martes, 27 de noviembre de 2012

LA MONTAÑA


De repente apareció allí, recortándose imponente sobre el horizonte,  alzándose más de dos mil metros sobre el nivel del cercano mar, con su tocado de nubes blancas, con  sus empinadas laderas surcadas por inaccesibles barrancos,  desafiando con su altiva presencia a los que nos acercábamos a su base con la intención de conquistarla e infundiéndonos respeto ya desde el inicio. 
La montaña es un lugar para olvidarse de las prisas, para ejercitar la paciencia, para ensayar el temple y la calma ante las dificultades. Un lugar para encontrarte contigo mismo y probar tus límites, para fundirte  con una    naturaleza de la que procedemos, pero a la que trascendemos. Cuando estás en ella te sientes como lo que eres: un pequeño ser que sin embargo a base de esfuerzo y tesón es capaz de conquistar algunas metas. Tomas conciencia de tu insignificancia al mismo tiempo que de tus potencialidades.  Sir Edmund Hillary, el primer hombre que pisó la cumbre del Everest, mantenía que no conquistamos las montañas, sino a nosotros mismos. En la montaña aprendes a conocerte, que no es poco.
Pero no te equivoques: si ella no quiere, no te deja  Estás allí a merced de los elementos, en un medio que no es el tuyo, con condiciones climatológicas cambiantes, a kilómetros de distancia de los núcleos de población. Dependes de tu capacidad y de la solidaridad de los que te acompañan. Tienes que confiar en ti, pero también en los que van contigo, y en último extremo has de tener la humildad de reconocer, sin caer en el desaliento, que hay unas barreras que puedes superar y otras no. ¿No es una buena enseñanza para la vida? Hay un pensamiento  montañero muy famoso que se atribuye a Harold V. Melchert que dice:   Vive tu vida como si subieras una montaña. De vez en cuando mira la cumbre, pero más importante es admirar las cosas bellas del camino. Sube despacio, firme, y disfruta cada momento. Las vistas desde la cima serán el regalo perfecto tras el viaje.


A las cabras monteses, compañeras habituales en las alturas,  no se les ocurre bajar al llano. Sin embargo nosotros nos empeñamos en subir, para escudriñar, para descubrir, para averiguar qué se ve desde lo alto, para experimentar qué se siente en esas soledades, en ese silencio de las cumbres, para disfrutar más intensamente de nuestra libertad. Porque la libertad es lo que te permite  hacer las cosas difíciles no porque tengas que hacerlas, sino porque conscientemente las eliges de entre otras posibilidades. Es lo que nos diferencia a los humanos de otras especies.
Abraham, Moisés o Elías subieron a la montaña y encontraron en ella a Dios. Yo, cada vez que subí a la cima,  y sin haber tenido ninguna experiencia mística, creo que he bajado siendo mejor de lo que era antes. Por eso, todavía me duelen las piernas de la última ascensión cuando ya estoy pensando en la siguiente.



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