miércoles, 12 de abril de 2017

CALLES ROBADAS

La calle de Placentines,
estrecha y larga, parece
que la rasgó una saeta
con su punta fina y breve...


Así evocaba la angosta calle Placentines el poeta  Ramón Cué, el sacerdote jesuita mejicano, autor de aquél libro “Cómo llora Sevilla” que inundó de versos cofradieros nuestros años mozos. Es la calle desde la que se obtiene una de las mejores vistas de la Giralda, a veces estropeada por el merchandising kistch de las tiendas para turistas. Debe su nombre a los naturales de la ciudad italiana Piacenza que acompañaron al Rey Santo en la conquista de Sevilla. Hoy la calle de Placentines, tanto en su parte ancha (lateral del Palacio Arzobispal) como en la estrecha que recordaba el poeta,  es una calle prácticamente muerta para el disfrute de las cofradías. Paulatinamente fueron primero dejando de pasar cofradías por la parte más angosta, como la mía de la Sagrada Mortaja, como se dejó de pasar por otras calles estrechas como Cerrajería para sustituirla por la Cuesta del Rosario. Ahora han venido a darle el golpe de gracia los cabildos, tanto civil como eclesiástico, de la ciudad. Los canónigos se han reservado para ellos toda la grada y la acera del lateral del patio de los Naranjos, para poner allí cuatro famélicas filas de sillas a disposición de sus beneficiados, en el sentido amplio de la palabra. Han excluido a cientos de personas que ya no pueden disfrutar de ese espacio, que por otra parte estaba prácticamente vacío las veces que he estado por allí. Por su parte el Ayuntamiento ha cerrado la parte más estrecha de la calle, convertida en vomitorio para cangrejeros, y aforado el resto, con lo que el acceso queda al arbitrio del poli de turno que a ojo de buen cubero diga que aquello ya está lleno. Mi amiga Rosana Reyes vivía en una casa en el tercer tramo de la calle, que desemboca ya en Francos. Allí acudía con frecuencia en las Semanas Santas de mi época de estudiante, y aún después, a contemplar el paso de las hermandades. Ahora seguramente ya no podría hacerlo porque me lo impedirían los aforadores.  Nos podemos olvidar de Placentines para ver cofradías. Como nos podemos olvidar de Francos, Alcázares-Sor Ángela o -me han dicho, porque yo no he querido ir a verlo- del Arco del Postigo Aquí ha llegado un señor que ha dicho “la calle es mía” (¿les suena?) y lo más grave es que incluso le aplauden en los teatros en actos supuestamente “cofrades”. "Hay otras calles", ha dicho este señor. "Depende de para qué", le respondo yo. Habrá que lamentar, como Romero Murube con los cielos, las calles que perdimos. O más bien, las que nos robaron. 

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