miércoles, 4 de septiembre de 2013

LA NUEVA CLASE

Cayó hace unos meses en mis manos casi por casualidad un libro del escritor francés Guy Sorman  titulado “La solución liberal”. Buscaba otro título del mismo autor, pero apareció este en los anaqueles de la biblioteca y me resultó atractivo, y aunque han pasado ya algunos años desde su publicación en 1984, su contenido me pareció actual.
Entre otros temas tratados, se quejaba Sorman por aquél entonces de que ni siquiera los gobiernos de Margaret Thatcher o Ronald Reagan,  a pesar de ser demonizados por la izquierda por su inspiración liberal o neoliberal,  habían conseguido reducir el tamaño que sus respectivos aparatos estatales habían alcanzado en su enorme desarrollo desde la II Guerra Mundial.
Para explicarlo se remonta  a la advertencia que ya hacía Tocqueville en su obra “El Antiguo Régimen y la Revolución”: “Los funcionarios administrativos –expone el autor de “La democracia en América”- forman una clase que tiene su espíritu particular, sus tradiciones, sus virtudes, su honor, su orgullo propios. Es la aristocracia de la sociedad nueva que ya está formada y viva; sólo espera que la Revolución haya despejado el sitio”.   
Esta idea es retomada en tiempos más recientes por Michaël Zöller, un sociólogo alemán de la Universidad de Bayreuth, para quien el Estado es un sistema de intereses personales organizado, una Nueva Clase. Según Zöller, en palabras de Sorman, “los miembros de la Nueva Clase, los burócratas que rigen el Estado, funcionarios y políticos, son seres humanos terriblemente normales...Como todos nosotros, su ambición estriba en aumentar su retribución y su autoridad. Como clase, se dedican a desarrollar sus poderes, sus intervenciones y su parte de mercado, es decir, la deducción financiera que realizan mediante el impuesto sobre la sociedad civil. No puede esperarse de estas gentes normales un comportamiento distinto y sería tan estúpido reprochárselo como ignorarlo”.
Esta nueva clase se ajusta bastante a lo que hoy se ha dado en llamar, con término bastante más despectivo, “la casta”, y abarca a la práctica totalidad de la clase política, sea del color que sea. Es la consecuencia de la profesionalización de esta actividad. Quienes se dedican a ella pretenden vivir de esta ocupación indefinidamente, y por lo tanto crean sus propios intereses como clase, comunes a todas las formaciones y tendencias, y al mismo tiempo divergentes del de la sociedad a quien indefectiblemente tienen que rapiñar para asegurar su subsistencia. Por eso el político auténticamente liberal es hoy rara avis. El político profesional tiende más bien a expandir su negocio –el del Estado- que a reducirlo. Cuestión de mera supervivencia.
Para Sorman, asistimos a una nueva lucha de clases, en las que burguesía y proletariado han sido sustituidos por la clase político-funconarial por un lado y lo que podríamos llamar la sociedad civil por otro. Esta última incluiría a “todos aquellos que viven de la economía privada, sometidos a las leyes de la competencia y condenados a dar siempre pruebas de iniciativa, de imaginación, capaces de cambio, inseguros por lo que se refiere a su futuro…. Enfrente, la Nueva Clase produce sobre todo palabras; las profesiones que ejerce son generalmente del orden del discurso. Vive de la deducción que realiza sobre los demás y se justifica por ello en nombre del interés general”.

El mismo Sorman advierte de la esquematicidad de su análisis –que aquí además expongo de manera obviamente simplificada- aunque no lo sea mayor que la del marxista del que toma referencia, pero a grandes rasgos creo que es bastante acertado. La última prueba la tenemos en la propuesta de reforma de la Administración que en estos meses se discute en nuestro país, y que podríamos resumir en la lampedusiana fórmula de cambiarlo todo para que nada cambie. Porque más allá de retoques cosméticos y de algunos cambios de denominación, mucho me temo que el peso de nuestra elefantiásica administración va a seguir cargando abusivamente nuestros hombros, más o menos de la misma forma que hasta ahora. Normal. No vamos a pedir a estas criaturas que tiren piedras contra su propio tejado.

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