¿Cuántos
sevillanos habrán visitado la iglesia del Salvador más de una y más de dos
veces una luminosa tarde de Sábado de Pasión o una radiante mañana de Domingo de Ramos para comprobar por sus propios ojos el milagro del estreno cada año del
paso de la Borriquita, ya adornado con sus flores rosa y sus palmas, presto
para la salida procesional, entre el ajetreo de la gente que va de un lado para
otro del templo?¿Cuántos no habrán asistido en esta monumental iglesia a una
boda, un bautizo o un funeral, cuando sus amplias naves se quedan pequeñas para
acoger a la concurrencia? ¿Cuántos habrán asistido alguna vez al traslado del
Señor de Pasión a su paso de plata con la iglesia totalmente abarrotada de
hermanos y devotos?
Seguramente serán muchos los que en unas u otras
circunstancias, por unos u otros motivos, han visitado en alguna ocasión el segundo templo de la ciudad cuando sus
puertas están abiertas al público y fieles en general y habrán podido disfrutar
de la magnificencia de su fábrica. Pero el Salvador ofrece una visión muy
diferente de noche, cuando ya las luces se han apagado, cuando ya el ir y venir
ha cesado, cuando las naves se muestran vacías y silenciosas, sólo unas luces
aquí o allá para iluminar lo imprescindible. Máxime si además se pueden visitar
lugares habitualmente inaccesibles como
son la cripta, las tribunas, el camarín de la Virgen de las Aguas o las
cubiertas. Esto es posible gracias a la visita "Huella de lo Sagrado", guiada por
mis amigos de Homo Artis, que tuve oportunidad de realizar semanas atrás.
En la cripta, donde como es lógico se conservan los
vestigios más antiguos que se remontan a épocas romana o musulmana, lo que
quizá llame más la atención es el venero de agua limpia y cristalina que
atraviesa por debajo del templo, que nos da una idea exacta de cómo es el
subsuelo de Sevilla y el problema que ello supone para la conservación de
edificios históricos. El camarín de la Virgen de las Aguas es una joya que luce
en todo su esplendor tras su reciente restauración y que nos habla de la
importancia de esta devoción en la ciudad de siglos pretéritos. La visita a las
cubiertas permite disfrutar de estupendas vistas de los alrededores cercanos y
de casi la ciudad entera. Y por las tribunas, desde las que se contemplan
perspectivas inusuales del templo, deambula el espíritu del inconmensurable
Leonardo de Figueroa, genio constructor de lo más granado de la Sevilla
barroca, que dejó su marca personal en esas cabezas de león que adornan el remate de las columnas, que son puro diseño. Lástima que los responsables del templo no permitan fotos en la cripta
y el camarín. Del resto, aquí dejo una pequeña muestra de imágenes que a buen seguro
mejorarán mis palabras.
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