domingo, 24 de diciembre de 2023

LA GRANDEZA DE LO PEQUEÑO

 




En este exacto lugar, marcado hoy por una estrella de plata de catroce puntas y rodeada de lámparas de iconostasio, en el suelo de lo que fue una cueva o gruta, cuenta la tradición cristiana que nació Jesús. Está lógicamente en Belén (donde ya no hay pastores ni nieva habitualmente, y esta Navidad será especialmente triste), en una cripta bajo el altar mayor de la Basílica de la Natividad. Es este un templo al cual se accede, muy a contraestilo de lo que generalmente es la entrada a los grandes recintos sagrados de todas las religiones, por una puerta muy diminuta. Tiene su historia y su porqué, sobre lo que no me voy a detener ahora. Pero también tiene una consecuencia práctica muy significativa: para entrar en este lugar tienes que hacerte pequeño. Al menos la gente de mi estatura tiene necesariamente que agacharse. Os lo aseguro. Si no, te quedas fuera.


 

Será verdad o no que ese es el sitio exacto en que María dio a luz y depositó al Niño. Se cuestiona incluso si Jesús nació en Belén o en Nazaret, o en quién sabe dónde, o si nació siquiera. Pero si tantos hermanos que nos precedieron en la fe lo creyeron, no sólo católicos sino de las demás confesiones cristianas, no voy precisamente yo a tener la soberbia de decir rotundamente que no.

Este año que ahora acaba he tenido la fortuna de poder de estar allí. Y a pesar de toda mi mentalidad racionalista de hombre occidental ilustrado del siglo XXI, con todas mis interrogantes, mis dudas y mis incertidumbres, con todas mis lecturas e informaciones en tal o cual sentido, pero también con mi fe y mi esperanza puestas en el mensaje del Nazareno, no he podido menos que postrarme y orar ante él, haciendo memoria del acontecimiento que en estos días celebraremos los creyentes.


Porque los hombres, en nuestra pequeñez, nuestra debilidad y nuestra inconsistencia, de las que tantas veces nos olvidamos, necesitamos signos sensibles que nos acerquen al Misterio del Altísimo. Sólo haciéndonos pequeños y alejando nuestra soberbia podremos hacer que Dios nazca en nuestros corazones.

La diminuta puerta de la Basílica de la Natividad en Belén y la recoleta  gruta donde luce la estrella conmemorativa del nacimiento  del Salvador nos invitan a ello.

 

¡¡Feliz Navidad!!



miércoles, 4 de octubre de 2023

FIESTA DEL DEPORTE

 


Se celebró un año más (y van treinta y cinco) la célebre Carrera Nocturna del Guadalquivir, que después de ensayar diversos trazados a lo largo de su historia, parece haberse afianzado definitivamente en el actual que comienza y termina junto al mítico río que le da nombre, y circunda la ciudad por su ronda histórica. ¿Son treinta y cinco ediciones suficientes para otorgarle el título de “tradicional” a esta prueba deportiva? Pues no sé. Para la gente de mi generación debía de serlo, puesto que hemos conocido más años con “Nocturna” que sin ella. Sin embargo para otros “tradicionalistas” sevillanos –yo también lo soy- parece ser que no cabe la concesión de tan honorífico título, y no sólo eso, sino que prácticamente le niegan el pan y la sal, porque no encaja en sus esquemas de lo que son las cosas de Sevilla.

Es el caso de mi admirado D. Antonio Burgos, guardián de las esencias en esta materia, al que leo desde niño, cuando mi padre llegaba a casa con el ABC del día –el tacto y el olor que provocan reacciones proustianas- y yo  esperaba impaciente a que lo soltara él para poder leerlo yo de pe a pa, empezando por las páginas de deportes y  El Recuadro.

Lo que sí ha convertido D. Antonio en tradición es su artículo-libelo contra las carreras atléticas por el centro de la ciudad, como tradicionales son sus artículos sobre la Semana Santa, el Corpus o la Virgen de los Reyes. Y D. Antonio saben uds que no falla, fiel a sus citas de cada año. Además en su queja no está solo, sino que le siguen miles de sevillanos, que a pesar del tiempo transcurrido todavía no se han acostumbrado a estos inconvenientes de la vida moderna en las grandes ciudades. Piensen por ejemplo que el maratón de Berlín, donde la semana pasada se estableció el estratosférico record femenino de la etíope Tigst Assefa, no termina precisamente junto al aeropuero, sino en la mismísima puerta de Brandemburgo. Argumentan sin embargo nuestros paisanos   que para correr en Sevilla está la Cartuja –o incluso los polígonos industriales, ya puestos- y que no hay que formar tanto jaleo de tráfico y “acolapsar” la ciudad, como sí se le permite por cierto, digo yo,  a otras celebraciones tradicionales. Es la cosa de mirarse sólo el propio ombligo. Procesiones hay en Semana Santa con menos tradición que la nocturna o el maratón –no, no voy a comparar con las que tienen siglos de existencia   - y que también provocan grandes cortes de tráfico y molestias, sobre todo a los que no se habían acordado –¡mecachis!- de que aquél dia pasaba por aquí o por allá tal o cual cofradía de lejano barrio.

Olvidan todos estos conciudadanos, o no alcanzan a entender, que en concreto la Carrera Nocturna del Guadalquivir, en el último viernes de cada mes de septiembre –fíjense si esto es o no sevillano y rancio-  con sus veinte mil participantes de media en los últimos años, se ha convertido no ya en una competición –sólo los que salen muy adelante pueden de verdad correr competitivamente- sino en una gran fiesta deportiva en la que participan no solo miles de sevillanos, sino también muchísima gente que viene de fuera sólo para esto, porque para ellos constituye un aliciente de primera participar en un evento deportivo de esta magnitud, sin duda el más mogollónico de los que se celebran cuando menos en el sur de España y con el escenario más bello que se pueda tener en el mundo. Y en este sentido yo le pregunto a D. Antonio, y a los que piensan como D. Antonio: ¿si usted da una fiesta en su casa, además con tantísimos invitados, 
la da en el salón, o en el cuarto de la plancha?

martes, 12 de abril de 2022

A LA MEMORIA DE MI PADRE

 


No guardo en mi memoria cuál fue la primera cofradía que vieron mis ojos, pero sí tengo la certeza de quién me llevó a verla. Y este año me falta esa mano que me acompañó en mi niñez y primera juventud en la experiencia iniciática de la Semana Santa, que para un sevillano es decir de la vida. Lo que soy como cofrade, lo que soy como hombre y como persona, a él se lo debo porque él me encauzó por la senda que marcó el devenir de mis días.

Mi padre sin embargo no fue lo que se dice un capillita: no fue hermano de ninguna cofradía y sólo salió de nazareno un año, por promesa, en los Estudiantes con la papeleta de mi tío Luis. Pero puesto a elegir entre el amplio ramillete de advocaciones vecinas de la collación del domicilio familiar en la calle Gerona, su preferencia siempre fue por la hermandad entonces radicada en la parroquia de San Román del Cristo de la Salud y la Virgen de las Angustias. Ellos lo tengan en su Gloria.

Él me acercó la música, con aquellos vinilos de “Antología de la Semana Santa” que aún conservo a pesar de los cientos de veces que habrá pasado la aguja por sus surcos, con las marchas clasiquísimas de siempre. Él me acercó a la poesía con el mítico “Como llora Sevilla” del padre Cué. Él me acercó al pregón, que escuchábamos indefectiblemente en la radio el Domingo de Pasión. En casa no faltaban el programa de “El Correo” ni por supuesto el del ABC, diario del que era asiduo lector. Y qué decir del viejo "libro de los nazarenos", con ilustraciones de Hohenleiter, que es mi herencia más preciada.

Recuerdo cada Domingo de Ramos el intento de alcanzar a ver a la Hermandad de La Paz por el Parque, empeño que las más de las veces se veía truncado por la difícil operativa de echar a andar con tres chiquillos con toda una tarde de cofradías por delante, por lo que era habitual tener que cambiar las palmeras del María Luisa por las de la Plaza Nueva. Recuerdo su compañía y su aliento en mis primeros años de nazarenito de San Benito, cuando aún formaba en el tramo de niños, primero entonces de la Virgen de la Encarnación. Recuerdo una tarde de Viernes Santo, cuando íbamos a las sillas con mis abuelos maternos, que me plantó en la Avenida delante del misterio de la Sagrada Mortaja y la impresión que me causó, que después fructificó al cabo de los años vinculándome también a esta hermandad.  O la primera vez, ya con diez añitos, que junto también con mi madre, corresponsable de mi pasión cofradiera, me llevaron a ver la Madrugada.  Recuerdo, lo recordé especialmente el otro día y lo recordaré siempre, una de mis últimas salidas con él antes de alzar el vuelo –ley de vida- en busca de otras compañías, para ver nada menos que la entrada de la Amargura con una espectacular luna creciente de Parasceve pendiendo sobre San Juan de la Palma.

Y así poco a poco me fue suscitando el interés por estas cosas que tan importantes fueron a la postre en mi vida y que tanto han representado para mí, de forma que no me explicaría lo que soy, bueno o malo, sin ellas.

Esta Semana Santa ya no está presente entre nosotros. Como tantos fue víctima de esta maldita pandemia que nos ha asolado en los últimos dos años. A él por desgracia no le alcanzó este gozoso reencuentro con nuestras tradiciones. Pero los que tenemos fe en la Vida Eterna –él era profundamente creyente- sabemos que seguirá contemplando el discurrir de nuestras procesiones desde los palcos de la plaza celeste donde están los hombres buenos que enseñaron a sus hijos a amar a Cristo y a su Madre de la forma que lo hace Sevilla. Por eso he querido, inspirado por esa preciosa marcha fúnebre, dulce y melancólica, de Manuel Font Fernández  que  lleva tal título,  dedicar estas breves líneas, modesto testimonio público de gratitud y  afecto, a la memoria de mi padre, que me acompañará siempre, y muy especialmente cada primavera cuando florezca el azahar y el aire venga lleno de ecos de cornetas y tambores.

 

 

lunes, 2 de noviembre de 2020

LÍRICA EN TIEMPOS DE PANDEMIA

 


Dudé bastante acerca de renovar para esta temporada mi abono de ópera del Teatro de la Maestranza, después de la cancelación de La traviata en la pasada, que quedó inacabada, como la sinfonía de Shubert, y los problemas que se preveían para la presente. Pero finalmente pensé que es ahora, en los momentos difíciles, cuando hay que mostrar el compromiso con las cosas que amamos, y no hay forma mejor de hacerlo en estos casos que pasando por taquilla.

Como se preveía, el teatro ha tenido que hacer un esfuerzo tremendo para sacar adelante estas representaciones de Cosí fan tutte, con cada vez mayores restricciones de aforo hasta última hora, lo cual es digno de reconocimiento y apoyo. Pero no sé yo si en lo sucesivo se van a poder mantener funciones para sólo doscientos asistentes.

Ese era el número máximo -200- de espectadores que pudimos asistir ayer a la premier adelantada de esta nueva coproducción del teatro sevillano con el Calderón de Valladolid. Control de temperatura en la entrada, reubicación de localidades, geles y mascarillas por todas partes –todos los figurantes y bailarines en el escenario incluidos- y un ambiente extraño, muy diferente al de las grandes ocasiones con el aforo lleno. Sólo la presencia de la Consejera de Cultura, indicaba que estábamos en una noche de estreno y no en un ensayo con público limitado. Un aspecto positivo no obstante a destacar: es la primera vez que asisto a una función de cualquier tipo en el Maestranza sin que se escuche una sola tos. Estaba claro que nadie se atrevería ante la posibilidad de despertar el recelo del resto de asistentes.

La representación, adelantada una hora para permitir el regreso de los asistentes a sus domicilios antes del toque de queda, comenzó no obstante con un poco de retraso y con problemas en la proyección de los subtítulos, con lo cual algunos poco informados quizá no se enterarían bien de dónde estaba el origen de toda la trama.

Cosí fan tutte es la tercera ópera de la trilogía mozartiana que tiene como libretista a Lorenzo Da Ponte. Tres obras –Las bodas, Don Giovanni y esta última- en las que el amor en sus diversas formas es tema principal. Curioso que un sacerdote supiera tantas cosas del amor. Pero es que Da Ponte, amén de prolífico escritor de libretos, fue un sacerdote poco pío y muy libertino, lo cual explica el asunto. Igual se puede decir también que era machista y misógino –cosa de la que no se han enterado los ignorantes ministros del gobierno de progrez, que de otra forma lo habrían prohibido ya- porque la tesis de su historia no resiste un análisis con perspectiva de género. Todas las mujeres son volubles y caprichosas en el amor -La donna è mobile, cantaba también el Duque de Mantua verdiano- y para comprobarlo no hay más que ponerlas a prueba. El “vejestorio” cincuentón D. Alfonso es el que planea el experimento, la corrosiva y resabiada Despina colabora en él, y las jóvenes parejas Fiordiligi-Guillelmo, Dorabella-Ferrando son los conejillos de indias. La idea candorosa y elevada del amor que tienen inicialmente los jóvenes se desmorona, entre el humor y la amargura, conforme avanza la historia y se comprueba de qué inconsistente material estamos hechos. Curioso sin embargo que a pesar de que Despina admite que la infidelidad es consustancial en los hombres, el asunto no gira sobre esto, sino sobre la debilidad e inconsistencia femeninas.

Me gustó la puesta en escena del joven sevillano Rafael Rodríguez Villalobos. Una estética contemporánea, pero sin extravagancias, para una música intemporal. Un decorado casi inexistente, en colores neutros, al que dan vida las luces y las sombras, en contraste con las notas de color que aportan los personajes y sus atribulados corazones.   Los jóvenes amantes son niños que creen en un amor puro y eterno. Niños que juegan a la guerra con sus soldaditos, que se aferran a su osito de peluche….hasta que la constatación de cómo son las cosas del querer en la realidad les hace madurar rápidamente en cuestión de horas. La concha, las candilejas y el recurrente telón nos recuerdan sin embargo que lo que vemos es puro teatro, así que siempre podremos quedarnos con la duda de si las cosas son siempre así en la vida real. Que esto es arte, no ciencia.

La dirección musical está también a cargo de un joven director, el mexicano Iván López-Reynoso. Sin perjuicio de algunos momentáneos desajustes, supo imprimir la variedad de tiempos y texturas que la partitura requiere, ajustada siempre de forma magistral a la amplia paleta de sentimientos que se van desgranando en la escena.

En el elenco vocal también destaca la juventud, a excepción del veterano Roberto de Candia, acorde con su papel. Natalia Labourdette se desenvolvió espléndidamente en su rol de criada alcahueta, incluidos sus pasajes como fingidos médico o notario. Xabier Anduaga (Ferrando) ofreció una notable Un’aura amorosa, aunque creo que puede sacar más partido a su bello timbre lírico-ligero. El polaco Mechlinski lució su buen registro baritonal en el papel de Guillelmo, mientras que Maite Beaumont, un poco escasa de volumen en algunos pasajes, defendió bien su Dorabella. Quizá fue Vanessa Goikotexea la que más destacó en un conjunto bastante homogéneo, y así lo reconoció el público que, dentro de su escasez, aplaudió calurosamente a los artistas al final de esta tan peculiar función.  

domingo, 1 de noviembre de 2020

ALTA TRAICIÓN

 

Esta semana hemos asistido a una de las tropelías más grandes perpetradas contra el sufrido pueblo español a lo largo de toda su historia. Nuestros supuestos “representantes” acordaron privarnos de parte de nuestros derechos constitucionales de una forma groseramente contraria a la letra y al espíritu de la Constitución, instaurando una situación de excepcionalidad que sobrepasa todo límite admisible en un estado democrático y derecho. El golpe asestado a nuestro régimen constitucional por quienes deberían velar por él es verdaderamente tremendo.   

La deriva dictatorial de nuestra nación parece hoy día imparable. Más que nunca nuestra democracia está amenazada.  Porque la traición ha sido consumada con el consentimiento de la casi  totalidad del arco parlamentario, incluido el Partido Popular, que una vez más para vergüenza de sus votantes y simpatizantes, adoptó una postura de derechita cobarde, entregada con armas y bagajes al consenso progre desde la semana anterior. Todos esos rufianes y mequetrefes, a quienes sólo parece importar cobrar sus sueldos y sus dietas a fin de mes, han decidido desertar del hemiciclo,  renunciar a su función de control y fiscalización del ejecutivo en nuestro nombre y han dado carta blanca a un dictadorzuelo que después de haber ganado el campeonato mundial de mala gestión de la pandemia (primera parte) va a seguir jugando a su antojo con nuestras vidas y haciendas -ahora con la colaboración de los aprendices de brujo autonómicos- nada menos que durante seis meses más, como poco.  

Sólo nos queda la esperanza de los tribunales –todavía independientes mientras el gobierno liberticida no consiga controlarlos como pretende- y de las instituciones europeas, que constituyen nuestra última tabla de posible salvación. Mientras tanto, la sociedad española asiste entre adocenada e indefensa a este expolio de su soberanía, a esta auténtica humillación perpetrada por quienes deberían defenderla, esperando que le digan cuándo tiene que tocar las palmitas para festejar la anulación de sus libertades.

sábado, 25 de abril de 2020

ABUSOS POLICIALES


Leo en un despreciable panfleto propagandístico y manipulador de la izquierda (eldiario.es) la siguiente noticia: Decenas de curas (y algún obispo) se saltan el confinamiento y celebran misas 'clandestinas' con presencia de fieles. El periodista que firma se llama Jesús Bastante, y su segundo apellido le pega que sea “sinvergüenza”.

Yo no sé si son cientos o no los sacerdotes que en estos días han celebrado cultos con asistencia de algunos fieles, pero conviene aclarar de una vez por todas  que en cualquier caso no estaban cometiendo ninguna ilegalidad.

El art 11 del RD 463/2020 por el que se declaró el estado de alarma el pasado 14 de marzo permite  expresamente  La asistencia a los lugares de culto y a las ceremonias civiles y religiosas, incluidas las fúnebres, condicionadas a que se eviten aglomeraciones y se tomen medidas para asegurar distancias mínimas entre los asistentes. Esta disposición no se ha visto alterada en los posteriores reales decretos de prórroga del estado de alarma, ni en los numerosos decretos leyes que se han ido promulgando en esta situación.

Algún enterado ha argumentado que la infracción deriva de que el desplazamiento para ir al culto no está contemplado como excepción en el art 7, que limita la circulación por vías de uso público. Evidentemente las normas jurídicas no siempre son comprensibles por personas carentes de preparación, pero cualquiera que sepa mínimamente de esto podrá entender, primero, que el listado de excepciones del art 7 no es un “numerus clausus”, porque precisamente en su último aparatado contempla los desplazamientos ocasionados por “cualquier otra actividad de análoga naturaleza”, y segundo, si existe una norma especial relativa al culto que permite la asistencia está claro que ello implica también la posibilidad de desplazamiento por la vía pública a tal fin, teniendo en cuenta además que estamos hablando de limitaciones de derechos fundamentales que han de ser interpretadas con un criterio restrictivo de la limitación y favorable al ejercicio del derecho y no expansivo de la prohibición de salir de casa. Y todo esto sin entrar en la dudosa legalidad de las medidas adoptadas al amparo de un estado de alarma, que más bien es de excepción.

A pesar de ello, en algunas diócesis, entre ellas la de Sevilla, por prudencia y no sé si con buen criterio, se ha ordenado el cierre de iglesias y la suspensión de celebraciones con fieles. Por lo tanto la actual limitación en cuanto al culto es más una autolimitación que una limitación impuesta por la ley, absolutamente inexistente.

Así las cosas, sin embargo todos hemos podido ver en estos días en los medios y redes sociales intervenciones policiales (en Sevilla, en Granada, en Madrid…) que han interrumpido algunas de las escasas misas con asistencia de fieles que se han celebrado. Constituyen sin duda abusos de poder carentes de cualquier cobertura legal sobre los que espero se diluciden responsabilidades en los tribunales habida cuenta de su posible encaje en algunos tipos penales. Otra cosa será que se opte por poner la otra mejilla, pero no porque falten argumentos jurídicos.

En cuanto a los panfletos de la izquierda como el tal “eldiario.es”, es una lástima que no se editen en papel impreso, porque podían servir muy bien como sustitutos del papel higiénico, que tanto escaseó en los primeros días de la alarma.

martes, 14 de abril de 2020

¿PACTOS DE LA MONCLOA?


Viendo que la cosa se pone fea, el presidente del peor Gobierno de la historia de nuestra democracia, supongo que asesorado por su arúspice Iván Redondo, ha sacado de la chistera el conejo de los Pactos de la Moncloa, como un amuleto mágico con el que pretende exorcizar los males que le acechan.

Para empezar habría que aclarar a las generaciones más jóvenes, y refrescar a las menos jóvenes, qué es esto de los Pactos de la Moncloa, porque probablemente muchos no lo sepan o recuerden. A ver –como se dice ahora- resumidamente los pactos de la Moncloa fueron dos: uno de contenido económico y otro de contenido político. Fueron ambos alcanzados en el mes de octubre de 1977, esto es, en periodo ya democrático, pero preconstitucional. El pacto político lo suscribieron la totalidad de las fuerzas parlamentarias de entonces, a excepción de Alianza Popular, debido esto último a su oposición a la despenalización del adulterio y de otras conductas de índole sexual. El pacto económico, a diferencia del anterior, sí que recibió el apoyo unánime de todos los grupos políticos y de las fuerzas sindicales y empresariales mayoritarias (el de la UGT, con algo de retraso). El pacto político allanó el camino que permitiría el posterior gran pacto que fue nuestra vigente Constitución. El pacto económico sirvió para encauzar la economía del país, en un momento delicadísimo, azotada por la hiperinflación, el incremento galopante del paro, y los demás problemas derivados de las crisis del petróleo producidas por el alza de los precios del crudo en aquellos años. En definitiva se trató, visto globalmente, de un gran pacto nacional del cual prácticamente hemos venido disfrutando sus frutos en forma de estabilidad y prosperidad, cuando menos hasta entrada la presente centuria.

Los elementos sobre los que se asentaron dichos pactos fueron fundamentalmente dos, a saber:

En primer lugar la voluntad común -en un momento en que todo estaba por hacer y por lo tanto la inestabilidad y la incertidumbre eran enormes, con un gobierno además en minoría parlamentaria- de reconciliación nacional, de superación del pasado asumiendo cada parte sus errores, y de establecer un marco de libertades, garantías y prosperidad para todos los españoles. Para que nos hagamos una idea del clima de afán de concordia, baste señalar que coincidiendo más o menos con su firma se produjo un hecho insólito: Manuel Fraga, exministro de Franco y líder del partido de la derecha conservadora, presentaba en una conferencia en un conocido foro político y cultural de entonces al Secretario General  del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, recién regresado del exilio, y con un oscura historia a sus espaldas en cuanto a su actuación durante la guerra en el bando republicano.

El segundo elemento, y sin desdeñar el papel de los demás dirigentes políticos de entonces, fue sin duda el liderazgo de un hombre de estado como Adolfo Suárez, que supo pilotar con audacia, determinación y amplitud de miras este proyecto de convivencia, sorteando las muchísimas dificultades que se cernían por todas partes, incluido el feroz ataque del terrorismo, hoy afortunadamente atenuado.

Como puede verse por tanto, aquél momento y el actual tienen en común el frágil apoyo parlamentario de los respectivos gobiernos y la suma gravedad de la coyuntura política y económica, pero difieren en los demás aspectos fundamentales.

El actual Gobierno quiere, en la línea ya iniciada por los de Zapatero, acabar precisamente con el espíritu de la Transición, decantándose por reivindicar a uno de los dos bandos enfrentados en la guerra. Es decir, decantándose por dividir de nuevo a los españoles en buenos y malos, como en tiempos de la nefasta II República y la subsiguiente dictadura. Es difícil ahora desandar lo andado en ese sentido para volver a ese espíritu de unidad en cuanto a los grandes principios.

En línea con lo anterior, la capacidad de liderazgo nacional del actual presidente del ejecutivo –que otorga mejor trato al separatista Torra que al jefe de la oposición-  es nula. Compararlo con la figura de Suárez sólo puede producir melancolía. Sánchez, aparte de otras consideraciones acerca de su capacidad intelectual, es un sectario extremista que escupe a la cara de los que no somos de su cuerda cada vez que habla. Por lo demás, su proverbial adicción a la mentira hace inverosímil cualquier expresión de voluntad de cambio en este aspecto.

La necesaria unidad del país no puede hacerse en torno a un extremo, y con un líder tan poco fiable –los hechos están ahí para demostrarlo- como Sánchez. Por lo tanto, lo primero que tenía que hacer es desprenderse de su socio de gobierno y acercarse a las posturas moderadas. Todo lo demás es pura maniobra de distracción. Como no creo que lo vaya a hacer, la única alternativa para alcanzar un pacto nacional sería que él se fuese.

Así que invocar los Pactos de la Moncloa con tales ingredientes parece, a día de hoy, tan pretencioso como inútil, porque se requerirían unas premisas muy diferentes para alcanzarlos. Es evidente que la gravedad de la situación hace más que deseable ese pacto entre las grandes fuerzas políticas, pero eso es diametralmente opuesto a lo que Sánchez ha venido practicando hasta el presente, y nada indica que vaya a cambiar. Al contrario, lo único que cabe esperar es que intente una vez más engañar a todo el mundo para salvar su pellejo. Esa es la única finalidad que se le puede adivinar: hacer copartícipes  de su fracaso a las fuerzas de la oposición para así eludir sus responsabilidades. En definitiva, su oferta de acuerdo más que una mano tendida es un abrazo de oso.