martes, 1 de enero de 2013

AÑO NUEVO


El primer día del año amaneció gris y lluvioso. Ni los miles, los millones de mensajes llenos de  felicitaciones y buenos deseos han sido capaces de dispersar los negros nubarrones que se ciernen sobre este recién nacido 2013. Por mucho que nos sobrepongamos todo el mundo sabe que va a ser un año difícil. Seguramente no hemos vivido ninguna situación anterior en que reinara esa impresión generalizada de que el año entrante ofrece más interrogantes que certezas,  y que lo más que cabe esperar es que no sea peor aún que el extinto 2012. Yo ya propuse, puesto que todo el mundo pospone las perspectivas de  recuperación para 2014, que nos saltásemos este,  pero parece que la iniciativa no ha tenido éxito.
Como estará la cosa que es la primera vez que recuerdo haber visto asientos vacíos en la Sala Dorada de la Musikverein  de Viena en esta mañana de año nuevo. ¿La crisis o la resaca? Franz Welser-Möst volvía al podio tras su debut en 2011, a pesar de los discretos resultados obtenidos entonces. El maestro austriaco no es precisamente la alegría de la huerta. Carece del carisma de otros directores que se han visto en los últimos años (Mehta, Baremboim, Pêtre o Jansons), y no parece que se encuentre excesivamente cómodo en este tipo de repertorios. No había más que ver la cara de tensión cada vez que abandonaba el escenario para ir a beber y que le secaran el sudor, que el realizador televisivo ha tenido la mala idea de mostrarnos. Sin embargo en esta ocasión ofreció una divertida página con la deliciosa fantasía de Carnaval en Venecia (Johan Strauss padre) en el que fue repartiendo muñecos y utensilios entre los profesores para acabar tocado con un gorro de cocinero de tan fenomenal guiso. En todo caso la dirección fue precisa y eficaz para sacar partido a ese maravilloso instrumento que es la Filarmónica de Viena, y el resultado global se me antojó superior al precedente.

El programa era variado y con muchas novedades. Hasta once obras que no habían sonado nunca en los setenta años de esta arraigada tradición vienesa. Esto de las novedades es de agradecer, pero en tan gran número comporta un cierto riesgo, porque el público tiene muy claro qué es lo que espera escuchar en estos conciertos, y en un momento dado tanta innovación puede frustrar la expectativa.  Entre los elegidos, la familia Strauss -cómo no-, Lanner, Hellmesberger, Von Suppé -uno de los momentos estelares fue la interpretación de su vibrante obertura de Caballería Ligera- y por supuesto los dos indiscutibles protagonistas musicales del año: Richard Wagner y Giusseppe Verdi. Quizá no sea fácil encontrar obras de estos dos gigantes de la ópera que encajen en la idiosincrasia del concierto. El alemán creo que salió mejor parado, con su  brillante preludio del acto III de Lohengrin, frente al prácticamente desconocido –porque casi nunca se interpreta-   prestissimo del ballet del acto III del Don Carlo verdiano.
El concierto se iba desgranando con cierta frialdad cuando llegó el turno al bellísimo vals “Donde florecen los limoneros”, ilustrado para la televisión con la intervención del Ballet Estatal de Viena, momento especialmente esperado por mis hijas. Fue entonces cuando aprecié un cambio en la luz que entraba por las ventanas del salón. Me asomé y pude ver que, aunque tímidamente,  había salido el sol. Ojalá esto sea una premonición y aunque en los primeros meses del año continuemos la tortuosa senda por la que hemos transitado todo el 2012, se cumplan las previsiones más optimistas que apuntan a que a lo mejor para el segundo semestre empezamos a remontar de verdad el vuelo. Sea como fuere, os deseo a todos en este 2013 mucha salud, mucho ánimo y que la música os acompañe. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario