jueves, 31 de marzo de 2016

LA MUJER DE ROJO

Pobre entrada el martes en el Teatro de la Maestranza (menos de medio aforo, diría yo) para asistir a uno de los dos conciertos (Sevilla y Barcelona) que la georgiana Khatia Bunaitishvili, una de las estrellas emergentes en el firmamento pianístico actual, ha ofrecido en estos días en España. Y aún así sobraban algunos espectadores: los tosedores habituales, los que andan continuamente tonteando con el teléfono o esa señora que salió, nada más dar inicio el recital, levantando a toda la primera fila de sus butacas. Debe ser desalentador para el artista estar allí solo en el escenario, dando lo mejor de sí mismo, escuchando todos esos ruidos en la sala. A pesar de ello,  Khatia encandiló a todos y el concierto resultó fantástico en términos globales. Pocas veces he visto aplaudir en este teatro con tal convicción y entusiasmo.
Salió la intérprete al escenario con un espectacular vestido rojo, aunque más recatado que los que le he visto en otras ocasiones, que realza su espléndida figura. A sus veintiocho añitos -comenzó a tocar a los cinco- ella misma ha defendido que una mujer no necesita ocultar su lado más sensual para ser apreciada intelectualmente. Razón no le falta. La que puede, puede.
En el programa predominaba la obra del húngaro Franz Listz, músico por cierto que no muchos conocen que visitó nuestra ciudad en diciembre de 1844, con la adición de sendas piezas de Ravel y Stravinsky. Composiciones todas ellas destacables por su exigencia virtuosística. Un virtuosismo que según Buniatishvili está en el cerebro del pianista antes que en los dedos. ¡Pues qué cerebro! En él llevaba metido todo el programa. Por supuesto, ni una partitura. ¿Para qué? Esa música o se lleva dentro o no sale. Eso sí, parecía tener prisa en su ejecución, como si no estuviera cómoda o como si temiese perder la concentración entre los aplausos. Porque lo que es interpretando se le veía absolutamente concentrada. Incluso cuando desarrollaba un endiablado pasaje con una sola mano mientras con la otra, en despreocupado gesto deliciosamente femenino, se apartaba de la cara un mechón de su cabello, siempre flotando al son de la música. En una reciente entrevista en una televisión francesa, con motivo de su comparecencia a principios de mes en la Philharmonie parisina, Buniatishvili admitía que el repertorio de este concierto requiere una gran fuerza física y mental, y que cuando ella toca lo hace no sólo con las manos sino con todo su cuerpo, con el objetivo, aparentemente contradictorio, de alcanzar la inmaterialidad. Es una especie de trance, y creo que eso lo transmite al público. Parece increíble que de un sólo instrumento, en manos como las de la georgiana, pueda extraerse tal variedad de sonido, tal cantidad de colores, tal extensión de matices, y todo con una prístina claridad que hace audible cada acorde, cada nota, por más que se sucedan a velocidad de vértigo.
A pesar de que, como hemos dicho, las piezas del programa tenían como denominador común fundamental su virtuosismo, Khatia nos regaló como propina final un “Claro de luna” (Debussy) con el que demostró que también sabe manejarse en un registro más lírico y pausado. Un encanto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario