sábado, 5 de abril de 2014

PRESUMIDO

Entre los personajes secundarios de los pasos de misterio de nuestra Semana Santa  los hay guapos y los hay feos. Los romanos, por ejemplo, suelen ser agraciados. Se ve que lo de la Bética tira, incluso para los sevillistas en este caso. Ya se sabe que a Pilatos, el jefe de todos ellos, algunos capillitas incluso le agradecen que se lavase las manos. Por el contrario el personal de la parte hebrea de la historia tira más bien para feíllo. Será por el poso de los siglos de antijudaísmo. Para muchos sevillanos, no muy al tanto de las modernas tendencias en la Iglesia, los judíos son todavía “los que mataron al Señor”, mientras que los romanos son los que le dan escolta detrás del paso de la Sentencia. ¡Qué cosas, cuando el propio Jesús y todos sus discípulos fueron judíos! Pero volviendo al tema de los guapos y de los feos, que es a lo que iba, de entre estos últimos  unos deben su fealdad a la concepción  del  artista, que ha utilizado este recurso para así resaltar su maldad, mientras otros son así, simple y lamentablemente, porque su autor no daba más de sí y no supo hacerlos de otra manera. Porque no todo lo que hoy procesiona por Sevilla es una obra de arte, por mucho que esto moleste a los talibanes del “igualitarismo”. No vamos a entrar ahora a diferenciar a unos y a otros para no herir susceptibilidades, pero quien más quien menos lo sabe.
       El equino que precede al Señor de las Tres Caídas (¿hace falta de decir de dónde?), “personaje” secundario protagonista de este comentario, no tiene este problema. Pertenece al privilegiado grupo de los guapos.  Él lo sabe.  Muchos años lo he visto cómo va asomando su hocico poco a poco  por el Arco del Postigo –picando un mijita con el izquierdo…y ahora rompemos que nos vamos par Baratillo-  en esa hora frontera de la amanecida en que en la calle Arfe el olor sagrado del incienso se mezcla con el profano del aceite hirviendo  de los calentitos. Ahí está el tío, en esta foto de la Madrugada del pasado año. También él adelanta el izquierdo para acompasarse al andar trianero de  su cuadrilla. Seguro de su apostura, cercano ya el momento en que conquistará definitivamente Sevilla cuando entre formando el taco en la Campana, y aprovechando el parón  obligado,  se mira y se gusta  el Caballo de Triana en el  espejo que le ofrece el escaparate de la tienda de Pepe Cañete, conocido establecimiento que marca el estilo de la rancia elegancia  sevillana. Dicen por el arrabal que atiende al nombre de Calamar, pero yo, viéndolo así, tan bien plantado ante el espejo, le llamaría Presumido, que es nombre de caballo guapo.

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