martes, 8 de octubre de 2013

LECTURAS DE VERANO (II)


Contaba el otro día cómo he dedicado buenos ratos de mis vacaciones a leer a dos grandes novelistas como son Lev Tolstói y Marcel Proust. Ya comenté entonces algo sobre Resurrección –que no se piensen los capillitas que tiene nada que ver con la Semana Santa-, última de las novelas del gran escritor ruso, y hoy le toca el turno al literato francés.
De Marcel Proust he leído “Por el camino de Swann”, de cuya publicación se celebra este año su centenario, y que es el primero de los siete volúmenes de su monumental obra “En busca del tiempo perdido”. Y desde luego que le he dedicado tiempo, pero en absoluto lo considero perdido.
Proust es un enorme renovador de la narrativa, de talla equiparable a la  de Joyce, pero sin Bloomsday y sin Angelica Huston interpretando a Greta en  Dublineses, lo que quizá lo haga menos popular, aunque sea muy conocido su famoso episodio de la magdalena y en los últimos tiempos se promocione Illiers-Combray como meca de los proustianos. A mí sin embargo tengo que confesar con humildad que el Ulises no acaba de encajarme y en cambio me engancharon desde primer momento el estilo y universo temático del parisino.
Proust estudió Derecho, por dar satisfacción a su padre, pero nunca ejerció la abogacía. Claro que era rico por familia, y eso le permitió vivir sin ocupación en los ambientes de la alta sociedad parisina, antes de encerrarse en los últimos años de su corta vida para dedicarse por entero a la literatura y dejarnos esta fascinante obra. Últimamente me ha venido a veces a la cabeza que me gustaría dejar la toga y dedicarme a escribir –como a cualquiera- pero ni soy rico por familia ni tengo tan pocas luces como para no darme cuenta de que ni por asomo cuento con las dotes literarias necesarias para escribir nada que se venda, por lo que lo más sensato será seguir escribiendo demandas, informes o recursos, terreno en el que al menos me defiendo.
A Proust hay que paladearlo despacio. Si intentas digerirlo rápido se te atraganta. Pero si le das su ritmo resulta delicioso. Su lectura no es fácil, requiere paciencia y concentración. A veces te pierdes en las frases interminables, en la profundidad de la introspección psicológica de los personajes, en las extensas digresiones sobre el arte o la música, pero entre esas dificultades, que te obligan en ocasiones a retroceder en la lectura al punto en que te extraviaste y retomar la senda con mayor atención, puedes obtener la recompensa de encontrar algunos de los pasajes más bellos que hayas podido leer nunca. Por eso es apropiado para las relajadas siestas del estío, en las que las horas pueden alargarse a placer, sin prisas, sin apremios.

Así que allí estaba yo leyendo plácidamente, imaginando caminos a Méséglise o a Guermantes, amores y celos de Swann, paseos y juegos en el bosque de Bolonia o en los Campos Elíseos, cuando de repente sonó el despertador. Se acabó el encanto. Fin de las vacaciones. Regreso a la rutina, al tedio de los tribunales, el que aburría a los jueces retratados por Tolstói y del que sabiamente supo y pudo librarse Proust. A ello habrá que aplicarse, no hay más remedio. Pero en cuanto haya ocasión no dudaré en volver a sumergirme en la lectura de la Recherche. A seguir indagando en la historia de Odette de Crécy, a recrear  los paisajes normandos de Balbec, a descubrir el personaje de Albertina…hasta recobrar el tiempo perdido.

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