“El Gato Montés” es la
primera ópera a la que asistí en el Teatro de la Maestranza. Era el mes de
agosto, y el año, 1992. Entonces también había crisis, pero ni punto de
comparación. El relumbrón y el oropel de la Expo todo lo tapaban. La resaca
vendría después. Además, en aquél tiempo éramos jóvenes y albergábamos
esperanzas. Ahora dejémoslo simplemente en que ya no somos tan jóvenes. La estrella del invento era Plácido Domingo,
asesor musical de la cosa o algo así. Digo invento porque la obra del
valenciano Manuel Penella hacía no sé cuánto que no se representaba, por más
que fuera interpretado su archimegasuperfamosísimo pasodoble (chin tararíiin,
chirarín tachín tararíiin, chirarin tachín, chirarín tachín, tachín, tachín…..).
Fue iniciativa y empeño personal del propio Domingo recuperarla –con revisión
musical de Miguel Roa- dentro de la programación extraordinaria de aquella cita
universal como exponente del más “acendrado” tipismo andaluz. El día que yo fui
sin embargo el faltó. Supongo que por eso conseguí entradas. Alternaba en el
reparto con el tenor pacense Antonio
Ordóñez, de taurino nombre. Recuerdo sobre todo la imponente voz de Juan Pons,
recientemente retirado de los escenarios, en el papel que da título a la obra. Completaba
el trío principal la soprano chilena Verónica Villaroel, prácticamente en los
inicios de su carrera, y en los papeles secundarios había gente como Carlos
Chausson o Carlos Álvarez. Poderío.
La
historia de Soleá, Rafael “El Macareno”, y Juanillo “El Gato Montés” es un
topicazo lleno de topicazos –toreros, bandoleros, gitanas, curas grasiosos…- aderezados con un habla
presuntamente andaluza, que no deja de
ser una obra menor dentro del género. Ópera con mucho sabor a zarzuela. Es una
historia de contrastes, que va de la fiesta a la tragedia, de la alegría de la vida
al luto de la muerte, extremos tan cercanos en el imaginario tradicional patrio. Además de un trágico rotundo, sin fisuras, sin
resquicio para el alivio o el consuelo. Si en cualquier ópera de final amargo de otras
nacionalidades muere un personaje (Violetta, Mimí, Turiddu…) a lo sumo dos
(Floria Tosca y Mario Cavadarosi, Tannhäuser y Elisabeth) aquí son los tres protagonistas los que
agonizan ante nuestros ojos. La pena negra. Spain is different (?).
Esta
semana “El Gato” volvió a rondar por los alrededores del Paseo Colón. Lo hizo
con una producción firmada por José Carlos Plaza para el Teatro de la Zarzuela
y premiada en el Campoamor de Oviedo. Para mi
gusto, demasiado oscurantista. Hay registas obsesionados por los
desnudos y otros empeñados en hacernos perder la vista. Se echa en falta la luz
de Andalucía. Las voces, no muy conocidas para mí a excepción de Ángel Ódena o
Milagros Martín, estuvieron en general a
buen nivel. Me gustaron más las masculinas. También brillaron los coros, a los que se les dio más fácil el andalú que el checo
de Sarka (la grafía en los subtítulos
llamó mucho la atención de los asistentes; un amigo me decía que si las
óperas italianas o alemanas las traducían al castellano, por qué esta no, si
él, sevillano desde la cuna, había cosas que no las entendía). La dirección musical de Cristóbal Soler sacó provecho a la partitura, interpretada
con reducida aunque variada formación
instrumental. Sólo una pega: a mí el
pasodoble me sonó un poco a plaza de pueblo. En la Maestranza, templo máximo
del toreo en el que se desarrolla en la ficción el tercer acto, la música suena
más reposada, más ritual y ceremoniosa, más litúrgica.
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