sábado, 26 de septiembre de 2015

LA LEY Y LOS SENTIMIENTOS


Mucho se ha hablado y escrito en los últimos meses, y especialmente en las últimas semanas, acerca de los perjuicios sin cuento que sufriría no ya el resto de España, sino la propia Cataluña en caso de una hipotética secesión de este trozo del territorio nacional, que nos pertenece a todos los españoles. Que si el descalabro del PIB, que si la deslocalización de empresas, que si el corralito bancario, que si la inviabilidad de las pensiones…  Todo esto está muy bien. Es lo que dicta la lógica y por tanto la independencia de Cataluña, al menos en los términos planteados por sus actuales impulsores, se presenta como un atropello brutal a la razón. Pero quienes pretenden convencer con estos argumentos tan razonables acaso se olvidan que el nacionalismo -desde luego el catalán sin duda, y otros parecidos- es un fruto del romanticismo. Y el romanticismo es un movimiento que  se caracteriza por el rechazo de la razón y la exaltación absoluta de los sentimientos. Los independentistas quieren separarse de España porque, dicen ellos,  se sienten  catalanes, y no españoles. Ante esto, ningún argumento racional es eficaz. Es como aquellos que dicen, si se me permite la broma,  “viva no sé quién….manque pierda” Aquí es lo mismo: “Visca Catalunya independiente…manque pierda” ¿Qué se puede argumentar ante esto?
A mí me parece muy bien que cada cual se sienta como le parezca, porque nadie es quién para gobernar los sentimientos de los otros. Pero los sentimientos están bien, si son buenos, para la vida privada. Los sentimientos son diversos, variables,  contradictorios….La convivencia política no puede basarse sobre los sentimientos, sino sobre la razón, que es lo único que permite el debate y la búsqueda de soluciones asumibles en mayor o menor medida por todos. Decía Tomás de Aquino que “lex est ordinatio rationis ad bonum commune….”. La ley es una disposición de la razón, no de los sentimientos, y en la vida política en un Estado de derecho lo que debe imperar es la ley. Usted se puede sentir inferior o superior a los demás, según esté eufórico o depresivo, pero la ley nos dice que todos somos iguales ante ella. Usted se puede sentir profundamente religioso y convencido de lo verdadero de su fe, pero la ley nos impone el respeto a todas las creencias. Usted puede sentir personalmente mucha lástima por un delincuente, pero si ha cometido un delito la ley le impone una pena que debe cumplir. La ley tiene que basarse, aunque es posible en su imperfección que no siempre lo haga, en la razón, y no en los sentimientos de cada uno. Por eso, frente a la romántica irracionalidad nacionalista, absolutamente insensible los argumentos racionales, sea cual sea el resultado de las elecciones de mañana, sólo cabe la aplicación de la ley. Usted puede sentirse catalán o birmano, pero mientras se dé la situación actual usted, sr Mas y toda la patulea, tiene que atenerse a las leyes españolas, empezando por nuestra Constitución -que establece la “indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles” y que “la soberanía nacional reside en el pueblo español”-  y siguiendo por todas las demás. Y si no le gustan, y su sentimiento es irrefrenable, tiene dos opciones: intentar cambiar esas leyes –con la participación de todos los españoles, como es lógico, según queda dicho- o buscar un vuelo barato en una compañía low cost, sin billete de vuelta.
En esa aplicación de la ley, sin más historias, creo que ya vamos tarde. Llevamos meses aguantando a una pandilla de facciosos anunciando sin recato que van a dar un golpe de estado. Y sin embargo ahí siguen. ¿Se imaginan que Tejero hubiera ido anunciando por ahí sus intenciones de tomar el Congreso? Le meten un paquete desde el minuto uno. Aquí sin embargo andamos pasteleando con estos presuntos delincuentes, que lo son por muchos o pocos votos que puedan obtener mañana. Espero todavía no obstante que exista un límite a tanta fanfarronería, un Rubicón que, en caso de ser traspasado, provoque de una vez la reacción del Gobierno de la nación, a ser posible, contando con el apoyo del principal partido de la oposición, pero igualmente sin él. Y que los promotores de esta locura acaben, si ha lugar a ello, en la cárcel, como ya lo hiciera un antecesor suyo, Lluis Companys, hoy tan ensalzado, en tiempos de la II República.
Entretanto el resto de los españoles asistimos atónitos a este espectáculo deplorable en el que se está jugando con el futuro de todos nosotros por el delirio trasnochado de unos descerebrados y el tancredismo de un Gobierno, que a ver si se va a dejar llegar tan cerca el toro que luego no tenga forma de enmendar la figura.     

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