La mañana
del primero de noviembre pasado, día en que como cada año se celebraba la
festividad de Todos los Santos, amaneció con sorpresa para los
sevillanos. El rumor se fue extendiendo por la ciudad, aunque los
detalles eran confusos. Unos decían que un grupo de gamberros habían
pintarrajeado la estatua del Cid Campeador en el Prado de San
Sebastián. Otros que había sido un comando islamista. También
había quien decía que era cosa del Halloween, aunque la viveza de
los colores invitaba a descartar de principio esta hipótesis. El
asunto se fue aclarando conforme pasaban las horas y los extrañados
y escasos viandantes que en la jornada festiva deambulaban por la
zona fueron dando cuenta, a través de redes sociales y otros medios
convencionales, de lo realmente ocurrido.
Se trataba
de una artista, Olek, de Agatha Oleksiak, entre polaca y neoyorkina,
que en sus ratos libres, que se ve que tiene bastantes, se dedica a
hacer crochet, y como le cunde, pues va por el mundo revistiendo
cosas, y con esta particular fórmula se ha hecho un nombrecito en el
panorama artístico internacional. La primera intención fue la de
vestir de ganchillo al santo patrón en la Plaza Nueva. Pero alguien
con buen criterio en el Ayuntamiento pensaría que aquello podía
provocar gran rechazo, empezando por las hermandades que tienen por
titular al rey santo. Habría habido hasta misas de desagravio. Pero
como no querían perder la oportunidad y pasar por rancios y
casposos, pues se pusieron a pensar alternativas. Podían haber
mandado a Olek a vestir a Bolívar, allá por la Palmera, pero a buen
seguro se habría originado un conflicto diplomático con las
sensibles repúblicas hermanas. Podían haber mandado a vestir a Dª
María de las Mercedes, pero era de esperar que la Real Maestranza de
Caballería pusiese el grito en el cielo, y no está la Casa Real
para muchas polémicas. Ya está, al Cid, que como no tiene ni peña,
ni cofradía, ni club de fans, aunque haya gente que proteste no
llegará la sangre al río. A lo sumo llegará, se dijeron, a la
altura del Lope de Vega, pero nada más.
Y así fue.
Después de haberse anunciado incluso que el agraciado cobaya del
experimento sería San Fernando, el elegido fue don Rodrigo Díaz de
Vivar. A mi el resultado estético me parece vistoso y atractivo, y
si puedo no me perderé la exposición que acaba de inaugurarse en la
galería Delimbo. Pero en cualquier caso lo considero una falta de
respeto para la artista autora de la famosa estatua, la también
foránea Anna Hyatt Huntinttong, y, sobre todo, para el histórico
personaje que representa. Si uno se toma la molestia de repasar la
trayectoria artística de Olek y de las performances que han
antecedido a la presente, puede comprobarse que ninguna de ellas
afecta a una figura como la de este caso. Veamos: el toro de Wall
Street, un tren en Lodz, unos elefantitos en la Lancaster House en
Londres.... Aquí ha tocado techo, que para eso los sevillanos somos
así de rumbosos.
Si en vez
de una malla de crochet se le hubiera puesto a la efigie un traje de
flamenca la falta de respeto habría sido más patente, pero hubiera
resultado igualmente artístico. De
lo que deduzco que este no puede ser buen criterio, porque a ver quien pone el siempre subjetivo límite. Por eso
estimo que el Ayuntamiento no debería prestar a tales fines las
estatuas de los personajes a quienes homenajeamos en ellas, aunque no
tengan cofradía que les defienda. Si yo fuera El Cid -el de la
estatua, no el torero- me bajaba del caballo, que de cosas parecidas
ya tiene antecedentes, y decía: “ea, señores, ahí se quedan
ustedes con sus colorines, que ya estoy yo en mi casa”.
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