viernes, 9 de diciembre de 2016

BOLENA SUBLIME

Ana Bolena es el nombre de la segunda de las seis esposas de Enrique VIII de Inglaterra y el de la primera de las óperas con las que Gaetano Donizetti presentó verdaderamente sus credenciales para figurar en el Olimpo del belcantismo junto a los ya entonces consagrados Rossini y Bellini. Se trata además de la primera de las obras de la trilogía que el compositor de Bergamo dedicó a las reinas de la disnastía Tudor, que se completa con “Roberto Devereux” y “María Stuarda”. Sólo tenía una referencia de esta ópera, pero menuda referencia: la de su representación en Viena en 2011, con Netrebko, Garanca, D’Arcangelo y Meli a las órdenes de Evelino Pidò (disponible en DVD).

El Teatro de la Maestranza ha programado esta obra como único título novedoso de la presente temporada y con un cartel, como dirían los taurinos, perfectamente rematado. Dos figuras internacionales como Angela Meade  y Ketevan Kemoklidze, debutantes aquí, junto a magníficos cantantes españoles ya conocidos en la plaza como Ismael Jordi, Simón Orfila, Stefano Palatchi, Manuel de Diego y Alexandra Rivas, bajo la dirección de un reputado donizettiano como Mauricio Benini, discípulo nada menos que de Giannandrea Gavazzeni, el recuperador de este título en tiempos de la legendaria María Callas.

A pesar de lo atractivo del elenco, la primera sorpresa, negativa, de la velada es que el teatro no se llenó, algo que pasa últimamente demasiadas veces. Es preocupante que esto ocurra en una ciudad que, aparte del potencial público autóctono, cuenta en estos días de superpuente con una importante afluencia turística. Algo debe estar fallando en la promoción. Por ejemplo, no sé si las habrá en algún sitio, pero yo no he visto en esta ocasión las tradicionales banderolas que me ayudan a recordar cuándo se aproxima una nueva cita del abono. En todo caso, los que faltaron ayer aún están a tiempo de recuperarse en las tres funciones que restan. No se arrepentirán.

Para empezar, me gustó la propuesta escénica de Graham Vick, otro de los atractivos de la función, moderna y clásica a la vez, de impacto visual pero respetando el libreto, la época, etc, y con hábiles cambios para ambientar, con pocos elementos, las numerosas escenas que se alternan en los dos actos de la obra. Merecen mención el vestuario y, como detalle menor, pero que también suma en lo que es el nivel de una producción,  el trabajo de peluquería con la protagonista.

En el apartado vocal diré que me encanta la forma de cantar de Ismael Jordi y me gustaría verlo con más frecuencia por Sevilla en papeles de más enjundia que el de Lord Percy, que resolvió sobradamente con exquisito gusto. La mezzo georgiana Ketevan Kemoklidze,  que hace unas fechas ya intervino en un concierto de la ROSS, viene avalada por la consecución de prácticamente todos los premios ganables. No cabe duda de que posee una bellísima voz y que sabe cómo emplearla, pero quizá es un poco ligera para una Seymour. De Simón Orfila se ha dicho que es más bajo-barítono que bajo estrictamente. Quizá por eso su Enrico, el papel menos agradecido del reparto, sonó más potente que grave, y con cierto vibrato al inicio, que fue no obstante desapareciendo. Sobre el coro referiré los elogios que le dedicó Benini en la víspera, y destacaré en esta ocasión a las voces femeninas, especialmente en su bellísima introducción de la escena final. En cuanto a la dirección del maestro italiano en su tercera comparecencia en nuestra ciudad, siempre con títulos belcantistas, fue cuidada en las dinámicas y en los detalles, ofreciendo una lectura perfectamente adecuada para el lucimiento de las voces.

Pero el reinado de la noche, como no podía ser menos, estaba reservado a la protagonista. Y no defraudó en absoluto las expectativas. Aunque el inicio fue comedido, luego fue ganando altura, y de qué manera, hasta la estremecedora escena de la locura, precedente de la más famosa de Lucía. La Meade tiene todo lo que es musicalmente exigible para un papel tan exigente. Quizá deba mejorar su faceta actoral, pero su voz es capaz de emitir con fácil naturalidad desde esos increíbles filados que dejan sin respiración a todo el auditorio antes que a la propia intérprete, hasta  unos sobreagudos de impecables  colocación y emisión, no faltándole facultades ni para los graves ni para las agilidades. Su interpretación fue sencillamente sublime, y arrancó la entusiasta respuesta del público.

Mostraba yo aquí mi pesar por la cancelación del año pasado, cuando la soprano estadounidense estaba anunciada en Norma, otro de sus papeles favoritos. Ha merecido sin embargo la pena esperar este tiempo para escuchar esta Bolena que quedará para el recuerdo.    



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