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Dentro del fracaso colectivo que para la clase política
española, y en especial para los dos partidos que han venido gobernando el país
en las últimas décadas, supone la convocatoria de nuevas elecciones para el
próximo mes de junio, por su incapacidad de ponerse de acuerdo para formar un
gobierno, hay un protagonista que
resalta sobremanera y sin lugar a dudas como el gran fracasado, y no es otro que Pedro Sánchez. Es cierto que
Rajoy tampoco sale muy bien parado, al no haberle servido de nada a la postre
el haber ganado las elecciones de diciembre, pero al menos ha tenido algo más
de inteligencia, aunque su postura no haya sido muy gallarda, al zafarse del
desgaste que para el socialista ha supuesto su frustrada investidura y su indecente
pordioseo de votos aquí y allá. No me
vale aquello de “al menos lo ha intentado” porque lo que ha intentado no tenía
otro fundamento que su propio interés personal. Por lo que hace a Rivera y a Iglesias, ellos han
jugado sus cartas, como mejor hayan sabido a su criterio, pero no creo que se
les pueda considerar fracasados porque su responsabilidad era secundaria en
este escenario, y está por ver qué es lo que puedan haber ganado o perdido con
sus estrategias.
Lo de Sánchez sin embargo ha sido un fracaso en
toda regla y sin paliativos. Desde la noche electoral se autoerigió en intérprete de la voluntad popular, sacando
la lectura simple de que esa voluntad era de cambio, y que con quien únicamente
no había que contar para ese cambio era con el partido en el gobierno y que
había resultado, mire usted por dónde,
el más votado en los comicios. Se
olvidó el caballero de que para avanzar en política y para gobernar no sólo hay que estar en contra de algo, sino que
hay que saber hacia dónde se va. Por lo tanto no basta una etérea voluntad de
cambio, sino que hay que tener claro en qué dirección tiene que tomarse el
nuevo rumbo. Esta premisa tan elemental de que no se puede andar al mismo tiempo en dos direcciones contrarias Sánchez la obvió. Fue de farol con el Rey, pues no contaba ni mínimamente, según se vio luego, con apoyos suficientes
para la investidura, y a partir del encargo real se puso a buscarlos yendo como
pollo sin cabeza de un lado a otro, mendigando los votos de todo el espectro
político, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, a excepción del “apestado”
Partido Popular, con el resultado ya conocido.
Sánchez ha demostrado
ser un político insolvente, perdido en su laberinto de eslóganes y prejuicios,
que no cuenta ya a estas alturas con el apoyo ni de su propio partido. Su
discurso es de una vacuidad que produce náusea. Se habla ya de que con él al
frente el PSOE puede ser superado por las formaciones a su izquierda que ya le
pisan los talones. No es que me alegre precisamente de ello, pero es lo que se
puede esperar cuando un partido político se pone en manos de un botarate como este. No sabemos quién será presidente
del Gobierno después de las nuevas elecciones, pero al bello Sánchez deberíamos
darlo ya por descartado, aunque el muchacho siga en sus trece. Sus carencias han
quedado a la vista. Hay que tener la cabecita mejor amueblada para aspirar a
tanto. Los demás no sé, pero este ya ha demostrado lo que da de sí.
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