Tengo bien definidas desde pequeñito mis preferencias
futbolísticas, igual que, supongo, otros rasgos característicos de mi
personalidad. Es una ventaja que tenemos los sevillanos de no tener que ir muy
lejos a buscar nuestros colores. Yo, niño de Nervión, crecí oyendo rugir el
Pizjuan las tardes de domingo –cuando los partidos se jugaban a horas decentes-
antes que el estadio estuviese siquiera terminado, y a pesar de que entonces lo
más que ganábamos era “er Trofeo” allí me quedé enganchado (qué suerte ¿no?)
hasta que llegaron los tiempos gloriosos que recientemente hemos disfrutado. No
suelo sin embargo aquí en la red hacer
ostentación de mi pasión futbolera, más que nada para no aburrir a mis amigos
béticos, a quienes tanto quiero. Pero
hoy haré una excepción y escribiré de fútbol para desconectar un poquito de la
política, que tan pocas alegrías nos proporciona, aprovechando que mi equipo vuelve a
transmitirme las buenas vibraciones que
había perdido.
Porque tras dos temporadas más bien flojitas, en que
se fue cayendo progresiva y paulatinamente en la vulgaridad, el Sevilla parece que vuelve a tener la
impronta de equipo importante que vino luciendo por España y por Europa en el lustro
largo más brillante de su centenaria historia. Y que conste que no tengo ningún
reparo en reconocer que yo no daba un
duro por este proyecto, que por diversas razones, en las que no me voy a
detener, me parecía de saldo.
Pero en el partido (¿internacional?) del sábado, unido
al de hace dos semanas en el mismo escenario, se demostró que hoy por hoy el Sevilla puede
ganarle a cualquiera, incluidos Madrid y Barcelona, menos a los árbitros. El once
sevillista mostró seriedad, orden y unas ideas muy claras, que le
sirvieron para imponerse al mejor equipo del mundo mientras jugaron en igualdad
de condiciones. Entre los jugadores
destacables –todos en verdad- llamó mi atención lógicamente la aportación
de los nuevos fichajes, como Maduro,
Botía y Cicinho. Pero más aún me sorprendieron gente como Spahic y Rakitic, que
la temporada pasada ni estaban ni se les esperaba, y a los que sin embargo vi enchufadísimos
y comprometidísimos. Esperemos que el reenganche con la causa de estos futbolistas
–del que hablaban los técnicos y yo no creía-
no sea flor de un día y den a lo largo de toda la temporada el
rendimiento que les es exigible.
Mas cuando mejor pintaba para el Sevilla aparecieron
Fábregas y Lahoz. El primero comenzó marcando un gol de clase indiscutible.
Pero a continuación demostró que se puede ser un excelente futbolista y un
pésimo deportista al mismo tiempo. Cesc se reveló como una delicada damisela
que se desmaya -¡ay!- sólo con tocarla. O al menos es el papel que interpretó a
la perfección. Para luego venir a los periodistas con la cantinela de una niña
tonta “a ver si te lo hubieran hecho a ti”. En definitiva, lo propio de un chiquito consentido y
mal criado que es lo que es este señorito. Eso sí que es antideportividad, y
sin embargo no se castiga.
En cuanto a Lahoz se comportó como esos jueces a los
que les cabe todo –de los que hay unos cuantos por ejemplo en el Tribunal
Supremo- pero curiosamente casi siempre a favor del delincuente y no de la
víctima. En el caso de Medel no dudó ni un momento a la hora de mostrar la
tarjeta roja a pesar de no haber visto el incidente con el tramposo teatrero,
que es quien provoca al chileno. Sin embargo la mano de Thiago que precede al
segundo gol azulgrana, delante de sus narices,
se la traga como si nada. ¿Alarmante falta de vista? ¿O es que
estaba hipnotizado por el penduleo de la pelota que practican los azulgrana? A
lo mejor es que como el Barcelona a veces hace un juego que más parece de
balonmano que de fútbol, pues a la criaturita se le iría el santo al cielo y se
le olvidaría qué tipo de partido estaba pitando. Lo que no es de recibo es interpretar la involuntariedad de la acción,
cuando el jugador controla y se lleva el balón, lo que de otra forma no habría
hecho, con la mano.
Fue en definitiva una lástima perder el partido de la
forma que se hizo. Pero yo me quedo con la excelente imagen ofrecida y empiezo
a creer que hay base para volver a hacer cosas importantes. No solucionaremos con
esto la crisis, pero al menos nos levantará un poco el ánimo. Un equipo que plante cara y que sea capaz de
competir de tu a tu ante cualquiera es lo que queremos todos los sevillistas. Con
esto y con un Pizjuan unido y sin absurdas banderías, los resultados llegarán sí o sí.
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