viernes, 5 de febrero de 2016

BARBERO BICENTENARIO






Esta es la actual fachada, con su dedicatoria a las musas del teatro, la música y la danza, del Teatro Argentina. Se encuentra en Roma, en la vía de Torre Argentina, llamada así no por el país sudamericano, sino por la ciudad de Argentoratum (Estrasburgo). Prácticamente a su espalda, junto a la huella del Teatro de Pompeyo,   se levanta la iglesia de Sant’Andrea della Valle (ya saben, “Tosca”, primer acto), y a su frente se extiende la llamada Area Sacra, en el que se conservan las ruinas de varios templos del periodo republicano, y donde según recientes estudios, se ubicaba la Curia de Pompeyo, que fue el lugar de reunión entonces del Senado romano donde fue apuñalado Julio César por Bruto, Casio y demás compaña.  En este teatro, levantado en el siglo XVIII por la familia Sforza Cesarini, cuyo palacio renacentista se encuentra siguiendo un poco más abajo hacia el Tiber  por el corso Vittorio Emanuele II,  se estrenó en febrero de 1816, con el título de “Almaviva o la prevención  inútil”, una de las obras que más fama musical ha dado a la ciudad en la que nací y resido como es “El barbero de Sevilla”.
Sobre libreto de Cesare Sterbini, basado en la obra teatral de Beaumarchais, compuso Gioacchino Rossini la partitura de esta ópera en un tiempo récord, algo a lo que estaba habituado, para ser estrenada durante la celebración del Carnaval de aquél año. En aquella primera representación, el mundialmente famoso tenor sevillano Manuel García encarnó al Conde de Almaviva. Pero la obra fue mal recibida por el público, cosechando un sonado fracaso. Tanto que, se dice, el compositor contrariado insultó a uno de los espectadores protestones, quien furioso, lo persiguió incluso por la calle. 
No había transcurrido aún ni un año de aquél estreno cuando el 23 de enero de 1817, el escritor francés Henri Beyle (Stendhal), de turismo por Florencia, donde sufriría su famoso síndrome en la iglesia de la Santa Crocce, asiste a una representación de la ópera y deja plasmadas sus no muy positivas impresiones:
Dio comienzo la sinfonía, me reencontré con mi amable Rossini. Lo reconocí a los tres compases. Bajé al parterre y pregunté; en efecto, el Barbero de Sevilla que nos ofrecen es suyo. Osó, como hombre de verdadero genio, retomar aquello que le reportó tanta gloria a Paisiello. El papel de Rosina es interpretado por la señora Giorgi, cuyo marido era juez en un tribunal bajo el gobierno francés….El barbero de Sevilla de Rosini es una escena del Guido: es la negligencia de un gran maestro; nada deja traslucir fatiga u oficio. Es un hombre infinitamente ingenioso y carente de instrucción. ¿Qué no podría llevar a cabo un Beethoven con tales ideas? Esta obra se me antoja muy parecida a Cimarosa. En El barbero de Sevilla nada me resulta absolutamente nuevo a excepción del trio del segundo acto entre Rosina, Almaviva y Fígaro. Pero este canto, en lugar de dedicarse a la resolución de la intriga, debería dedicarse a palabras de carácter y determinación.
Cuando el peligro es intenso, cuando un minuto puede perderlo o salvarlo todo, es demasiado chocante escuchar diez veces las mismas palabras (para la música son diez ideas diferentes). Este absurdo necesario de la música puede resolverse fácilmente. Desde hace tres o cuatro años Rossini  hace óperas en las que no hay más que un pasaje o dos dignos del autor de Tancredi o L’italiana in Algeri. Proponía yo esta noche reunir, en una solo ópera, todos esos fragmentos brillantes. Preferiría haber compuesto el trío del Barbero…que no toda la ópera de Soliva, que tanto me gustaba en Milán.   
Se refería Stendhal a “La testa de bronzo, o sia, la capanna solitaria” de   Carlo Evesio Soliva. Doscientos años después nadie recuerda esta obra. Tampoco mucho la de Paisiello. Y sin embargo el Barbero rossiniano, a pesar de sus malos comienzos, se ha erigido con el tiempo  en la quizá más afamada y aclamada de las óperas bufas.
En los próximos días, coincidiendo con este bicentenario, podremos disfrutar de su representación aquí, en Sevilla, en la patria imaginaria de Fígaro, de Rosina, de Bartolo, de Lindoro-Almaviva ... que sin embargo "nacieron" en la Ciudad Eterna.

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