miércoles, 3 de septiembre de 2014

LA SEVILLA DE MÉRIMÉE



Mi afición por la ópera y por las cosas de Sevilla me han llevado este verano a la lectura de la novelita de Próspero Mérimée en que se basan Ludovic Halévy y Henry Mehilac para su libreto sobre la historia de la famosa cigarrera sevillana al que puso música  George Bizet, y que constituye una de las obras del repertorio lírico más universalmente asociadas al nombre de esta ciudad, a pesar de lo cual quien esto escribe, abonado de más de veinte años del Teatro de la Maestranza, todavía no la ha podido ver representada en él.¡Qué cosas!
Tenía curiosidad por saber cual es el grado de fidelidad del libreto respecto de la novela – a la que me he referido antes en diminutivo por su extensión, que no por su calidad-  y sobre todo qué lugares y que ambientes sevillanos eran utilizados como escenario de los lances de la misma y qué detalles de ellos se daban.
Cuenta Mérimée -que es narrador y personaje a la vez en la primera parte de la obra, en la que anda cual arqueólogo buscando confirmar sus teorías sobre la localización de la batalla de Munda- que conoció a la Carmencita –“voilà, la Carmencita!”- en Córdoba, donde entonces vivía, en una modesta casa al otro lado del puente que atraviesa el río, con el exmilitar vasco-navarro don José, el hombre al que hizo perder la cabeza por ella y terminó matándola después de darse a la vida de bandolero y contrabandista por su causa. Me llamó la atención que nuestro autor dé noticia, allá por el 1830, de una nevería en la ciudad de los califas donde se servían helados. Por mi ignorancia no imaginaba yo tal grado de refinamiento en una ciudad que en aquél entonces, pasados sus tiempos más gloriosos, debía ser más un poblachón rural más que una gran urbe. Tascas, tabernas y colmaos era lo primero que se me podía venir a la mente. Sin embargo el mismo autor nos dice en una nota que “apenas hay en España pueblo que no tenga nevería”. Así que por lo visto era cosa común, si bien solía tratase sólo de un establecimiento tipo café provisto de una nevera, o bien de un depósito de nieve, que proveerían supongo con la traída desde aquellos neveros de los que tantos he visto en mis excursiones por la alta montaña, hoy lógicamente en desuso. En ellas podía uno sentarse a tomar un helado “en una mesita alumbrada por una vela encerrada en un globo de vidrio”, y si las había en Córdoba, también las habría en Sevilla, donde no aprieta menos el calor.
Para pasar a los escenarios sevillanos hay que esperar a la segunda parte de la novela, ubicada temporalmente unos años más tarde que la primera, en la que el desdichado José Lizarrabengoa, que va a ser ajusticiado por sus crímenes, cuenta al escritor la historia de su relación fatal con la gitana Carmen. El ya condenado vuelve a estar en Córdoba, pero cuenta sus andanzas por toda la geografía andaluza (Málaga, Jerez, Vejer, Gaucín, Granada, Ronda, Gibraltar, Montilla… y, cómo no, Sevilla).
El primer enclave hispalense que aparece citado es la Fábrica de Tabacos, “ese gran edificio, extramuros, cerca del Guadalquivir”. Se trata por tanto sin lugar a dudas del edificio obra de Van der Brocht cuya completa terminación databa de medio siglo atrás, y no del que anteriormente albergara tal industria en nuestra ciudad, sita en la más céntrica, y siempre intramuros, plaza de San Pedro. Allí es donde se dice que trabajaban cuatrocientas o quinientas mujeres –otras fuentes elevan considerablemente el número- que cuando hacía calor “se aligera(ba)n de ropa, sobre todo las jóvenes”. Ya anteriormente el amigo Próspero, que no perdía ocasión de poner su picante para la época, había hecho alusión a la desnudez de las cordobesas que a determinada hora del día se bañaban en el río. Como es bien sabido, es a la entrada de la fábrica, un viernes por más señas, donde el soldado conoce a la guapa cigarrera que le lanza, provocadora, la amarilla flor de casia que llevaba en la boca.
Luego también se habla de Triana, donde se sitúa la célebre taberna (figón en la novela) de Lillas (Tomás en caló) Pastia, “un viejo vendedor de pescado frito, gitano, negro como un moro...”. Claro que como en el libreto se dice “Près des remparts de Séville, chez mon ami Lillas Pastia”, yo la imaginaba más bien por la parte de la Macarena, que es donde los sevillanos de hoy conocemos las murallas, pero no es así. De la calle Sierpes, lugar donde se ubicaba la cárcel a la que supuestamente llevarían presa a Carmen tras su pelea en la fábrica, y en la que se escapa de sus guardianes tras engatusar a don José, dice Mérimée que “merece perfectamente el nombre por las revueltas que da”. Serán cosas de la percepción francesa, porque a mi no me lo parece tanto. Claro que si lo comparamos con la rectitud de los bulevares parisinos, entonces sí. Pero es que no es cuestión de comparar Sevilla con París.
No se precisa la ubicación del calabozo en el que acaba el “tontaina” del cabo como consecuencia de la acción anterior, y del que Carmen lo anima a escapar facilitándole una lima introducida en “un pan de Alcalá”, que debería ser  supuestamente el de alguno de los establecimientos militares de la ciudad. Tampoco se dan pistas sobre dónde pudiera estar la casa del coronel a cuya guardia es destinado tras su degradación y cumplimiento de castigo –había rehusado la incitación a la deserción- y donde vuelve a ver a la omnipresente Carmen.
También se habla de otros lugares no identificables: una confitería donde la gitana compra yemas y turrón, un punto de la muralla, cercano a una de sus puertas, donde se había abierto una brecha aprovechada por los contrabandistas, una iglesia en la que entra José a llorar amargamente los desplantes de Carmen… Pero el lugar principal es uno que normalmente los sevillanos asociamos preferentemente a otra leyenda y a otro personaje como es el rey Pedro I, motivo por el cual seguramente también lo conocía el novelista francés, que la cita de manera introductoria en la narración, y además añade una nota explicativa. Me refiero a la calle Candilejo. Pero de esto hablaré en otra entrada, que esta ya me queda un poco larga para lo que es habitual en este blog.


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