domingo, 2 de abril de 2017

QUE LA DISFRUTEN

Confieso que estoy viviendo estos días previos a la Semana Santa con más escepticismo que ilusión. A las incertidumbres habituales acerca de la climatología, se une este año la preocupación por saber dónde nos van a dejar Cabrera y Pérez ver las cofradías y dónde no. Dicen los que saben que la Semana Santa necesitaba adaptarse a los tiempos. Me temo que para una adaptación completa a los que corren más bien debería desaparacer. La Semana Santa es una celebración viva, pero sus raíces y sus fundamentos son de otro tiempo. Así que cuidado con las adaptaciones. En materia de cofradías la modernidad por regla general nunca fue un activo. La novelería fue siempre uno de los males que las acechan. Ahora, en aras de esa adaptación, hemos entregado nuestra fiesta a los burócratas de la seguridad, que estaban deseando tener la ocasión de demostrarnos, una vez más, que sin ellos no podríamos vivir. Son, han llegado a tener la desfachatez de decir, los “salvadores” de la Semana Santa.

Yo, que soy un rancio, más que como salvadores los veo como una amenaza. No por la seguridad en sí mismo, que indudablemente es necesaria. Sino por la forma simplista de buscarla, alejando la presencia de público de los cortejos procesionales. Cierto es que con dichas medidas se han mostrado encantadas las cofradías que salen a hacer su desfile procesional, concepto antes denostado y que ahora habrá que recuperar, y a las que al parecer les molesta la gente que va a verlas. Me gustaría que se hiciese público un listado para ahorrármelas sin necesidad de aforamientos. También están satisfechos los establecimientos hoteleros: todo el que esté en la calle y no le dejen ver una cofradía es, de rebote, potencial consumidor en esos establecimientos. Encantada está por supuesto la televisión local, cuyo modelo de negocio, basado fundamentalmente en las retransmisiones de esta semana, se ve fuertemente reforzado con el aumento de audiencia. En cuanto a los opinadores profesionales me sorprende la actitud acrítica con que por lo general han abrazado la reforma. Pero al menos, los arrogantes perpetradores del invento deberían admitir que aquí hay unos damnificados: los sevillanos a quienes simplemente nos gusta ver las cofradías en la calle y llevamos toda la vida haciéndolo. Se ha llegado a decir que la seguridad contribuye al recogimiento. Si es por recogimiento lo que habrá que cerrar son los bares, sr Cabrera. No quiera ser usted más papista que el Papa.

Tras la entrada como un elefante en una cacharrería del pasado año, el presente parece que se han reconocido algunos errores y que se corregirán algunos excesos. Las salidas extraordinarias del Señor del Gran Poder de hace unos meses demostraron bien a las claras que las cofradías pueden andar perfectamente -cuando quieren- sin necesidad de vallas, aun cuando haya una afluencia numerosísima de personas para verlas. Pero a pesar de ello, de momento ya se anuncian numerosos sectores que quedarán vedados o restringidos a la presencia de público. Más aún que eso me preocupa que se multipliquen los obstáculos a los desplazamientos, mediante la proliferación de ratoneras valladas y aforadas, cuando lo que habría que hacer, precisamente por seguridad, es facilitar la movilidad.

No descarto que sea cosa de la edad, pero a mi esta aggiornada Semana Santa, con su creciente intervencionismo municipal, sus maleducadas masas, sus horrísonas marchas, su ridículo andar de algunos pasos y otras lindezas, cada vez me gusta menos. Que la disfrutéis los que podáis.


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