jueves, 5 de mayo de 2016

EL FRACASADO



Foto EFE

Dentro del  fracaso colectivo que para la clase política española, y en especial para los dos partidos que han venido gobernando el país en las últimas décadas, supone la convocatoria de nuevas elecciones para el próximo mes de junio, por su incapacidad de ponerse de acuerdo para formar un gobierno, hay un protagonista  que resalta sobremanera y sin lugar a dudas como el gran fracasado, y  no es otro que Pedro Sánchez. Es cierto que Rajoy tampoco sale muy bien parado, al no haberle servido de nada a la postre el haber ganado las elecciones de diciembre, pero al menos ha tenido algo más de inteligencia, aunque su postura no haya sido muy gallarda, al zafarse del desgaste que para el socialista ha supuesto su frustrada investidura y su indecente pordioseo de votos aquí y allá.  No me vale aquello de “al menos lo ha intentado” porque lo que ha intentado no tenía otro fundamento que su propio interés personal. Por  lo que hace a Rivera y a Iglesias, ellos han jugado sus cartas, como mejor hayan sabido a su criterio, pero no creo que se les pueda considerar fracasados porque su responsabilidad era secundaria en este escenario, y está por ver qué es lo que puedan haber ganado o perdido con sus estrategias.
Lo de  Sánchez sin embargo ha sido un fracaso en toda regla y sin paliativos. Desde la noche electoral se autoerigió  en intérprete de la voluntad popular, sacando la lectura simple de que esa voluntad era de cambio, y que con quien únicamente no había que contar para ese cambio era con el partido en el gobierno y que había resultado, mire usted por dónde,  el más votado en los comicios.  Se olvidó el caballero de que para avanzar en política y para gobernar  no sólo hay que estar en contra de algo, sino que hay que saber hacia dónde se va. Por lo tanto no basta una etérea voluntad de cambio, sino que hay que tener claro en qué dirección tiene que tomarse el nuevo rumbo. Esta premisa tan elemental de que no se puede andar al mismo tiempo en dos direcciones contrarias Sánchez la obvió. Fue de farol con el Rey, pues no contaba ni mínimamente, según se vio luego, con apoyos suficientes para la investidura, y a partir del encargo real se puso a buscarlos yendo como pollo sin cabeza de un lado a otro, mendigando los votos de todo el espectro político, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, a excepción del “apestado” Partido Popular, con el resultado ya conocido.
Sánchez ha demostrado ser un político insolvente, perdido en su laberinto de eslóganes y prejuicios, que no cuenta ya a estas alturas con el apoyo ni de su propio partido. Su discurso es de una vacuidad que produce náusea. Se habla ya de que con él al frente el PSOE puede ser superado por las formaciones a su izquierda que ya le pisan los talones. No es que me alegre precisamente de ello, pero es lo que se puede esperar cuando un partido político se pone en manos de un botarate  como este. No sabemos quién será presidente del Gobierno después de las nuevas elecciones, pero al bello Sánchez deberíamos darlo ya por descartado, aunque el muchacho siga en sus trece. Sus carencias han quedado a la vista. Hay que tener la cabecita mejor amueblada para aspirar a tanto. Los demás no sé, pero este ya ha  demostrado lo que da de sí.

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