europea, aunque sea de carambola, dos circunstancias a las que nos hemos habituado en los últimos años. Hay que volver al discurso de la humildad que tanto se ha echado en falta últimamente, cuando todos hemos ido viendo palpablemente que la cosa iba para abajo. Puede que sean las exigencias de ser el mejor equipo de Andalucía. En cualquier caso, que nos quiten lo bailao.

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