Estreno
de temporada en el Teatro de la Maestranza con algunas novedades El formato del
programa de mano ha cambiado. El motivo es incluir el texto del argumento
también en inglés. El bilingüismo está
de moda. A mi me fastidia, porque he coleccionado los de todas las
representaciones desde que el teatro inició sus temporadas regulares en el
formato anterior, pero la causa lo justifica. Cuando comienza la representación
se percibe que la revolución bilingüe no queda ahí: también los letreros están en
español y en inglés. Estupendo. Se ve que los responsables del teatro han decidido
apostar por su proyección internacional.
Me parece magnífico porque este es sin duda uno de los potenciales turísticos
todavía por explotar a fondo en Sevilla. Si es así yo les recomendaría que le
dieran un repasito a la página web, la mejor ventana al exterior que tiene
actualmente cualquier institución. Muchos son hoy los teatros que exportan sus representaciones
a través del cine (Metropolitan, ROH,
Scala, París) o de internet (Real, Munich, La Monnaie, Lieja…incluso Viena se ha sumado este año a la moda, eso sí,
cobrando). La web del Maestranza sin embargo es una de las más pobres en contenidos que conozco. No hay ni un solo trailer de
promoción, y en cuanto a fotografías, por ejemplo, la que ilustra este
comentario es la única que ofrece sobre la función que lo motiva.
Si la ópera es un espectáculo total, el que se ofrece
en estos días en Sevilla sin duda lo es. Espectáculo visual y sonoro. En esta
ocasión, para mi gusto, el primero le
gana al segundo. La escenografía de Mestres rescatada del Liceo de los años
cincuenta es realmente bella y efectista, gracias al dominio de la perspectiva, a pesar de la modestia de sus medios. Contribuyen a su realce el estupendo
trabajo de iluminación (Faura) y el vistosísimo vestuario (Squarciapino). El
culmen fue el fastuoso segundo acto en el que, aunque no hubo caballos, no
hicieron falta para representar sobre el escenario la espectacularidad que
podemos asociar al Antiguo Egipto. Me acordé de Terenci Moix, que me enseñó con
sus libros a ver el país de los faraones. Incluso los ballets me resultaron más
convincentes que en otras ocasiones.
En lo musical la cosa estuvo más flojita. Entre las
voces, la más destacada fue la de Dimitry Ulyanov, pero claro, su papel, el de
Ramfis, no es muy extenso. María Luisa Corbacho mostró cualidades, pero su Amneris es
insuficiente. Tamara Wilson lució espléndida en momentos estelares como “Numi pietà” o el “O patria mia”, pero en
otros pasajes anduvo perdida. Sobre Doss ya dije el año pasado que su voz me
parecía algo tosca, y no ha cambiado mi impresión de entonces. En cuanto a Wilfred Kim quizá es que tengo muy metido en
los oídos el Radamés de Pavarotti –todavía- y las comparaciones son odiosas. No
es culpa suya. Hasta la orquesta me pareció menos brillante que otras veces. Le
he oído a Halftter en una entrevista que ha estado todo el verano estudiando el
“Ocaso” con el que concluirá el curso. A lo mejor por eso se le olvidó Verdi.
Los coros sí estuvieron a muy buen nivel.
Pero no me hagáis mucho caso sobre todo esto, porque
la verdad es que a partir del tercer acto,
con su ambientación nocturna junto a las silentes orillas del Nilo, yo ya tenía
un sueño que no me permitía mucha finura apreciativa. Un lunes y además después
del fastidioso cambio de hora del otoño, para mi organismo eran ya las doce
cuando Radamés se enfrentaba al dilema de escoger entre su patria o su amor a
Aída, con el desenlace de todos conocido. No me explico que para una ópera de
poco más de dos horas y media de música haya que tener casi cuatro horas de
espectáculo, con largos descansos en cada entreacto. También en esto podíamos
hacernos un poquito más europeos y no hacer trasnochar a los que nos tenemos
que levantar a las siete de la mañana el día siguiente, porque es que esto mata
todo posible encanto.
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