viernes, 8 de febrero de 2013

DOS POR UNA



En ningún sitio está escrito cuánto debe durar una ópera. Como tampoco lo está lo que debe durar una sinfonía o un concierto para piano. Por eso las hay de extensísima y de reducida duración. De entre las que conozco, la más larga es el “San Francisco Javier” de Olivier Messiaen, con sus buenas seis horas de música. En el otro extremo hay un ramillete de obras de reducido tamaño como puedan ser las del tríptico pucciniano (“Il tabarro”, “Suor Angelica”, “Gianni Schicchi”), “El niño y los sortilegios” y “La hora española” de Ravel, “Iolanta” de Tchaikovsky o “El enano” y “Una tragedia florentina” de Zemlimsky, entre las que recuerdo ahora mismo.

Pero la duración media suele estar entre las dos y las tres horas. Es quizá por eso que el público, cuando va al teatro, no espera menos de la función. Con lo cual, cuando se abordan obras de pequeño formato lo habitual suele ser doblar el programa. Cosa que yo no acabo de entender bien el por qué siempre se haga así, ya que al fin y al cabo supone un cierto desmerecimiento de las dos obras, cuando quizá estas piezas, valiosas por si mismas, podrían ser un reclamo para el público reticente a pasar muchas horas en la  butaca. Pero el caso es que esa es la costumbre, y no parece que nadie vaya a cambiarla. Con lo cual se hace necesario concertar matrimonios operísticos. De entre ellos, uno de los más afamados y estables es el que une a las óperas “Cavalleria rusticana” de Pietro Mascagni y “Pagliaci” de Ruggero Leoncavallo, que se representan como pareja bien avenida en todos los rincones del globo desde hace décadas. Pues bien, estos días se ha dado en Sevilla uno de los adulterios más sonados que a este respecto puede haber, puesto que la inseparable pareja ha sido rota en el teatro maestrante, donde se representa la ópera de Mascagni, no con su acompañante habitual, sino con una obra bien desconocida (estreno en España) del checo Leos Janaceck titulada “Sárka”. 
A mi, puestos a romper matrimonios, me hubiera gustado ver, en el lugar de la ópera desplazada, “La vida breve” de Manuel de Falla, por ejemplo, pero a la dupla venía impuesta por la producción procedente del Teatro de La Fenice de Venecia, firmada por el cineasta italiano Ermanno Olmi. Así que frente a la mayor homogeneidad temática y de estilos de las obras de amor y celos meridionales, en esta ocasión se apostó por los contrastes, aunque siempre con el tema del amor y la muerte como eje central. El amor mítico y legendario frente al amor terrenal y humano. La leyenda medieval frente al drama decimonónico. El brumoso bosque bohemio frente a la salada claridad siciliana. La partida la ganó, creo, claramente el sur, y no porque la obra de Janacek carezca de mérito, pero para empezar, si unas obras destacan en el repertorio más que otras es porque gozan de mayor favor del público, y eso es por algo, a lo que se une el que en esta ocasión varios factores jugaron en su contra.
Sin ánimo de exhaustividad, como diría un conocido presentador radiofónico, vamos con la música: Roman Sadnik (Ctirad) es simplemente el peor cantante que he visto en veinte años en el Maestranza. Siento mucho decirlo, pero es así. Aquí no somos muy dados a abuchear, y algunos le abuchearon. Viorica Cortez ya no está para cantar. Le salva su encaje perfecto con el personaje de Mama Lucía, pero nada más. José Ferrero me decepcionó en parte. No es que estuviera mal, pero esperaba más de él, después de su comparecencia wagneriana el pasado año. A lo mejor es que tengo todavía en el oído el Turiddu que le escuché recientemente a José Cura en Lieja, y el argentino es uno de los mejores intérpretes del personaje. Mark S. Doss fue el único que dobló en los dos repartos (Premysl y Alfio). Cumplió, pero su voz me resultó algo tosca. El papel de Sárka, la amazona protagonista de la primera obra,  fue magníficamente encarnado por Christina Carvin….And the winner is…..Dolora Zajic!!. Volvió a impresionar con su Santuzza, como ya lo hiciera como Princesa de Éboli en “Don Carlo” y fue la más destacada y aclamada de la noche. El coro, mejor también en “Cavalleria..” que en “Sárka”. Es que cantar en checo tiene que tener su aquél. Y en cuanto a la dirección de Emilio Serrate me pareció un tanto superficial, poco meditada y matizada en “Sárka”. Muy diferente en “Cavallería..”, bastante más brillante.
En definitiva una velada de contrastes. Me da la impresión de que no será de las que se recuerden especialmente. Pero hay que agradecer no obstante la oferta de títulos menos conocidos, pues esto enriquece y distingue, aunque no siempre salga redondo.

NOTA DEL AUTOR: Perdón por las faltas, pero he renunciado a la imposible ortografía checa, porque no encuentro los signos en mi ordenador.

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