sábado, 23 de febrero de 2013

SIN ALTERNATIVA


No recuerdo ningún debate parlamentario en que la victoria de uno de los protagonistas principales, líderes respectivamente del Gobierno y la oposición,  fuera tan apabullante como la obtenida por Mariano Rajoy sobre Rubalcaba en el celebrado esta semana sobre el Estado de la Nación. Salvo habituales esbirros periodísticos, inasequibles al desaliento y a la evidencia, todo el mundo da por vencedor en este pugilato al Presidente del ejecutivo. Es lo que hay. Rajoy sí o sí. Al presidente le bastó con alentar alguna tímida esperanza de recuperación, anunciando medidas de impulso económico y retomando promesas electorales hasta ahora arrinconadas, para llevarse de calle el combate. No le hizo falta más, porque la oposición de Rubalcaba es la mejor que podía soñar D. Mariano, quien lógicamente está encantado con esta pareja de baile, y por nada del mundo quisiera que se la cambiasen. Con enemigos así no hacen falta ni  amigos.
Y no es que el Gobierno lo esté haciendo todo de cine y nos tenga a los españoles más contentos que unas pascuas. Las cosas están demasiado difíciles como para eso. Rajoy lo tenía bastante crudo, porque el panorama no deja de ser desolador, a pesar de que no es poco haber conseguido sortear el fantasma del rescate que nos rondó durante buena parte del pasado ejercicio, de forma que parecía inevitable. Pero es que guste o no guste no se advierte otra opción real y seria en el espectro político parlamentario para el momento que vivimos.
El propio Rubalcaba ya lo había reconocido con anterioridad cuando semanas atrás se fijó el embarazoso plazo de nueve meses para elaborar un nuevo proyecto, pero ahora ha quedado reflejado mucho más nítidamente hasta qué punto la falta de ideas y de liderazgo en el PSOE es absoluta.  Rubalcaba es un preso de su pasado, incapaz de proponer nada creíble y sensato. No sé si dentro de nueve meses parirá algo, pero a día de hoy nada puede ofrecer. Su intervención fue patética, y pedía que alguien desde su bancada tuviera el gesto de misericordia de arrojar la toalla para evitar el castigo a que estaba siendo sometido su líder. Claro que a lo mejor es que disfrutaban con el espectáculo, planeando sucesiones.
Entonces, se dirá. ¿a qué juegan los socialistas, que ya no quieren ser ni obreros ni españoles? Pues nada más que a tratar de impedir que otros triunfen donde ellos han fracasado, a protestar por todo y contra todo, a crear inquietud  y poner chinitas en el camino de la recuperación, a ver si entretanto les da tiempo a recuperarse ellos. Ahora se inventan esto de la marea ciudadana, que ha escogido una fecha muy significativa para manifestarse, acorde con su verdadera naturaleza. Camisetas de todos los colores, como antaño lo fueran las camisas. Pero convendría recordarles que las mareas sociales donde tienen que manifestarse es en las urnas. Algo que con tanta frecuencia la izquierda, al menos la que aquí padecemos, está acostumbrada a obviar.

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