jueves, 28 de mayo de 2015

MI "TOSCA" ROMANA

 Habida cuenta de que la última ópera de esta temporada en el Teatro Maestranza será la popular “Tosca” de Giacomo Puccini, aproveché mi reciente estancia en Roma para visitar los lugares en los que se sitúa la acción de la obra. Hace ya bastantes  años (como veintitrés) la RAI produjo una representación en los lugares y a las horas en que se desarrolla la ópera, con Catherine Malfitano, Plácido Domingo y Ruggiero Raimondi, inicialmente retransmitida en directo, de la que conservo una grabación de una vez que la pusieron en Televisión Española.  Por cierto que Domingo y Raimondi andan todavía sobre los escenarios, aunque el tiempo no pasa balde.

El primer acto se desarrolla en Sant’Andrea della Valle, en el  ajetreado corso Vitorio Emanuele II, muy cerca de otra iglesia famosa como es la del Gesú. Si esta última fue la primera iglesia de los jesuitas, la de Sant Andrea lo fue de la orden de los Teatinos, fundada por San Cayetano, y que tiene en Sevilla dedicada una avenida allá por el Tiro de Línea. Si llegas a ella viniendo desde la cercana Piazza Navona por el corso del Renascimento ya desde lejos se van contemplando su fachada y airosa cúpula. En su construcción intervino, entre otros, Carlo Maderno, el autor de la fachada de la basílica de San Pedro. Al traspasar la puerta de entrada se deja atrás el ruidoso tráfico romano y se  entra en un espacio de tranquilidad y sosiego. Es la sensación de alivio que debió sentir el perseguido Angelotti (Ah! Finalmente!) al alcanzar el templo poniéndose temporalmente a salvo de sus perseguidores. Te encuentras con una iglesia amplia, luminosa y colorista y excelentemente cuidada (Recondita armonia di bellezze diverse…). Pero no hay ni rastro de la capilla Attavanti, ni de ningún cuadro de la Magdalena con los ojos azules.  En su lugar, la capilla Barberini. El altar mayor, obra de Fontana, con frescos de Preti y Domenichino,  es escenario perfecto para el Te Deum por la supuesta derrota de Napoleón en Marengo, con el que finaliza esta primera parte. 


La acción continúa en el segundo acto en el cercano Palazzo Farnese. Para llegar a él hay que coger a la izquierda a la salida de la iglesia e ir rodeándola. Por la parte de atrás se obtienen buenas vistas de la cúpula. Se pasa por las calles que conservan la traza del teatro Pompeyo. Incluso por algún pasadizo que bien pudo ser uno de los vomitorios del edificio. En el camino nos encontramos con el famoso Campo dei Fiori, presidido por la  estatua del filósofo Giordano Bruno.
El Palazzo Farnese (Miguel Ángel, Vignola, della Porta, Volterra, Salviati…) es  hoy la sede de la embajada francesa, y así lo indica la bandera que ondea en su fachada principal. Allí, en alguna de las habitaciones de la segunda planta, es donde Tosca (Vissi d’arte, vissi d’amore…) para librar a su amado Mario de las torturas que le infringe el malvado Scarpia, decide prometer sus favores al barón con la intención real de matarlo (Questo è il baccio di Tosca!).



Para llegar hasta el escenario del tercer acto se puede llegar al rio Tiber y seguir su ribera o volver al corso Vittorio Emanuelle II. Por cualquiera de las dos rutas se alcanza el puente que antecede al que en la antigüedad fue el mausoleo de Adriano. El Castel Sant’Angelo ha sido refugio de de papas en dificultades, y para ello está unido a las estancias  vaticanas por un pasadizo. También sirvió de prisión. De allí había escapado Angelotti al principio de esta historia, y es en la terraza de este imponente edificio  donde Cavaradossi contempla el amanecer de su último día de existencia (E lucevan le stelle). Para culminar la tragedia, también Floria pondría fin a su vida arrojándose desde ella al vacío.


La ópera fue estrenada en 1900 en el entonces Teatro Constanzi (hoy Teatro de la Ópera de Roma), en la plaza que lleva el nombre del tenor romano Beniamino Gigli, entre el Quirinale y el Esquilino, cerca de Santa María Maggiore y la Stazione Termini.

No sé cómo será la escenografía que Paco Azorín nos ofrecerá en el Teatro de la Maestranza, pero si no me convence, que espero que sí, no tendré más que cerrar los ojos e imaginar los escenarios romanos cuyo recuerdo aún conservo muy fresco en mi memoria.

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