lunes, 9 de diciembre de 2013

ENTRE MILÁN Y SEVILLA

         
Foto de Javier Navarro Antolín-El ojo que lo ve.
  
        Acudimos a nuestra cita del domingo en el Maestranza aún bajo el impacto del rotundo triunfo la noche anterior de una Diana Damrau  pletórica  en la Traviata de la velada milanesa de San Ambrosio. No era fácil el reto en un escenario en que, casi sesenta años después,  aún merodea el fantasma de la legendaria Violeta de la Callas. Pero la Damrau tuvo una noche redonda en canto y en interpretación, reconocida entusiásticamente por el público. Todo lo contrario que le ocurrió a Bezcala, Gatti y Tcherniakov, que tuvieron que soportar los abucheos del respetable. Si Gatti y Bezcala parecieron sobrellevarlo, la cara del director de escena, buen amigo supongo de Mortier que lo ha traído en más de una ocasión al Real,  era todo un poema. ¿En qué hora se me ocurriría a mi venir aquí? Pensaría la criatura.  Pero lo de Bezcala era sólo apariencia. Menudo rebote se ha cogido el tenor, que ha dicho en su perfil de facebook que no vuelve pisar La Scala, e incluso le ha echado veladamente la culpa de sus problemas al regista ruso, que sólo le faltaba esto. Lo cierto es que el polaco no anduvo fino, y aunque no creo que fuera para tanto, según suele decirse, el público es soberano. Máxime si se paga un mínimo de ciento veinte euros por la entrada, tendrá uno derecho a protestar si no le gusta, digo yo.
            Pero vamos a lo que veníamos.  Si la memoria e internet no me fallan con la de ayer es la tercera vez que veo representar la historia de Manon y el caballero Des Grieux en el coliseo lírico hispalense (toma cursilada) en una década.  Tanto en versión Puccini (la de ayer fue la segunda) como en versión Massenet. Con la de títulos que hay en el repertorio, no se explica tanta reiteración, pero este año ya ocurrió con Aida, y volverá a hacerlo con Cenerentola, con lo que la única novedad será “El  ocaso de los dioses”.
            Por lo demás la temporada transita  por la dulce senda del clasicismo escénico, algo que a algunos irrita, pero que el público sevillano en general agradece. Y como el espectáculo se hace para el público en general y no sólo para los entendidos, pues a mi me parece bien. Si a esto sumamos el que en muchas ocasiones la innovación deriva en disparate, pues para qué nos vamos a quejar. Si aquí lo que gusta es “Siempre así”  no le pidamos peras al olmo. A ver si vamos a espantar a la poquita afición, que ayer ni se llenó el teatro. Por mi parte no echo de menos producciones del  estilo de las vistas este año en La Monnaie para el mismo título (cuya acción se desarrolla en una estación de metro) o incluso la aclamada Bohème perroflauta (Michieletto) del pasado año en Salzburgo, por referirme a dos obras de Puccini.  Para escenografías más arriesgadas que realmente aporten algo a la obra  habría quizá  que traer títulos más vanguardistas. Mientras tanto nos conformaremos  con degustar el ingenio de Padrissa en el colofón de su Anillo.
            En esta Manon de Didier Flamand que se desarrolla entre decorados de estética dieciochesca dentro de la más estricta ortodoxia,  la televisiva Ainoha Arteta es sin duda la estrella de la función. Como presentadora es pésima, a pesar de su agradable físico, pero ha llegado a esta producción en un momento vocal espléndido encarnando a la perfección  el papel de la heroína ideada por el abate Prévost.  En especial resultó conmovedor el cuarto acto, lo mejor de la representación, en el que tuvo buena réplica por parte de Walter Fraccaro en el papel de Des Grieux. La orquesta estuvo brillante, sobre todo en el famoso interludio del tercer acto. Pero me da la impresión de que a Halfter se le fue la mano con los volúmenes, porque lo cierto es que a los cantantes les costaba horrores saltar el foso. De manera que el resto del elenco, a excepción del coro, me pasó más bien desapercibido. Una lástima.   
            En definitiva, entre Milán (a distancia)  y  Sevilla (presencialmente), hemos tenido un puente de lo más musical. Hacer comparaciones no tiene sentido. Está claro que en Italia la ópera se vive de con una pasión  que aquí reservamos para otro tipo de espectáculos.  El compromiso es mucho mayor, si además se trata de una inauguración de temporada con retransmisión para todo el mundo incluida.  Si Bezacala no quiere que le piten, que se venga por aquí que somos más comprensivos. Aunque me temo que con lo que tiene firmado para los próximos meses para Nueva York, Viena, o París no le va a quedar tiempo. Cosas del divismo.






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