Domingo. Sobremesa. Corre
una ligera brisa de poniente que aplaca la temperatura y hace aún más agradable
la charla entre amigos bajo las ramas susurrantes del viejo olmo. En la
conversación surge el tema del atentado de Londres. El último. El del día
anterior mismo. Expreso la idea, que cada vez veo más clara, de que quizá haya que ir planteándose si es
posible que nuestro justamente venerado estado de derecho no sirva para combatir
esta barbarie del terrorismo islamista. Quizá haya que acudir a otras formas,
con menos melindres, que nos protejan de
manera más eficaz frente a estos asesinos. Son cosas que no está bien visto que se digan públicamente. Como era de esperar mi planteamiento
suscita más bien rechazo. La mayoría está aún en la corrección política. La que
expresa, por ejemplo, el sr alcalde de Londres, para quien “no hay razón para la alarma” pues los atentados terroristas “son parte de la vida” de las ciudades.
Defendámonos pues con velitas, globitos y flores. Lloremos a las víctimas y esperemos las siguientes.
Horas después, ya cae
la tarde. En la tranquilidad de la azotea de mi casa, mi refugio favorito en
esta época del año, leo algo que viene de alguna manera a apoyar mi idea
anterior. No se trata de ningún tarambana descerebrado, ni de ningún
extremista. Se trata de un premio Nobel de literatura. El novelista húngaro
Imre Kertész, superviviente del horror
nazi en Auschwitz. Dice Kertész (La última posada, Acantilado, 2016) cosas como
esta:
“..Europa pronto sucumbirá por su antiguo liberalismo, que se ha revelado
suicida y pueril. Europa ha creado a Hitler y después de Hitler se ha quedado
sin argumentos: se han abierto las puertas al islam, ya no se atreven a hablar
de razas y de religiones, mientras que el islam no conoce otra lengua que la
del odio a otras razas y religiones….
Se
dice que los musulmanes inundarán y luego se apoderarán de Europa, en pocas
palabras, la destruirán; se trata de cómo maneja Europa todo esto, del
liberalismo suicida y de la estúpida democracia; chimpancés con derecho a voto.
El final es siempre el mismo: la civilización alcanza un grado de excesivo
desarrollo en el que no sólo es incapaz de defenderse, sino que ni siquiera lo
quiere; en el que, de una manera irracional, adora a sus propios enemigo”.
Pienso que ya va siendo
hora de que hagamos algo en serio para evitar que esto ocurra. Incluso aunque
ello suponga superar determinadas barreras y límites que nos hemos impuesto y
de los que ellos, los bárbaros, se aprovechan. Es lícito hacerlo en legítima
defensa.
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