lunes, 23 de septiembre de 2013

LECTURAS DE VERANO (I)

Dice el tópico oficial, difundido hasta la saciedad por los mass media dictadores de las modas, que el verano es tiempo de lecturas ligeritas y facilonas, de no quebrarse mucho la cabeza, no vaya a ser que al personal, al que pastorean con programas de entretenimiento que van de lo vulgar a lo chabacano, se le calienten en exceso las neuronas. Creo que esto entra dentro de los cánones de la civilización del espectáculo (Vargas Llosa), que es lo que ahora mayormente se lleva. Una cultura degradada hasta la zafiedad, para que así todos y todas podamos acceder a ella. Aunque a lo que accedamos sea bodrio más que cultura.
Como a mi no me gusta ni mucho ni poco, sino todo lo contrario,  que me digan lo que tengo que leer y cuándo, en estos meses de canícula, para ir contracorriente,  me he entretenido, junto a algún libro de economía y otras cosillas menores, con Tolstói y Proust, que no son escritores precisamente livianos.
Del escritor ruso he leído Resurrección, la última de sus novelas (1899) en la que resalta el enfoque moralista que cuestiona todo el sistema económico, estatal y eclesiástico de su época. Menos conocida quizás que Guerra y paz o Ana Karenina, Resurrección es una obra cumbre del realismo crítico. Entre los magistrales pasajes que pueden encontrarse en la narración me han quedado grabados algunos muy relacionados con mi profesión, por la agudeza con que son tratados. En uno de ellos se trata de la vista del recurso que el protagonista Nejliúdov ha promovido ante el Senado ruso –equivalente a lo que aquí sería el Tribunal Supremo- para intentar la revisión de la condena recaída sobre Katiusha, la mujer con la que pretende casarse para reparar su culpa, para lo que ha contratado los servicios del abogado Fanarin. Tras describir la intervención del abogado, Tolstói refleja la forma como es acogida por sus destinatarios:

Después del discurso de Fanarin parecía evidente que el senado debería anular la sentencia. En su rostro apareció una sonrisa triunfal. Al mirar a su abogado y al ver esta sonrisa, Nejliúdov tuvo la seguridad de que el asunto había sido ganado. Pero al mirar a los senadores advirtió que Fanarin era el único en sonreir y en considerarse vencedor. Los senadores y el fiscal adjunto no sonreían ni daban muestras de entusiasmo, sino que tenían el aspecto de personas aburridas y decían: “Hemos oído muchos discursos de la gente de su profesión, y ninguno nos ha servido para nada”. Únicamente parecieron satisfechos cuando el abogado terminó y dejó de molestarles inútilmente.”
       
          No sé si la crítica de Tolstói va más dirigida a la palabrería de algunos abogados, a la insensibilidad y suficiencia de algunos jueces o a ambas cosas a la vez. Lo cierto es que en más de una ocasión he vivido esa sensación de que lo que estás diciendo ante un tribunal, que normalmente es importante para tu cliente, el juez de turno lo escucha como quien oye llover, cuando no con signos de evidente fastidio por tener que estar allí ocupándose de semejantes asuntos. Estoy seguro que muchos compañeros están familiarizados con similar experiencia. Es más, alguna vez los propios justiciables me han comentado negativamente esa actitud. Desgraciadamente lo que ocurría en la Rusia zarista, y que con tanta maestría captó y describió Tolstoi, ocurre también en nuestro país en nuestros días. Algo que desde luego desacredita la función judicial.




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